FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



martes, 6 de septiembre de 2011

FELIZ CUMPLEAÑOS MICH!! (ALIAS MR. HYDE, ALIAS ETIÈNNE, ALIAS...)

NOTA: Si me dijeran todos y cada uno de ustedes, mis queridos Hartitos, cuándo cumplen años, también les haría su regalo (como ese del día de Navidad...). Así que por el momento tenemos solo este, un cuentito que se me ocurrió de pronto ayer cuando me enteré apenas del cumpleaños de Mich Max alias... bueno, todo lo que dije arriba. ¿Liiiiiiiiiiiiiiiistooooooooooooos?

EL PRÍNCIPE
Érase una vez, en un sitio y un tiempo ya borrados por las olas que estallan en las doradas playas del recuerdo, un campo hermoso cubierto de flores, que desembocaba, por un lado, a un hermoso pueblo, y por el otro, a un palacio señorial, de aspecto renacentista, rodeado por sus cuatro lados de un jardín hermosamente cuidado, adornado con las rosas de Castilla más hermosas y vivaces, los claveles más puros, y con bellas estatuas de mármol que retrataban en dulce armonía los más sublimes sentimientos de los hombres.
En aquél palacio señorial vivía en soledad el príncipe. Este era un hombre demasiado joven para gobernar, pero demasiado sabio para saber cómo cuidar de sus territorios; había, según muchos, cierto encanto misterioso en sus ojos negros, su perfil griego, sus manos hábiles y su voz astuta que dejaba, irremediablemente, hechizados a todos aquéllos que le vieran y le escucharan. Él no era, como podría pensarse, uno de esos príncipes crueles que usaban sus encantos para martirizar a su pueblo, ni tampoco un vulgar seductor que se divertía a costa del cariño sincero de las mujeres, pues para él esas eran cosas demasiado nauseabundas para siquiera ponerlas en práctica.
Sin embargo, el principe tenía, efectivamente, cierto gusto por las mujeres que hubiera parecido repugnante de no ser por el modo sutil en que lo llevaba a cabo. Era metódico y discreto, valiente y sagaz, y podía en igualdad declamarle un poema detallado a una campesina que murmurarle al oido un dulce cumplido a una condesa. Enamoraba, a falta de una mejor palabra para describir sus acciones, a toda mujer existente sobre la tierra, fueran jóvenes, viejas, ricas, pobres, nobles, plebeyas, sin importar su físico ni su voz ni el cómo o dónde vivían. Jamás nadie comprendió cuál era el misterio de aquélla actitud seductora, pero mientras la envidia y el recelo de los hombres de la comarca aumentaban, lo mismo sucedía con el cariño franco de las mujeres del mismo lugar.
Un día, el príncipe enfermó gravemente. Los hombres, calladamente, se alegraron al ver cómo sus continuas correrías con las damas habían tocado su final. Ancianas, jovencitas y hasta niñas elevaban sus oraciones llenas de respeto y amor por la salud de su adorado príncipe, y por muchas semanas esta fue su única labor. Sin ellas laborando con sus mismas energías alegres en el campo y en el pueblo, las flores se marchitaron, los cultivos se enfermaron, las calles de su comarca se cubrieron de silencio y de suciedad.
Los hombres maldijeron al príncipe, ¿cómo podía ser que un patán y un mentiroso de su calaña pudiese provocar tal descontento y tal descuido? Furiosos, marcharon a los campos y trataron, en vano, de continuar con las labores que las mujeres ya no hacían, pero sin resultado. Y este hermoso lugar y tiempo se convirtió en una tumba en vida.
El príncipe, en los estertores de agonía, abrió los ojos en medio de su oscura habitación y suplicó a su única criada, que había permanecido fielmente a su lado, que lo acercase a la ventana para mirar el campo. Mas al ver la tierra infértil y las flores secas, el príncipe se sintió morir y cayó desvanecido. Al despertar, su bella voz sollozó:
-¿Pero qué ha pasado con el hermoso campo de flores? ¿Qué ha sucedido con el pueblo radiante?
