8
Azul y Rojo
Valientemente, di un paso al frente para entrar a la oscura vereda, con la cabeza en alto e ignorando el frío del viento otoñal. Pero repentinamente salí impulsada hacia atrás, presa de un inesperado ataque de pánico, y dando media vuelta, corrí a refugiarme a los pies de un gigantesco roble, cuyas hojas formaban un encantador montículo naranja y café en el que me acosté.
¿Porqué sucedió eso? Quizá nunca logre averiguarlo, pues aún ahora sólo poseo conjeturas; quizá mi instinto de supervivencia me obligó a alejarme del peligro bruscamente, apenas mi mente se vio liberada del juego de quien me había llevado hasta ahí; quizá simplemente me dio miedo enfrentarme a lo desconocido, a cruzar por ese tramo siniestro a la mitad de la noche; o quizá, era porque mi mente había creído escuchar, apenas acercarme a los tétricos árboles, los llantos angustiados de diez almas que habían sido arrancadas cruelmente de su vida dichosa en ése mismo sitio.
Cualquiera que haya sido la razón, lo único verdadero es que me quedé ahí, en posición fetal y con el rostro cubierto por mis manos, deseando despertar de ésa horrible pesadilla y descubrir que jamás había salido de Coventry, que de hecho, estaba en mi cama profundamente dormida, y que al llegar la mañana sería Margot quien volviera a saltar sobre mi cama para despertarme.
Volví a abrir los ojos, sólo para encontrarme en medio de la fría mañana y con la vereda de árboles totalmente quieta y expectante ante mi vista. Me puse de pie, entumecida por el frío y por la posición en que dormir, por no mencionar mi incómodo lecho, y luego de sacudirme las últimas hojas de la ropa, volví a quedarme plantada frente a ésa boca de lobo.
Moría de ganas por salir de ahí y regresar a Coventry, pues para mi desesperado estado mental, aquello era casi como si cruzara las puertas del inframundo, y no tenía idea de qué fatalidad podría estarme esperando del otro lado. Seguramente, sería mi propio fin, y en lugar de socorrer al alma perdida de mi pobre hermana simplemente iría a reunirme con ella y con las otras niñas, y nos quedaríamos ahí eternamente, sujetando entre las manos el objeto maldito que nos condenó… Yo no iba a sacrificarme de esa manera.
Con los pies fijos en el suelo, miré a mis espaldas. Quizá podría encontrar el camino de vuelta al pueblo; sólo debería arriesgarme a otra caminata y, al llegar, a los gritos de la señora Castle que a esas horas, seguramente ya habría notado mi partida. Nada más era cuestión de recordar los lugares por los que pasé.
Di media vuelta y me encaminé para echar a andar entre los árboles, con el alma encogida por el miedo y por la cobardía. Di un par de pasos en dirección opuesta, lista para salir del bosque, pensando con gran tristeza en Margot y preguntándome con temor si es que, por mi culpa, habría otra víctima.
Llegué a un par de metros cuando, de pronto, me paralicé. Mi mente se había quedado totalmente en blanco, los ojos, fijos en la nada, y un silencio aplastante musitando en mis oídos. No pensaba ni sentía nada, solamente estaba ahí, quieta, rodeada de aquéllos colores rojizos que se mostraban a mi alrededor con las hojas de los árboles, con los troncos, con la débil luz del sol…
Una violenta ráfaga de viento cruzó el bosque en dirección mía. Al sentir el frío en mi cara, repentinamente, di la vuelta y corrí hacia el último lugar por el que me hubiera gustado pasar: la vereda silenciosa. Pero no había ni siquiera pensado en eso cuando ya había entrado.
