FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



lunes, 25 de octubre de 2010

CAPÍTULO 10!!!

10
Dios Ayude a los Marginados
Despertar al día siguiente fue difícil, en primer lugar por la molesta posición en que había dormido, y en segundo lugar porque recordé en dónde estaba y porqué estaba ahí. Vivian ya había salido, y cuando bajé las escaleras lo encontré comiendo una manzana; me ofreció una con un gesto inocente y hasta alegre en la mirada, y tomé mi patético desayuno, dispuesta a descubrir un par de cosas. Margot sólo había tenido dos días de vida, mismo tiempo que calculé para mí; me quedaban, entonces, veinticuatro horas para descubrir el misterio detrás de los asesinatos en el bosque de Bath.
-¿En qué piensas, Alessa? –me preguntó Vivian.
-En nada. –dije quitándole importancia. –Sólo recordaba…
-¿Recordabas? –me preguntó.
-Sí. Recuerdo el día que nos conocimos. –dije. –Nos vimos en…
-En tus sueños. –dijo él. –Me acuerdo muy bien.
-¿Cómo lo haces?
-No sé. –dijo. –Me dijeron que si deseaba algo con todas mis fuerzas sólo debía pensarlo y… lo tendría.
-¿Quién te dijo eso? –pregunté, intrigada.
-No me acuerdo. –respondió con tono monótono. No insistí.
-¿Hoy qué haremos?
-No sé. ¿Quieres jugar afuera, en los árboles?
-Sí. De acuerdo.
Salimos de vuelta al bosque de manzanos. Era un verdadero laberinto por el que podía fácilmente esconderse alguien, lo noté casi de inmediato, pero no tuve mucho tiempo para meditarlo porque de la nada, Vivian dio la señal y salió corriendo a través de los árboles. Yo lo seguí lo más aprisa que pude, guiada por sus gritos algarábicos. Paso a paso me internaba aún más en la espesura de los manzanos, y crucé por el lado del árbol más grande, donde estaban tallados los nombres de las niñas, y sentí una punzada de miedo.
Frené mi carrera. Acababa de concebir una idea.
Silenciosamente me deslicé entre los árboles hasta llegar a un claro. No recordaba haberlo visto, pero guiándome desde el árbol principal, había caminado hacia la derecha. Ahí, entre la espesura, estaba una especie de pasadizo, que no tenía nada que ver con el oscuro sendero de los árboles. Éste había permanecido oculto debido a los altos matorrales, pero si los cruzaba, podría fácilmente hallar un camino. Y mucho me sorprendí cuando, al asomarme, vi un pedazo de suelo que no tenía ni tierra ni plantas, sino gravilla. Aquél descubrimiento me hizo sentir una curiosidad terrible, al mismo tiempo que encontraba una ruta de escape si es que, seguramente, llegaba a necesitarla.
-¡Te atrapé! –gritó Vivian tras de mí, haciéndome saltar de miedo. Apenas recuperarme, sonreí, fingiendo inocencia. -¿Qué haces, Alessa?
-Sólo miraba ésas gravillas. –dije. –Qué raras son, ¿no?
De pronto, Vivian mudó su tono de voz infantil, y mirando las gravillas con cierto terror me dijo:
-Llevaba mucho tiempo de no verlas. Creí que el bosque ya se las había comido.
-¿Qué son? –pregunté.
-Un camino. –dijo. –Un camino que nunca uso.
Y dicho esto, dio la media vuelta y emprendió el camino a casa. Lo seguí en total silencio, fascinada por ésa nueva y curiosamente siniestra revelación.
Poco a poco las cosas se esclarecían: Vivian no salía más allá de sus terrenos llenos de manzanos; el camino de gravilla parecía asustarlo o molestarlo; fingía no saber nada de las niñas, aunque había mencionado a Margot vagamente, y le tenía pavor a la soledad y a sus pesadillas. Encima de todo, actuaba con tanta puerilidad que de inmediato supe que era un desequilibrado mental, y a juzgar por el violento sueño tenido la noche anterior, él había sufrido mucho siendo un niño. Al menos, eso explicaba un par de cosas, pero no todo.
Llegó la tarde, y una fuerte lluvia cayó sobre el bosque. Lejos de ahí, a unos kilómetros cerca del lago, la policía continuaba buscándome, entre ellos estaba el oficial con el que la señora Castle había hablado cuando Margot desapareció; miraba intrigado los terrenos que se cubrían con la lluvia, pensando en algún detalle que pudieran haber olvidado, algún insignificante detalle que pasaran por alto y que fuera la pieza clave para evitar una víctima más.
-Debemos irnos. –le anunció a su equipo. –Si no han hallado nada más, nos vamos.
