Como todos por aquí de seguro ya saben, hoy es el cumpleaños 203 del escritor Edgar Allan Poe, nacido en Baltimore allá por 1809. Y este año, para conmemorar su cumple, me tomé la seria libertad de escribir una especie de fanfic sobre él y una de sus historias más extrañas: el misterio de Marie Rogêt. ¡¡Disfrutenlo!!
1
Era una noche helada. Una niebla pálida se arrastraba lastimeramente por el suelo, oscureciendo los callejones más lúgubres y tragándose en su interior las luces de las calles.
En una de las casitas más pobres de la zona, una débil luz de vela se reflejaba en los cristales. Adentro, sobre un escritorio sencillo de madera oscura, cabeceaba medio adormilado un hombre, que intentaba en vano escribir sobre un pequeño papel amarillento. Su cuerpo entero se mecía sin control alguno en la silla, y los ojos, grandes y de un color imposible, casi violetas a la luz, se abrían y se cerraban bruscamente a cada momento. Estaba agotado, había trabajado locuazmente por casi un mes, con muy poca comida y casi nada de sueño; para contrarrestarlo, había ingerido cantidades enormes de oporto, pero solo había empeorado su situación actual. Estaba completamente deshecho, y si no se ponía a escribir nada, muy pronto su pequeña y pobre familia se quedaría sin comer.
La vela dejó caer una pequeña gota de cera sobre la mano del hombre. Éste, demasiado sensible por culpa del oporto, se puso en pie de un salto, agitando vigorosamente la mano para calmar el dolor. Se arrancó la costra de cera y se llevó la mano a los labios, chupando el pequeño círculo enrojecido de la quemadura; al fondo, sobre una mecedora, un gato negro de enormes ojos amarillos lo observaba aburridamente.
Calmado el dolor, el hombre volvió a su asiento, mirando como hipnotizado la hoja de papel, limpia de tinta, limpia de ideas salvadoras. El hombre tomó la pluma, empapada en tinta tan negra como sus revueltos cabellos, pero aburridamente comenzó a hacer garabatos sin sentido. No se le venía a la cabeza ninguna idea interesante de la cual escribir, ni una sola crítica, ni una historia. Suspiró, mirando los dibujos extraños que acababa de trazar, que iban desde un gato en su cesto hasta ramas de árboles, listones y ojos de mujer.
-¿Hasta cuándo? –gimió. Abandonó la hoja y alargó la mano hacia una botella de oporto y un vaso. Destapó la botella y procedió a servirse. Pero cuando unas cuantas gotas apenas habían caído en el interior del vaso, unos golpes en la puerta lo sorprendieron.
Intrigado, dejó el vaso y la botella, y miró como distraído hacia la entrada de la habitación, aguzando el oído. Los golpes regresaron. Alguien llamaba a la puerta de su casa, pero… ¿quién?
Se levantó pesadamente y se echó encima la chaqueta negra, tomó la vela y bajó las escaleras murmurando:
-¿Quién será a ésta hora?
Llegó a la entrada a tiempo para escuchar unos golpes más. Abrió la puerta y dio un salto atrás, asustado.
Una figura vestida de negro, con el rostro cubierto por un grueso velo oscuro, estaba de pie frente a él. Ambos se quedaron inmóviles y silenciosos por unos segundos, y aunque el hombre no podía mirar la cara de la persona desconocida, sintió su mirada clavada en él.
-Perdone. –dijo la desconocida figura con una voz susurrante. -¿Vive aquí el señor Allan Poe?
El hombre, aún asustado por aquélla visión, repuso:
-Sí. Soy yo.
-¿Podría pasar, por favor? –suplicó la figura. El aludido se la pensó dos veces, no le atraía la idea de dejar a “ésa cosa” entrar a su casa. Pero el tono de ruego terminó por convencerlo, y le cedió el paso.
Condujo a la oscura silueta hasta la sala de estar, donde sólo había unas butacas, la chimenea y un piano abandonado.
-Siéntese, por favor. –le dijo. La figura se dejó caer suavemente sobre una butaca, y el hombre se apresuró a encender la chimenea. Acto seguido, y mirando de reojo a aquélla figura (quieta como si fuera un adorno más), se acercó a la mesita y tomó de ahí una botella de licor y dos vasos. Luego de servidos, regresó al lado del visitante y le tendió un vaso antes de sentarse frente a éste, en la butaca disponible junto a la chimenea.
