FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



domingo, 8 de mayo de 2011

LA BALADA DEL LOBO

Gente, aqui lo tienen, lo prometido es deuda. He aqui el cuento que lo empezo todo, basado en hechos reales (o sea, algo que me pasó) que explicará porque me llamo Lobita Nocturna y no (digamos) Lady Itchi o algo similar. ¡Viene!

Miré con los ojos bien fijos en esa oscuridad que me devoraba, sin mente, llena de un pesar misterioso que me silenciaba y aquietaba, como un veneno extraño que no hería, pero sí afectaba a mi cerebro y mi corazón. Era una ponzoña desconocida, atrayente, y no luché para librarme de su sorprendente efecto; me dejaba inmóvil, con las mejillas llenas de lágrimas secas y el agudo dolor que las provocase en el fondo del alma.
Cualquiera que fuera dicho veneno, iba dominándome deliciosamente. En un instante ya no sentía más sufrimiento, ya mi cuerpo estaba paralizado, relajado…
Cuando volví a abrir los ojos, la oscuridad era una ilusión. Se veía el cielo azul brillando frente a mí, optimista, magnífico en su propia expresión. Y frente a mí había un ruido normal, encontrándome de golpe rodeada por tantas personas diferentes.
Me puse de pie, y al hacerlo me tambaleé peligrosamente, como si hubiera olvidado cómo caminar. Mis pasos eran lentos, mi mente carecía de recuerdos meramente humanos y eran sustituidos por una vaga felicidad que no parecía tener pies ni cabeza.
En mi nueva condición me entregué sin reserva o recelo alguno a la alegría de andar libre entre la gente, libre de memoria, libre de miedos, libre de pesares y preocupaciones. Era una sensación maravillosa que seguramente alguien ha sentido antes, pero nunca como yo la sentí.
Lo que yo no sabía mientras paseaba por las plazas, metiéndome en los cines y jugando en los supermercados, era que mi esencia había cambiado. Seguía en mi cuerpo humano, esbelto y normal, pero mi alma no era la de un hombre atribulado y con pensamientos y deseos acumulados en la cabeza como una biblioteca desordenada. Mi cerebro reaccionaba al ambiente, respondía a los estímulos que me llegaban y no pensaba como esos seres que se me parecían en el físico. Dentro de mí, una semilla misteriosa proveniente de milenios de andar viviendo en los bosques había germinado un espíritu salvaje.
Un ser vivo, con cuerpo de mujer y alma de lobo. Tenía las virtudes del segundo y las limitaciones del primero.
Eso no lo entendí hasta que comenzó a oscurecer. Decidí darme prisa para volver a casa, a unas ocho cuadras de mi última parada. Pero las piernas me estaban fallando, andaban con una lentitud terrible; mi instinto reaccionó a la lógica nueva del alma y me puse en horizontal, apoyando las manos en el piso. Miré mis uñas, lucían lozanas y bellas, mucho más de lo habitual. Y cargándome de adrenalina, eché a correr.
¡Vaya sensación! Iba a una velocidad de vértigo calle tras calle, cruzando entre la gente, ignorando sus miradas de preocupación. Qué más daba lo que pensaran, era un lobo, era libre.
De pronto, choqué con un niño pequeño. Su padre huyó despavorido al verme andar a cuatro patas; sólo así me erguí y tomé al niño en brazos. Su carita asustada, su llanto tierno y su voz dulce me recordaron a alguien que conocía y amaba.
Y al recordarlo, lo dejé en el suelo, bien lejos de la banqueta, y proseguí mi camino.
Todo iba bien. Faltaban unas tres o cuatro cuadras para llegar a casa. Pero uno de mis zapatos se soltó. Me detuve y me incliné. Ya era de noche, pero no pasaba nada si me detenía por un instante.
Fue ése instante de distracción la que acabó con mi aventura.
Los transeúntes que iban pasando a mi alrededor no me parecieron algo más que eso, transeúntes. Por eso no puse mucha atención cuando alguien se paró tras de mí y dijo:
_Bonita bufanda.
Me di la vuelta. Se trataba de un hombre desaliñado, que vestía como un vagabundo. Me miraba con un gran interés. Eso no me dio buena espina.
_Gracias. –contesté como quien no quiere la cosa, y me puse de pie, envolviéndome la garganta con mi bufanda. Comencé a caminar con normalidad, oyendo, sintiendo cómo el vagabundo me seguía.
Lo miré una última vez y salí corriendo a cuatro patas. Fue tras de mí, como un cazador. Me detuve una calle más adelante, creyendo que se había detenido. Instintivamente me puse de pie y me di la vuelta para revisar el entorno.
En el preciso instante en que me hallaba de pie vi un objeto brillante dirigirse a mí; un segundo después, sentí u dolor horrendo en el pecho, y vi a mi enemigo de pie a poco más de un metro de distancia, sonriendo victorioso. Agaché la mirada y grité: un cuchillo estaba enterrado en mi pecho, del lado del corazón.
Tiré del cuchillo y corrí; oí cómo el sujeto iba tras de mí de nuevo, y corrí más rápido, pero no sirvió de nada. Tropecé y caí boca arriba, y al instante recibí de nuevo un golpe fatal.
Me arranqué el cuchillo del pecho, y me arrastré penosamente sobre el piso. Mi asesino me dio alcance, y miró fascinado el corte largo y profundo que, de haber sido más directo, habría atravesado mi corazón.
_Vaya, vaya. –comentó, mirando la herida sangrante. –Creo que podemos hacerla más grande, ¿no?
Y, con la punta del cuchillo, tiró de la parte baja de la herida. Grité del dolor, pero me puso una mano en la boca. Cometió un grave error. Sin más, le hundí las uñas en la garganta. Herido, me soltó.
El lobo que se ocultaba dentro de mí se lanzó sobre él y l hincó violentamente el cuchillo en el hombro izquierdo. Después, salí huyendo a dos pies.
Sin embargo, apenas había cruzado la calle cuando me dejé caer, dolorida. Di un gemido que casi parecía un aullido, y me arrastré lo más que pude. Mi instinto me advirtió que el homicida seguía cerca, que debía hallar un modo de protegerme. Así que anduve a dos pies, deteniéndome de las paredes, hasta entrar a una tienda. Al llegar, reconocí a un oficial de policía, y dando un largo grito de dolor y alivio, me dejé caer en el suelo.
_¿Qué le pasa? –me preguntó. Al mirar el corte que tenía en el pecho, no le quedó duda. –Oh, por Dios.
_Tiene que ayudarme, por favor. –supliqué. Ya no aguantaba el dolor en el pecho. Con cada latido salía un nuevo hilo de sangre.
_Descuida, estoy pidiendo refuerzos. –me aseguró el hombre. Temblando, me quedé tendida en el piso. –No es la primera vez que pasa. Ya van varios homicidios así. ¿Viste su rostro? –me preguntó.
_Sí. –musité. Ya iba a decírselo cuando apareció un muchacho apuesto, bien vestido, que sostenía una cámara con la mano derecha, mientras la otra mano la guardaba en el bolsillo del pantalón.
Reconocí su rostro, pese a que ahora estaba limpio. Reconocí su faz, y al verme, sonrió.
_¡No, no! –dije. Me arrastré lejos de él, gimiendo. Estaba agonizando, y si estaba cerca de él, iba a morir. Me dejé caer, sollozando. La herida me dolía mucho, y me sentía débil.
_Tranquila, señorita. –dijo el policía, sorprendido. –Es sólo nuestro fotógrafo.
_¡No! –grité. –¡Él! ¡Él ha sido!
El fotógrafo me sonrió, y vi cómo sostenía algo dentro del pantalón. Mi miedo no alcanzó límites, y decidí hacer lo único que aún podía: huir.
Me puse de pie en cuanto se distrajo, y corrí, saltando por la ventana. En cuanto caí en el piso, corrí a cuatro patas, gruñendo como un animal herido. La cuchillada que tenía en el pecho se tensaba a cada movimiento que hiciera, pero lo que de verdad necesitaba era llegar a mi casa, de la que nunca debí salir.
Cuando estaba a pocos pasos de llegar, me desplomé. Aullé lastimeramente, mirando la noche, la noche que me había dado la libertad y me devolvía moribunda.
La oscuridad me desenfocó los ojos. Mi corazón palpitaba lentamente, mi espíritu no me había salvado de la muerte, sólo la había aplazado el tiempo suficiente para volver al lugar en el que deseaba estar.
Lloré, agónica, tirada en el suelo de lado. La herida me punzaba, aunque la sangre ya se había detenido. No tendría salvación. Gimiendo, miré la noche por última vez, antes que la oscuridad me tragara, cerrándome los pulmones, aplastándome el pecho, robándome la vida de golpe, oyendo mi último aullido…
Una vez más mis ojos se abrieron. La luz de la mañana llenaba mi habitación; respiraba tranquilamente, con el pecho sano, libre de mi esencia lobuna y viva, en mi casa, lejos de la ilusión, y cerca de la verdadera paz.

