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Luz de Luna
Al día siguiente, la señora Castle había llamado a la policía, para contarle del terrible suceso. A Margot la trataban como a una desaparecida común, pero yo, en mi interior, sabía que algo terriblemente peor estaba sucediendo, quizá, en ése mismo instante.
Aquélla noche a duras penas pude conciliar el sueño, pensando en mi hermana, preguntándome en dónde podría estar, deseando saber si seguía buscando su vereda, si (milagrosamente) ya la había encontrado, y deseando saber qué había encontrado ahí. Tenía miedo de despertar y darme cuenta que Margot seguía en el bosque, caminando en quién sabe qué sitio, acompañada por algún desconocido siniestro, o si estaba sola, abandonada, olvidada del mundo al que tanto detestaba…
Todo por mi culpa. Yo, que había prometido ayudarla y protegerla, yo era la única culpable de su repentina desaparición. Yo tenía le culpa de que su mente hubiera dibujado ésa macabra fantasía infantil, de que hubiera deseado escapar…
Pero, si sólo se trataba de un juego, ¿de dónde había sacado la muñeca? ¿Quién la había confeccionado? ¿Quién había bordado la letra V en la espalda de aquél escalofriante juguete? ¿Con qué intención? No me cabía en la cabeza, no había manera de que una fantasía tan tonta se volviera, repentinamente, realidad. Una realidad horripilante, una realidad que no era mía, y a cuya merced se encontraba Margot.
Llegó la mañana. Margot llevaba unas doce horas perdida. Yo no podía ni comer bien, porque el miedo me atenazaba la garganta y me impedía tragar; supuse que era un castigo, una manera muy personal de mi mente de castigarme por el crimen cometido. Al mismo tiempo, deseaba secretamente que aquél castigo hubiera llegado antes, que en ése momento yo me encontrara en la cama de algún hospital como pago de lo hecho, pero no que Margot, mi preciosa Margot, la inocente víctima de algo que estaba fuera de su poder, pagara caro el error que yo cometí.
Aquélla tarde, seguí de pie frente al cancel de Coventry. Deseaba ver pasar el coche de la policía, y saber que dentro de él iba Margot, dormida quizá, hambrienta, pero sana y salva. Deseaba abrazarla, decirle lo mucho que lamentaba lo sucedido, pedirle perdón de rodillas si era necesario, pero volverla a ver ahí, conmigo…
-Alessa. –me llamó la señora Castle cuando comenzaba a anochecer. –Ya es muy tarde, querida, debes ir a dormir.
-No puedo. –repliqué, aferrada a los barrotes del cancel, mirando la carretera. –No puedo dormirme. Margot…
-Margot estará bien, Alessa.
-¿Bien? –pregunté. -¿Bien allá afuera, sola, sin comida, sin techo? –repentinamente le di un brusco golpe al cancel. –Esto es por mi culpa, ¿verdad? ¡Es por mi maldita culpa!
-Alessa, por favor. –suplicó la señora Castle, sujetándome de los hombros. –De nada sirve culpar a nadie en este momento. Por favor, serénate y mantén la fe, Alessa. Tu hermana estará bien y a salvo mientras debes de culparte y de odiarte tanto. –me dio la media vuelta y me miró directamente a los ojos. –Tú, Alessa, tienes tanta culpa de eso como Margot.
-Pero Margot no…
-Margot no tenía la intención de hacer mal alguno, solamente actuó por un arrebato de un sentimiento demasiado poderoso que no pudo controlar. –dijo la buena mujer. –Ahora, Alessa, vete a descansar, ya es muy noche y puedes resfriarte.
-Yo… -asentí dócilmente, y me dirigí a mi dormitorio. No era el frío del otoño lo que me helaba, sino el frío de la incertidumbre, del abandono, del dolor…
Aquélla noche, no pude dormir. No soñé nada, al menos nada que pudiera recordar, pero desperté llamando a mi hermana desde el recóndito horror de mi mente hasta el corazón del bosque, temiendo por su vida y por la mía, como si de una sola persona se tratara.