-Nada, señor. –dijo uno de los agentes. –Señor…
-¿Sí?
-Tengo una hija, de ocho años. –dijo con pesar. –Usted no tiene idea de lo duro que se me hace pasar los días buscando en éste maldito bosque sólo para hallar… a alguien más.
-También a mí. –dijo. –Vámonos, de todos modos la lluvia no nos ayudará en nada.
Dentro de la casa, Vivian se había quedado dormido al lado de la estufa. Yo, que estuve casi media hora totalmente estática en el sofá y con los puños apretados, vi mi oportunidad de buscar las pistas que tan urgentemente necesitaba. Así que, silenciosamente, subí las escaleras y entré a la habitación de Vivian. Revolví calladamente los cajones, busqué debajo de la cama, entre el colchón… Nada, además del zapato abandonado. No había más.
Decidí probar suerte en la puerta que permanecía cerrada y sin clausurar. La abrí con un escalofriante chirrido, y me encontré con una visión extraña; había al fondo una cama pequeña, con las mantas roídas por el tiempo. Del techo colgaban unos adornos infantiles, al otro lado estaba un árbol de Navidad seco, con unas pocas viejas esferas aún colgando de sus marchitas ramas. Alguna vez, pensé mientras recorría el lugar, un niño fue feliz ahí.
Me dirigí al ropero, que estaba apostado contra la pared, del lado de la ventana, donde todavía caía la lluvia, y lo abrí. Lo primero que saltó a la vista fue una caja de color negra, cubierta por lo que parecían trozos de hojas o de flores. Abrí la caja.
-¡AAH! –grité al ver dentro de ella los restos asquerosos de un animal, seguramente una ardilla. Cerré la caja con el corazón alterado y volví a buscar, rezando por no encontrarme otra vez con otro cadáver más.
Di con un portafolio que decía en el exterior “Vivian Roberts”. Lo abrí, ávida por descubrir la secreta historia del bosque de Bath, y del portafolio salieron varios papeles.
Uno de ellos era una deslucida fotografía de una hermosa casa. Imaginé que era la casa de Vivian, y la dejé a un lado. Encontré también su acta de nacimiento; había nacido curiosamente el mismo día que yo, pero doce años atrás. También había varios papeles con nombres de hospitales, anunciando los aires de fatalidad cuando él tendría apenas unos seis meses de nacido:
-Problemas de comunicación y aprendizaje. –leí. –Comportamiento obsesivo y dependiente, exagerado en un niño. Pavor a la oscuridad.
Era una crónica deprimente. Vivian no había hablado sino hasta cumplir los cuatro años, y se comportaba como un bebé. Debieron ser días oscuros para sus angustiados padres, pero por lo visto, la cosa se puso peor. Al cabo de ocho años desde su nacimiento, hubo un registro de un hospital psiquiátrico, donde fue examinado varias veces, y como resultado, al menos cinco médicos habían escrito “retraso de reloj biológico mental”. Imaginé que con ello habían querido referirse a su comportamiento infantil cuando ya debía actuar de otro modo. No había aprendido a leer ni a escribir sino hasta los diez años, y con varias dificultades (uno de los médicos había puesto que era incapaz de escribir con la mano derecha), pero ningún registro hablaba de conducta violenta. Uno de ellos había aclarado, incluso, que la mente de Vivian estaba tan infantilizada que desconocía la violencia y que éste la provocaba tal miedo que no podía defenderse siquiera. Entonces recordé los gritos del niño, e imaginé que su padre, desesperado por la enfermedad de su hijo, lo había atacado siendo muy pequeño para descargar su frustración, y sólo su madre lo había intentado proteger.
Seguí leyendo. Había quedado huérfano a los once años, cuando hubo un incendio. Lo supe por un recorte de periódico donde se mostraba la foto de la casa, ya con huellas de su futura decadencia. Pero, ¿dónde estuvo Vivian todo ése tiempo? Leí que lo habían rescatado y enviado a un orfanato.
-Un orfanato. –revolví las hojas y palidecí. –Orfanato de Coventry.
Había estado en el mismo sitio que yo. Sin embargo, no duró más de dos años ahí, porque después fue internado en un hospital fuera de Unknow Hill. Y… ¿luego?
Nada.
No había más registros, a excepción de un minúsculo recorte de periódico, fechado diez años atrás, donde el hospital anunciaba de la desaparición de Vivan y daban sus señas.