FIN

6 comentarios:

Mar dijo...

Me gustó.

Saludos.

PD. Algún día diré: "Según cuenta la leyenda..."

El Ser Supremo dijo...

Lobita, sin duda es el mejor relato que he leido en cualquier blog.

Algun dia me gustaria ser como tu jeje

Ale-chan dijo...

Qué loco... yo hubiera muerto de ansiedad con una pesadilla así.

Ungh...

Gran post!

Ale-chan dijo...

respondiendo hábilmente: ^^' nu....

lo mencionan, though, ¿sirve?

Michell Cerón dijo...

Siempre me pregunte cual era el origen de tu nickname, vaya, ahora todo cobra sentido, es increible advertir la influencia de las hroas nocturnas en el procesamiento cerebral, ohh, desearia recordar más los sueños que tengo mientras duermo, desafortunadamente rara vez suelo hacerlo.

La historia en si no es impresionante, pero la forma en la que esta escrita si lo que es, la narrativa es sumamente buena, los momentos descriptivos son magnificos, es un cuento escrito hace mucho tiempo? O es algo nuevo, el estilo es grandioso, una de tus mejores obras.
Ha sido fascinante leer esto.
Saludos y abrazos Lobita

Guerrero dijo...

Orale, que gran historia... que está historia vale la pena comentar.

ssaludos, felicidades por la historia.