Vi la ventana abierta de par en par, con su viento soplando, llorando en la noche, corriendo por Coventry y por el bosque. Me puse de pie para cerrar la ventana, y entonces palidecí, al ver sobre el bosque, la luna.
-Dios mío… -susurré. La luna, grande, dorada, maldita… Dorada como ésa noche… Pero esta vez no se trataba de un sueño, esta vez la luna era real, real como aquélla noche, cuando la sangre corrió y Margot y yo nos vimos atrapadas en un limbo de duda y de miedo.
-No, no… -dije, arrodillándome frente a la ventana, con los ojos fijos en aquélla luna maldita. –Ella no, por favor… ella no… ella no…
Lloré y supliqué, recé al cielo por ella, seguí gimiendo largo rato… y ésa luna desgraciada seguía brillando, gozando con mi inquietud… La luna… y Margot… mi dulce Margot…
-Alessa. –por un momento, creí que esa voz le pertenecía a Margot, pero al despertar descubrí que se trataba de la señora Castle. Me incorporé, dolorida por la incómoda postura en que dormí.
-¿Ya hay noticias, señora Castle? –pregunté. Ella negó con tristeza.
-Aún no hay nada, Margot. Pero ten fe, eso es bueno. –agregó.
-¿Porqué? –pregunté.
-Porque… al menos sigue viva. –me aseguró con tono fantasmal. Yo la miré con duda, sin saber si sería bueno contarle lo que había ocurrido…
-Señora Castle…
-¿Qué pasa, Alessa?
-La he visto. –musité. –He visto la luna anoche, señora Castle. Era grande y amarilla. Como la noche en que… en que mis padres…
No pude continuar, sentí un temblor inquietante en mis rodillas. No, Margot no podía estar…
-Ha sido una coincidencia, nada más. –susurró ella. –No significa que… Margot…
Ladeé la cabeza con cierta indulgencia. Pobre señora Castle, ella no sabía… No sabía lo que yo había visto, lo que viví… Pero al menos mantenía en mí viva la esperanza de que Margot pudiera, acaso, volver.
-¿De verdad? –pregunté, con un doloroso nudo en la garganta.
La buena mujer apretó los labios, y luego dijo:
-Sí, Alessa. Así es.
Pasé ése día en completo silencio. Temía volver a ver esa luna, y deseaba que aquél cancel se abriera para dar paso a Margot, agotada, con hambre y con miedo, pero viva. Viva… ¿Y qué haría entonces? Quién sabe, en eso no pensé. Sólo quería verla regresar, sana y salva…
Pasé otra noche en vela. Miraba de reojo la enorme luna, totalmente blanca, inmóvil sobre el bosque, quieta y expectante. Deseé poder hablar con ella, preguntarle si acaso había visto a Margot en algún lugar de Unknow Hill, y, si era así, pedirle que me dijera cómo estaba, si había dormido bien, si no se había hecho daño, si acaso pensaba en mí con odio o con decepción.
Ninguna de ésas respuestas iba a darme, sólo se contentó con mirarme desde lo alto, fríamente, como una mujer de modales afectados. Yo sólo recé por el bien de mi pobre hermana.
Llegó la mañana, más fría que nunca. Se cumplía el tercer día de desaparición de Margot, y la cuarta noche de angustia para mí. No había podido desayunar tampoco, me dolía el estómago más que nunca; imaginé, como era ya la costumbre de mi espíritu divagante, que Margot debía sentirse hambrienta también, a tal grado que el estómago le dolía, y por lo tanto, el llamado de sangre me afectaba de igual forma. Pronto, cuando lograra tragarme ése vaso de leche, sabría que Margot tomaría fuerzas y lograría volver.