Corría con todas mis fuerzas, aterrorizada por un mal ficticio que me empujaba al interior de ésa misteriosa trampa, temiendo aún más a la oscuridad del interior y a los ficticios sollozos infantiles que resonaban entre los árboles. Pero no me quedaba más remedio que seguir corriendo hasta el cansancio, ignorando qué encontraría al final de ése siniestro túnel… Yo solo me concentraba en correr velozmente y en suplicarle al cielo para que ése suplicio terminara de una buena vez. Tras de mí, el viento seguía azuzándome, lanzándose ferozmente sobre mí, como un helado látigo que bramaba en mis oídos con la misma intensidad que el largo gemido de Margot, un gemido que provenía de lo más profundo de mis pesadillas…
Estaba cansada; tenía hambre, frío, y aún así corría con todas mis fuerzas, con la vista fija, como un caballo desbocado, en el punto luminoso que estaba más allá. Seguí y seguí, sintiendo que mis fuerzas me abandonaban… Ya faltaba poco, me decía a mí misma, sólo unos metros más… cuatro metros… tres metros… dos…
Y de repente, tropecé con una raíz gruesa de árbol y di de lleno con el suelo, alfombrado de pasto tierno y unas cuantas hojas. Había salido de la boca del infierno.
Lentamente me puse de pie, con la boca entreabierta ante el espectáculo imposible que se mostraba ante mis ojos. Era como si, verdaderamente, hubiera descubierto que las pesadillas podían volverse realidad.
El campo estaba repleto de enormes manzanos, que se agitaban suavemente con la brisa del otoño, mostrando altivamente las cientos de manzanas que pendían de sus ramas, hermosas como ninguna otra manzana que hubiera visto en mi vida. En el suelo había pasto, y algunas pocas hojas secas que el viento debió arrancar de otros árboles y llevar hasta allá. A primera vista, el campo parecía un sueño, pero yo, que conocía lo que había sucedido ahí, lo miraba como cualquier otra cosa, menos como un sueño.
Caminé entre los árboles sin prisa alguna, fascinada por los colores tan llenos de vida que cubrían ésa oculta parte del bosque. Dejé de pensar en el oscuro pasadizo tras de mí y me concentré en las manzanas; una parte de mí deseaba arrancar una y llevármela a la boca, imaginando que, tal y como eran de hermosas, también debían ser exquisitas, sin embargo me contuve, pensando en Margot, y en que no deseaba sostener una manzana maldita por el resto de la eternidad.
Me asomé discretamente a cada paso que daba, preguntándome qué tan cerca o qué tan lejos estaba del asesino. No había rastros de vida alguna ahí, e incluso me pregunté si todo eso no era un sueño más. Pero en un sueño no me dolería el pie luego del brusco golpe que me di, y eso me bastó para comprender que era la realidad. Ahora, comprendía porqué aquéllas niñas habían ido tan voluntariamente a ése lugar, atraídas mentalmente y sin posibilidades de liberarse de la hipnosis, y quedándose después por ése paisaje de ensueño. La inocencia es la presa más fácil.
Cansada por la caminata, me planté frente a un árbol, un manzano de grandes dimensiones que era el único que no estaba rebosante de frutas. Parecía haber sufrido un asalto, pues algunas de sus ramas estaban dobladas, y supuse que habían arrancado todas las manzanas posibles de él. Me quedé mirando su copa, donde resaltaban una que otra minúscula manzana, cuando apoyé la mano en su tronco y sentí un leve escalofrío. Desvié mi mirada y observé detenidamente el sitio en el que había colocado la mano.
Ahí, el tronco estaba lleno de cicatrices, hechas, claramente, por una mano humana. Varios triángulos invertidos que formaban una V, estaban esparcidos por todo el árbol. Pero no era lo único que había sido escrito ahí: estaban, también, en las partes más altas (como si la persona hubiera crecido junto con el árbol) varios nombres en letra pequeña. Tragué saliva al reconocerlos: Emily, Rebecca, Alice, Johanna, Louise… y Margot.
El asesino había escrito los nombres de sus víctimas en el lugar en que las había matado. Temblando de ira, acaricié el nombre de mi pobre hermana, deseando llorar; me mordí los labios para evitar que las lágrimas cayeran, y me di la vuelta.