¿Cómo pudo Vivian guardar todos ésos papeles ahí y haberlos olvidado? Ignoré ésa pregunta y revisé los otros objetos. Había varios dibujos infantiles de Vivian. En ellos, estaban sus padres sonriendo con gran alegría, y un niño que estaba entre ellos, pero no parecía ser Vivian. Supuse que él, en el fondo de su pesar, se había dibujado tal y como sus padres desearon que fuera: un niño normal y feliz.
Dejé los dibujos a un lado y me concentré en la fotografía. Estaba rota, pero se veía la casa, totalmente construida y preciosa; ahí estaba una pareja, sonriéndole a la cámara. La mujer, alta y delgada, debía tener el cabello rubio, algo difícil de saber porque la foto estaba a blanco y negro. El hombre tenía un bigote espeso y negro, y sujetaba de una mano a un niño que sonreía contento; era pecoso y de pelo oscuro como su padre.
-Tuviste un hermano. –dije sorprendida. Del otro lado, en los brazos de su madre, estaba Vivian. Miraba con puerilidad al frente, llevando un babero que le cubría hasta el estómago. Incluso en la fotografía era notable el color rojizo de su cabello y la dulzura infinita y atormentada de su mirada. Sonreí al bebé de la fotografía. –Cómo pudiste transformarte en un monstruo, Vivian. –musité con melancolía, y volví a guardar apresuradamente todos los papeles en el portafolio. Había dejado de llover, y por el cielo se notaba un sucio ocaso. Mi tiempo se estaba agotando.
Salí de la habitación, cerrando con sumo cuidado la puerta, y al darme la vuelta choqué con Vivian.
-¡Ah! –grité al verlo.
-¿Qué hacías ahí, Alessa? –me preguntó con los ojos llenos de desconfianza.
-Nada, yo solamente… paseaba. –dije.
-¿Viste algo? –no contesté. Noté una nota de furia en la voz y me entró pánico. -¿Viste algo?
Al no obtener respuesta alguna, me empujó violentamente y entró a la habitación. Locamente se abalanzó sobre el ropero, lo abrió y rebuscó entre los escombros. Lo vi abrir la siniestra caja donde guardaba a la ardilla y lo oí musitar con tristeza:
-Pobre Chubby. –dicho esto, dejó la caja a un lado y extrajo en portafolio. Di un respingo demasiado fuerte, y Vivian me miró.
-¿Has visto lo que hay aquí? –me preguntó fieramente.
-No… No. –dije rápidamente.
-Nadie debe verlo. –dijo con un tono monótono. –Nadie debe verlo, porque es una vergüenza. Es una vergüenza para toda la familia, y yo la provoqué. Yo la traje a la familia, todo lo que pasó fue mi culpa. Todo, todo… cuando papá se enojaba fue por mi culpa, porque yo era malo y lo merecía. Cuando se incendió la casa fue mi culpa…
-¿Tú encendiste la casa? –pregunté suavemente. Vivian negó con la cabeza.
-Fue mi culpa porque yo cansaba a mamá, ella pasaba muchas horas despierta cuidándome y se quedó dormida con la estufa encendida. Todo se quemó, todo… Ellos se la llevaron y me quedé solo. Solo.
Soltó el portafolio y repentinamente se dejó caer, sollozando. Sentí lástima por él, pero no me atrevía a acercarme por temor a que me atacara o algo peor, así que me rezagué y lo escuché gemir largamente.
-Vivian, ¿qué fue lo que pasó? –lo cuestioné.
Me miró largamente, sin ponerse de pie, y desde su posición fetal comenzó a hablar:
-Decían que yo tenía algo, que no era normal. Papá decía que yo era un error, una basura. Me pegaba cuando no hacía algo bien, me pegaba muy fuerte, y yo lloraba. Mamá también lloraba, y me llevaba a mi habitación y me curaba. Todas las noches se quedaba conmigo, contándome cuentos y cantándome canciones.
Recordé a Margot… “¿Quieres saber de dónde saco los cuentos? Alguien me los dice”.
-Entonces la casa se quemó. –siguió Vivian. –Mamá y papá se fueron. Me dijeron que todo estaría bien y me llevaron ahí…
-A Coventry. –dije. Vivian asintió.
-Yo no era feliz ahí; todos me miraban extraño y me sentía solo. Entonces me llevaron lejos de Coventry, a un hospital. Me dijeron que ahí estaría bien, pero tampoco fue cierto. Me encerraban y me hacían… cosas horribles… -un escalofrío lo recorrió de arriba abajo, y me pregunté qué clase de horrores había sufrido en el hospital para sentir tal pánico. Cerré los ojos, y no sé porqué, vi en mi mente, claramente, la imagen de un muchacho, más joven incluso que yo, encerrado en una habitación acolchada, gritando de miedo por la oscuridad… Luego, ése mismo muchacho era atado a una cama, recibiendo terribles electrochoques… Era una imagen tan vívida, la de ése pobre chiquillo pelirrojo llorando largas y frías noches en el hospital, que abrí los ojos para apartar ésas memorias de pesadilla.