Mi sorpresa fue enorme cuando vi a la señora Castle caminar hacia el cancel. Mi corazón dio un brinco de júbilo, y solté los cubiertos para seguirla. Ahí estaba, estaba el auto de la policía y una camioneta que seguramente era de ellos, ¡oh, qué alegría! Imaginé que de un momento a otro, mi Margot bajaría de alguno de los vehículos, y al verme echaría a correr a mí, y nos abrazaríamos con el mismo cariño de antes…
Llegué al lado de la señora Castle. Me sorprendió verla tan pálida. El policía hablaba despacio, casi con duda.
-Inspeccionaron la zona… Hubo muchas cosas…
-Pero no entiendo, señor. –replicó mi mentora.
-Lo que… lo que trato de decir es que… esto ya ha pasado antes… Pero…
-¿Y Margot? –pregunté ansiosamente, mirando la patrulla. -¿Dónde está Margot?
-Señorita, usted no debería…
-Ella es la hermana de Margot, oficial. –dijo la señora Castle. –Ahora, déjese de rodeos y dígame…
-Bueno, nosotros… la encontramos… -dijo el oficial. –Pero lo que quiero decirle es que…
-¿Dónde está? –gemí, desesperada. -¿Dónde está Margot?
El oficial y su compañero, un silencioso muchacho que permanecía de pie atrás de la camioneta, me miraron con duda.
De pronto, lo supe. Comprendí de pronto aquéllas miradas.
-¿Margot? –musité. Al no hallar respuesta alguna, caminé hacia la camioneta, como impulsada por un sentimiento totalmente ajeno a mí, e ignorando el murmullo del policía, abrí la puerta.
A mis espaldas, y para mi infinito horror, oí a la señora Castle gemir:
-¡No! ¡Dios mío, no!
Todo fue muy confuso. A fuerzas abrí la puerta y forcejeé por separarme del joven policía, que intentaba en vano alejarme. Grité, le ordené que me soltara, peleé mientras la señora Castle seguía llorando, y por fin me liberé del hombre y entré de lleno.
Sólo había una camilla, con un bulto cubierto por una sábana blanca. Extendí mi mano y retiré con un jalón la manta blanca. Y mi corazón dejó de latir.
La vi por una fracción de segundo, tiempo suficiente para que quedara grabada en mi memoria, eternamente, la imagen. Era Margot. Margot, que llevaba un extraño vestido infantil lleno de holanes… Margot… Y aquello que manchaba su pecho y su vientre debía ser sangre, su sangre, mi sangre…
Todo lo que podía oír era el golpe de mi corazón, un golpe nervioso y violento que me inundaba la cabeza, y mis ojos seguían fijos en mi hermana, que había partido de éste mundo a un lugar donde no volvería a sufrir ningún daño.
-¡Margot! –la llamé. -¡Margot! ¡Margot!
Dos pares de manos me llevaron lejos de ella, pero yo seguí gritando:
-¡NO, NO, ELLA NO ES MI HERMANA! ¡ELLA NO ES MI HERMANA! ¡MARGOT NO ESTÁ MUERTA! ¡MARGOT! ¡MARGOT!
Grité, lloré, pataleé con gran horror. La imagen de Margot seguía clavada en mi cabeza, como un castigo permanente en contra de mi egoísmo, un castigo que había destruido la vida de otro y que logró hundirme en el dolor, un dolor que no había sentido jamás…
-¡MARGOT! –seguí gritando. -¡MARGOT! ¡NO! ¡AAAAAAH!
Me habían clavado una aguja en el brazo. Seguí peleando unos segundos más, llorando dolorosamente, llamando desde lo más recóndito de mi corazón a mi hermana.
-Margot… Margot…
Caí en un profundo sopor. Ya no escuché nada, ni la voz de la señora Castle, ni mi corazón. Suspiré. ¿Era eso, acaso, la muerte?
De pronto, abrí los ojos.