-¡AH! –grité, cayendo hacia atrás. Acababa de ver, frente a mí, a otra persona.
Desde el suelo, la observé con una mezcla de miedo y de furia. Era un hombre.
Jamás había visto a alguien como él en toda mi vida. Era más o menos alto, de complexión delgada, y vestido con un largo y raído abrigo de un color extraño, entre verde seco y amarillo. Toda su demás ropa estaba desteñida, y sus zapatos, deslucidos y sucios. Lo más imponente de todo era, en definitiva, su rostro. Era un rostro extrañamente atractivo, con facciones afiladas y simples; tenía el cabello pelirrojo, largo hasta los hombros, totalmente despeinado y cubriéndole la cara, y a través de los rojizos mechones, dos ojos grandes, redondos y… azules. Azules y de expresión inocente, como los de un niño…
Como los de un niño…
Él era el asesino de Margot.
A varios kilómetros del lugar, en Coventry, la señora Castle lloraba de desesperación. Había descubierto mi falta aquélla misma mañana, y había hablado a la policía. El mismo oficial que había atendido el caso de Margot escuchaba el relato de la pobre mujer.
-He subido esta mañana porque no la había visto en el desayuno, y creí que estaba enferma. Pero al entrar encontré la ventana abierta, y Alessa no estaba. La busqué en la parte trasera del orfanato, pero no la encontré.
-¿Falta algún objeto? –preguntó el oficial. –No lo sé… ropa o algo parecido.
-Su pijama estaba en el suelo. –dijo la señora Castle. –De modo que debió vestirse para marcharse.
-¿Nadie escuchó nada? –preguntó el policía. –Una puerta abriéndose o cualquier otro indicio.
-No, nadie escuchó nada. –dijo la mujer. –Creo que esto la ha afectado demasiado, oficial… Creo que Alessa se ha marchado para buscar a quien mató a su hermana.
-Si es así, entonces la localizaremos rápidamente. –inquirió el policía. –Su hermana fue encontrada cerca del lago, y conocemos varios caminos hasta allá. Seguramente la encontraremos este mismo día, no pudo ir demasiado lejos.
-¡Pero Alessa jamás ha salido de Coventry! ¡Ella no puede conocer los caminos!
-Si se ha perdido, que es lo más probable, –dijo el oficial. –vigilaremos toda la zona desde el aire.
Cuando iba a retirarse, la señora Castle lo sujetó de un brazo.
-Oficial. –dijo la mujer. –Hace no muchas semanas atrás, Alessa me contó que su hermana había soñado con un lugar en el bosque, un lugar al que ella quería ir. Es un sitio lleno de manzanos… ¿Cree usted que ella…?
-Señora Castle, hemos inspeccionado todo el bosque de arriba abajo y jamás hemos visto un lugar en el que haya manzanos. Los manzanos no abundan mucho en esta zona, y si acaso ella creyó ese tonto sueño…
-Quizá sea tonto para usted. –lo cortó. –Pero ese lugar ha acabado con la vida de una pobre niña, y si no se dan prisa, habrá una… una muerte más. –agregó, con los ojos clavados en el suelo. El policía se soltó de la mano de la señora Castle y dijo, antes de marcharse:
-No existe ese lugar.
Mientras la mujer se debatía entre el miedo y la tristeza, yo seguía en el bosque, mirando frente a frente, por primera vez, al maldito que había acabado con la vida de diez niñas inocentes.
Me pareció un gesto extraño cuando se inclinó para ofrecerme una mano y ayudarme a ponerme de pie. Yo seguía con los ojos fijos, rememorando las pesadillas que me habían asaltado desde que Margot murió. Entonces, dijo con voz grave e inocente:
-¿Estás bien?
-Sí… estoy bien. –dije tajantemente, soltándome de su mano. El desconocido me observaba fijamente, con mucho interés.
-¿Quién eres?