-Ay, mi señor. -se lamentó la criada. -Vuestras amadísimas mujeres han pasado ya tanto tiempo rezando por vos que han olvidado por completo sus labores.
Entonces el príncipe mandó un edicto: las mujeres debían de olvidar su penosa enfermedad y volver al campo y al pueblo, y no estaría su ánimo tranquilo hasta que el lugar fuera igual que antes. Las mujeres trabajaron como nunca, ante la mirada confundida y halagada de sus hombres. No pasaron más de dos meses cuando el campo reventaba de rosas de Castilla tan brillantes como un rubí y claveles puros y blancos como nubes, llenando de perfume y vida el esmeralda de sus pastos; el pueblo volvía a llenarse de alegría y de luz, y también rebosaba adornado con cientos de rosas y claveles. Y las mujeres pasaron la noche cantando y bailando en el campo, mientras los hombres escupían furiosos, alegando que el príncipe les había arruinado la vida, con sus malditos claveles y sus malditas rosas.
Y el príncipe, después de admirar a las mujeres que bailaban en su hermoso campo, falleció tranquilamente.
Cuando el funeral se llevó a cabo, los hombres marcharon a sus tabernas y sus posadas para felicitarse mutuamente por haber derrotado a ese fanfarrón príncipe. Las mujeres, todas con los vestidos de luto más hermosos, lloraban a los pies del castillo: ancianas que rezaban, niñitas que sollozaban, jóvenes que se desvanecían de dolor ante las estatuas de Eros y Psique, todas reunidad para despedir al príncipe que tanto las había amado, y ellas a él también.
La criada, que había pasado la noche entera en la soledad del palacio llorándole a su amo, quien por alguna razón jamás había utilizado sus artes de la seducción con ella, salió y leyó para las mujeres una carta, escrita por el propio príncipe antes de su muerte:
-"Sabed todas que las amo mucho, no con ese amor carnal y vulgarizado, sino con uno aún más profundo y complejo. Es el amor a vuestras cualidades, a vuestros atributos, a vuestra abnegada labor. Porque no hay mujer más hermosa ni más merecedora de cariño que aquélla que, día con día, lucha por quienes más ama, embelleciendo la vida de todos con su sacrificio y con su presencia. Os ruego que nunca vuelvan a descuidar esta, vuestra labor de amor, con la que podrán recordarme mientras vivan, y, os repito, recordad que las he querido tanto para recompensar vuestra hermosa jornada, que hace reventar de flores los campos y de dicha los corazones".
Y las mujeres lloraron de dicha y miraron al cielo bañado por la luz del sol, y volvieron a sus labores con el corazón dichoso y con el alma tranquila, haciendo rebosar eternamente el campo con sus flores y su felicidad.
Y la criada las miró alejarse, sonriendo, leyendo para sí el último párrafo, que se refería a ella y sólo a ella: "y tú, que tu labor ha sido siempre amarme a mí, os buscaré en la eternidad y marcharemos juntos allá, donde el sol derrama su calor y su belleza y las aves cantarán tu nombre".
Dejó la carta, abandonó el palacio, y se unió a las mujeres en su eterna faena en los campos, eternamente cubiertos de rosas y claveles.
FIN

¿Cómo me quedó? Adiosito!!!

3 comentarios:

Michell Cerón dijo...

*-* Este es uno de los mejores obsequios de todos los tiempos o(>_<)o, muchas gracias lobita, el cuento es perfecto, es literatura de alta perspectiva, el estilo es equiparable al de Stendhal, eres una de las mejores escritoras vivas n.n, en verdad aprecio mucho esto, es un gran honor que me hayas escrito esta historia, y ahora solo soy Mich y no la comparto con nadie XD, en verdad muchas gracias Lobita, amè este cuento.

Te quiero

Guerrero dijo...

Orale una gran historia, un final no trágico pero no esperado.


Saludos!!

PD: Cumplo el 26 de julio (quiero mi regalo jaja)

Guerrero dijo...

PD: Felicidades Mr. Hyde (alias Michell, Etiènne...)