-¿A qué debo el honor de ésta visita? –preguntó, revolviendo calladamente su vaso.
La figura se llevó las manos (también ocultas bajo unos guantes negros y raídos) a la cara y se arrancó el velo, que cayó sobre la desgastada alfombra. El hombre miró detenidamente a su interlocutora, y sintió un escalofrío en el corazón. La desconocida era una mujer, pálida y de aspecto débil, con los grandes ojos oscuros expresivos y tristes, y los labios, pequeños y delicados como los de una muñeca de porcelana, temblorosos y casi tan pálidos como las mejillas de aquélla joven.
Acto seguido, aquélla dama se quitó también el sombrero, y dejó caer sobre sus hombros unos cabellos tan oscuros como plumas de cuervo, revueltos y sin vida, como si hubiera padecido de una violenta enfermedad. El hombre dejó de mirarla escrutadoramente, y se dijo a sí mismo que, a pesar de su debilidad y palidez, había algo en aquél rostro que mostraba una belleza perdida recientemente.
-Perdone que haya venido así. –dijo ella. Ya no hablaba en susurros, sino con toda claridad. –Sin embargo las circunstancias me han obligado a hacerlo. No puedo sino salir de noche, y con el rostro oculto, porque si mi madre se enterara de lo que estoy haciendo… bueno… me metería en un problema enorme.
-¿Quién es usted? –dijo el hombre. –Me parece… conocida. ¿La he visto antes?
-No lo creo. –ella sonrió, pero era una sonrisa increíblemente triste. –Quisiera preguntarle algo, señor Poe.
-Claro, claro.
La joven sacó de su bolso un fardo de hojas que le tendió a su interlocutor. Poe tomó aquéllas hojas y dio un breve respingo. Eran las hojas de una revista, con el título de su cuento más famoso hasta ahora, “El Misterio de Marie Rogêt”.
-Usted lo escribió, ¿no es así?
-Sí. Por supuesto. ¿Qué le ha parecido?
-No se trata de gusto literario, señor Poe. Sino de otra cosa. –Poe miró nuevamente el serio y asustado semblante de la dama. –Yo sé que esta historia está… basada… en un hecho real.
-Sólo en parte. –explicó. –Las deducciones aquí presentadas son todos inventos míos. Aunque sí, admito que trabajé arduamente para acercarme todo lo posible a la realidad.
-Lo comprendo. Es por eso que he venido aquí.
-No entiendo.
La joven se mordió los labios, antes de decir, en un susurro atemorizado:
-Estoy aquí porque este relato me atañe directamente. Yo… soy Anne Rose Rogers. La hermana menor de Mary. La persona en cuyo asesinato se basó para escribir esto.
Poe se puso en pie, mirando estupefacto a la joven dama. Ya le parecía que la había visto antes; guardaba una similitud enorme con su bella hermana, los mismos cabellos negros, los mismos ojos grandes, los mismos labios delicados… solo que jamás habría imaginado que la desafortunada cigarrera Mary Cecilia tuviera una hermana, y mucho menos que, dos años después de publicar su cuento, ésta apareciera así como así en su casa.
-Señorita Rogers… -dijo él, aún perplejo. –Si viene usted aquí a preguntarme por el caso, le juro por lo que más quiera que todo ha sido inventado. Yo en ningún momento tomé parte en investigación alguna sobre lo de su hermana…
-No vengo a recriminarle nada. –lo interrumpió Anne. –Se trata de algo más grande. Vengo a pedirle un favor. Y deseo que no me lo niegue, porque entonces todo mi esfuerzo para localizarlo a usted habría sido en vano.
-Explíquese, por favor.
Anne se puso de pie, mirando a Poe directamente a los ojos, y dijo:
-Quiero que me ayude a investigar el asesinato de mi hermana.
La sola idea sonaba tan descabellada que Poe soltó una risita nerviosa.
-Señorita Rogers, creo que usted no entiende. Yo no soy ningún policía, no sé nada de investigar crímenes, sólo soy un escritor que…
-Un escritor que se acercó más a la realidad que la Policía misma. –saltó ella. –Por favor, se lo suplico, tiene que ayudarme. Han sido dos años terribles, mi madre ha caído enferma de tristeza y desesperación, yo no dejo de sentirme culpable e inútil por no poder haber averiguado nada aún, y usted es la única esperanza que tengo.