-Soy… Alessa. –dije.
-¿Alessa? –de pronto, sonrió vivamente, con una alegría imposible. -¡Oh, cielos! Alessa, viniste. Sabría que algún día vendrías… lo sabía.
-¿Ah, sí? –pregunté, fingiendo ingenuidad.
-Así es. –siguió diciendo alegremente. –Yo esperaba que vinieras, pero no lo hacías. Me sentía muy solo, y hoy que salí a pasear a ver los manzanos, ¡te he encontrado! Haz llegado por fin, Alessa.
-Sí… eso parece… -dije con evasivas, sintiendo tras mi espalda la dureza del tronco del árbol donde estaba escrito el nombre de mi hermana, como una herida abierta que me recordaba el terrible riesgo que corría en ése sitio.
Miré fijamente aquéllos suaves ojos azules que destellaban inocencia pura, y desconfiadamente pregunté:
-¿Y tú quién eres?
-Soy Vivian. –dijo. Sentí un peso golpearme el fondo del estómago; realmente era él. El significado de la letra V había aparecido por fin.
-¿Vivian? –repetí con la boca seca. -¿No… no tienes otro nombre?
Se mordió el labio inferior, mirándome como si dudara. Luego se encogió de hombros como si nada.
-No que yo sepa. –concluyó.
-De acuerdo. –acepté, agachando la cabeza, pero con los ojos fijos en el personaje. Había algo en él que no me parecía normal en ningún sentido, no sabía si se trataba de su aspecto, o de su manera tan simple de hablar… O si había algo más siniestro detrás. Me lo imaginé fuera de foco, como una fiera que parece tener un carácter tranquilo, pero que cuando menos te lo esperas, salta sobre ti con todas sus fuerzas y te despedaza.
-Entonces, Alessa. –dijo Vivian de pronto, como volviendo a la realidad. -¿Vendrás conmigo a mi casa?
-Pues yo… sí. –dije, tendiendo una mano que Vivian sujetó cariñosamente, y me condujo a través de los manzanos, tarareando una melodía que me puso los pelos de punta: era la canción de cuna que inventé para Margot.
-¿Quién te enseñó esa canción? –pregunté.
-Alguien.
-¿Cuándo?
-No hace mucho.
-Ah… ¿y porqué lo hizo?
-Dijo que sería lindo.
-¿Qué sería lindo?
-Que los tres la cantáramos juntos.
-¿Quiénes tres?
-Ella, tú y yo.
-¿Y cuándo la cantaremos? –volví a preguntar. De pronto, su semblante se oscureció. Una huella de amenaza cruzó sus ojos, y de la nada sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No parecía prestarme atención, como si estuviera pensando en algo mucho más complicado de entender, algo que no escapaba de su memoria pero que lo atormentaba. Entonces musitó, con la voz carente de toda emoción y de manera casi autómata:
-Pronto, Alessa. Muy pronto.
Seguimos caminando, dejando atrás los manzanos hasta que llegamos a lo que parecía ser un viejo establo en ruinas. Había tres buenos pisos en el edificio, extraviado en el eterno verde de la naturaleza, pero el tercer piso estaba tan demacrado, que dudé que alguna vez hubiera estado perfectamente construido. Al acercarnos más, noté que no era un granero ni un establo, sino los restos de una casa que debió pertenecer a una persona muy adinerada, o a una familia muy grande.
-¿Dónde estamos, Vivian? –pregunté.
-En casa. –replicó.
3 comentarios:
Arghh!!
¿Es bueno o es malo? ya estoy empezando a dudar.
Pronto, la siguiente parte.
Mini!!!!
Tienes una novela!!!
Yo voy a leerla, pero no tocaré con mis ojos este post hasta haber leído las 7 partes anteriores!!!
DIos... lamento primero no haberla leído como venía leyendola pero la escuela es una amante muy exigente...
Hoy llueva o me quede ciego la debo terminar de leer.
saludos
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