-¿Y después? –le pregunté.
-Me escapé. –dijo. –Yo quería volver a mi casa, aunque mamá ya no estuviera aquí. Tenía miedo de que me encontraran. –tragó saliva, dirigiéndome una mirada horrorizada. –Pero me encontró.
-¿Quién? –pregunté.
-Me dijo que yo debía hacer algo para pagar por lo que había hecho. Entonces me dijo que debía ser bueno y no hablar nunca más con nadie. –dijo velozmente, como si fuera una memoria reciente. –Pero a mí me daba miedo estar solo, y me dijo que yo podía estar acompañado si lo deseaba. Y entonces… llegó ella.
-Emily… -dije.
-Ella era muy buena. –me explicó Vivian. –Nos divertíamos mucho juntos, y ella me dijo que me quería, que era el mejor amigo del mundo. Entonces…
Me quedé en absoluto silencio, ni siquiera me atrevía a respirar. Estaba a punto de descubrir el terrible secreto, y por fin, solo así, Margot y las demás niñas se salvarían…
-Entonces… se puso el vestido. –me dijo. –Se veía hermosa, como una muñequita, y jugamos toda la tarde. Pero luego… Luego ella se fue.
-¿Qué? –dije, sorprendida. -¿Cómo que se fue?
-Se marchó. –musitó. –Yo me sentí muy triste y enojado, pero él me dijo que no debía preocuparme, que yo podría atraer a una nueva amiguita. Y así fue. Pero cada vez que llegaban y se ponían el vestido… se marchaban. Y nunca volvían.
-Vivian. –dije secamente. -¿Qué le pasó a Margot?
-¿Margot? –dijo Vivian. –Lo mismo. Se puso el vestido y se fue.
-No, Vivian. –dije tratando de controlar mi ira. –Margot no se fue. Ni Margot ni Emily ni ninguna de ésas niñas se fue. Tú las mataste.
-¿QUÉ? –bramó Vivian, palideciendo hasta la raíz del pelo.
-¡Sí, Vivian! –chillé. -¡Las mataste, a todas y cada una de ellas!
-¡No, no! –dijo él, horrorizado. -¡No están muertas!
-¡Sí lo están, Vivian, tú las mataste! –grité. -¡Tú las mataste y las abandonaste en el lago! ¡Por eso tienes ésas pesadillas, Vivian, sueñas con todas las niñas que mataste!
-¡Yo no las maté, yo no las maté! –sollozó lleno de angustia. -¡Yo no les hice nada, nada! ¡Ellas iban a volver, él me dijo que volverían!
-¿Quién, Vivian, quién?
-¡Pero él no me dijo nada sobre ti! –replicó, como si no hubiera escuchado mi pregunta. -¡Él no lo sabe, yo te traje aquí porque Margot me lo dijo, ella quería que estuviéramos los tres juntos!
-¿Quién te dijo de las otras niñas, Vivian? –pregunté. -¿La misma persona que las llevó al lago?
-¡Me dijo que nada malo les pasaría, que sólo saldrían por un momento y ya! –lloró horrorizado.
-¡Vivian! –dije, sujetándolo de los hombros. -¿Quién te hizo que atrajeras a las niñas? ¿Quién se las llevó? –se mordía los labios y balbuceaba desesperado. –Vivian, ¿es la misma persona que te dio las muñecas, no es así? ¿Es quien les dio los vestidos? ¡Dime, por favor!
-No…. No puedo decirte… No puedo…
-Vivian. –dije. –Por favor…
Respiró profundamente, sin dejar de mirarme. Separó los labios y murmuró:
-Yo no quiero que te vayas, Alessa.
De pronto, hubo un súbito silencio. No se escuchaba nada más que unos pasos afuera. Miré la luna por la pequeña ventana de la habitación, y sentí un escalofrío. Era la misma luna de siempre: enorme, dorada. Mi tiempo había terminado.
Oí la puerta abrirse. De pronto, Vivian se puso de pie rápidamente y me tomó de un brazo.
-Ven. –me ordenó.
-¿Qué? ¿Qué haces? –dije, horrorizada. Corrimos hasta su habitación y me empujó dentro. Luego, me obligó a ocultarme debajo de la cama.
-Vivian, ¿qué haces? –pregunté.
-No hagas un solo sonido. –me pidió. –Quédate ahí.
-¿Porqué? –pregunté.
-Porque no quiero que te vayas tú también. –dijo. Desapareció tras la puerta y me quedé ahí, agazapada, preguntándome qué era aquello a lo que Vivian le tenía tanto miedo y de lo que me ocultaba.

P.D El miércoles subo el capítulo 11 y el viernes el último capitulo!!!

1 comentario:

Guerrero dijo...

Que intenso se pone...