-Lamento no poder ayudarle, señorita Rogers…
-¡Bien! –saltó. –Le pagaré. Ponga el precio que quiera, ya veré cómo le pago, pero lo haré. Por favor, haré lo que sea pero ayúdeme.
-No se trata de dinero. La investigación está cerrada, a estas alturas sería imposible obtener pistas. –dijo Poe. –De verdad quisiera ayudarla, ojalá pudiera yo hacer algo para apaciguar un poco el dolor de su pérdida, pero entienda que lo que me pide es una locura.
Anne abrió la boca como para decir algo, pero la cerró bruscamente y se mordió los labios, con el rostro lleno de una profunda tristeza. Se dejó caer pesadamente sobre la butaca y se cubrió la cara con las manos. Poe se acercó a ella, apretó cariñosamente su hombro y tomó su propio vaso para ofrecérselo al tiempo que susurraba “ya, ya”. Anne dio un pequeño sorbo y luego lanzó un sollozo. El desconcertado escritor tomó su pañuelo y se lo tendió para que se limpiara las lágrimas.
-Sé lo que se siente perder a un ser querido. –dijo. –Créame, yo he perdido a muchos. Quisiera poder hacer algo por usted, lo que fuera, para no verla en ese estado. Pero en este momento no se me ocurre nada.
-¿Le digo algo? –musitó Anne, arrugando el pañuelo entre sus manos. –Yo también había creído imposible dar con usted. Es conocido en toda la ciudad, pero nadie parecía capaz de darme pista alguna sobre usted; duré muchos días investigando, buscando alguien que me diera una dirección, y justo cuando comenzaba a desesperarme, di con su paradero. Ahora… -añadió con amargura, y nuevas lágrimas se asomaron en sus ojos. –ahora temo que mi esfuerzo haya sido inútil.
Poe se llevó una mano a la boca con un gesto de pesar. Anne aún lloraba con cierta desolación en sus gemidos, con toda la pinta de haberse quedado sin una sola gota de esperanza en el cuerpo. El escritor se puso en pie, mirando las llamas que crepitaban en la chimenea; toda su vida había querido ser alguien, y hasta la fecha ese deseo parecía no haberse podido cumplir satisfactoriamente. Ahora, y de pronto, la oportunidad de hacer algo grandioso se le había cruzado… ¿Qué hacer entonces?
De pronto miró a Anne, que continuaba llorando en silencio, y justo cuando ella tomaba su sombrero y su velo, él exclamó:
-¡Pues bien! Debo estar loco, pero lo haré.
-¿Disculpe? –susurró ella, desconcertada.
-Ya me ha escuchado, lo haré. Le ayudaré a averiguar lo de su hermana. ¿Le parece?
-¿De verdad? ¿En serio lo hará? –los ojos de Anne se iluminaron repentinamente, y se lanzó a sus pies, tomándolo de la mano derecha que besó repetidamente. -¡Gracias, mil gracias, señor Poe! ¡Nunca dejaré de deberle esto!
Abrumado por aquélla muestra de desesperada felicidad, Poe ayudó a Anne a ponerse de pie y a colocarse el sombrero.
-Pero necesitaré de su ayuda, señorita Rogers. Será difícil, pero habré de conseguirlo aunque me muera.
-No hable más de muerte. –le rogó Anne. –Haré lo que usted me pida sin con eso logramos atrapar al asesino de mi hermana.
-De acuerdo. –dijo Poe. –Creo que lo más prudente será encontrarnos dentro de un par de días en algún sitio. Necesito que me dé toda la información posible sobre cualquier acontecimiento que nos ayude con el caso de Mary, ¿entendió?
-Como desee. ¿Dónde?
-No lo sé… ¿qué le parece el restaurante que está al final del Paso Este?
-Ya sé cuál. –dijo Anne. –El Royal Horse, ¿cierto?
-Justamente. La espero ahí al mediodía pasado mañana, ¿está bien?
-Excelente. Estaré ahí.
Poe acompañó a Anne hasta la puerta, donde la joven volvió a colocarse el velo.
-Gracias, señor Poe. Muchas gracias.
-Ni lo mencione. –respondió él, y miró partir a la extraña figura, perdiéndose entre la helada niebla de aquélla inquietante noche.
P.D Este es sólo el primer capítulo, ¿qué les pareciò?
1 comentario:
Lobita no te he dejado claro que no me gusta que me dejes a la mitad de tus historias?
Como para cuándo la otra parte?
Saludos!!
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