Ya no estaba en Coventry. Me encontraba de pie frente a una vereda, rodeada de árboles hermosos y de colores imposibles, cuyas copas se unían formando un arco oscuro. Caminé a través de él, atraída por el destello de luz que se encontraba más allá, escuchando a mis pasos el quejido suave del viento y el débil murmullo de las hojas.
Llegué al final del camino, y me encontré con una parte del bosque totalmente diferente. Había ahí grandes y frondosos árboles, llenos todos de hermosas manzanas, rojas y redondas, tan bellas y tentadoras como nada que hubiera visto jamás. Quedé ahí, fascinada por ellas, preguntándome qué sucedería si me acercaba y tomaba una.
Pero una voz, dulce y divina, que yo conocía y anhelaba, me interrumpió.
-Alessa.
Miré. Y debajo de un árbol, estaba mi querida Margot. Ella sonreía, mostrando aquéllas sonrosadas y preciosas mejillas que tanto le admiraban. Estaba ahí, viva, sana y salva.
-¿Margot? –pregunté, dudosa. -¡Oh, Margot! –corrí a su encuentro y la abracé fuertemente contra mi pecho. Nada me podría haber hecho más feliz que aquello, que ver a Margot ahí, conmigo. Ahora volveríamos a casa, y nunca, nunca más volvería a suceder una desgracia parecida…
Me separé de ella, mirándola sonriente. Se veía preciosa, con aquélla roja manzana atrapada en su mano, y aquél largo y sedoso camisón blanco… Y aquéllas alas en su espalda…
Fue ahí cuando mi sonrisa resbaló. Margot me miraba intensamente, a la vez que yo sentía de nuevo el miedo atenazarme, y le pregunté:
-Margot… ¿qué pasa?
Ella ladeó su cabeza, indicándome que mirara a mi alrededor. Volteé a ver los demás árboles, y no había notado que debajo de varios árboles, había niñas pequeñas, como Margot, e igualmente cargaban manzanas en sus manos y vestían como ángeles. Todas ellas, preciosas criaturas de sonrisas tristes, me miraban con gran pesar, y comprendí de pronto de dónde venían los sollozos que escuché al cruzar la vereda.
Me volví hacia mi hermana y me arrodillé.
-Margot… ellas… ¿ellas están muertas?
-Sí. –dijo simplemente, como si fuera lo más natural.
-Y… ¿tú estás muerta?
-También.
-Oh, no… -me hundí los dedos entre los cabellos, temblando visiblemente. –No, no…
-No te preocupes ni llores por nosotras, Alessa. –me pidió. –Para nosotras ya es muy tarde, pero no para quienes vendrán después.
-Qué? –gemí. -¿Habrás más…?
-Así es. Pero tú puedes evitarlo, Alessa. –me explicó Margot. –Tú puedes evitarlo porque eres más fuerte que nosotras. Tú puedes descubrir la verdad y ver lo que ellos no pueden ver, y así tú salvarás lo que ha quedado de nosotras, encerradas en este paisaje de ensueño que no es más que una trampa maldita.
-Pero Margot… -lloré. Ella tomó mi rostro entre sus manos, dejando caer la manzana, y sonrió amorosamente.
-Tú puedes salvarnos la vida, Alessa. Tú puedes evitar que haya más víctimas, más familias destrozadas y más miedo.
-Pero no sé cómo, Margot. –protesté.
-Sueña, Alessa. Sueña y encontrarás la respuesta. –respondió.
Hubo tras eso un silencio y una oscuridad enorme, producto de mi desesperación y mi miedo. A través de mis párpados no veía nada, solamente el destello de luz de la luna dorada que se perfilaba cruelmente en mi ventana.
2 comentarios:
Muy interesante, lástima que Margot haya tenido que morir.
Vamos, la siguiente parte que ya la estoy esperando.
Saludos.
No por qué Margot!? Que mal, pero esto se pone cada vez más interesante
Ya no aguanto por leer la otra parte =Z
saludos
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