FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



lunes, 18 de octubre de 2010

SÉPTIMA PARTE!!! Con lago de suerte, terminará antes del 31 de octubre.

7
Un Paseo Bajo la Luz de la Luna
La señora Castle había amanecido con un leve resfriado, pero aún era posible verla andar de un lado a otro, con su gruesa bufanda rosa anudada al cuello y reprendiendo a las niñas que se portaran mal, como si aquél fuera un día común. Me sorprendía siempre de la energía de aquélla mujer, pero ésa mañana lo que más me sorprendió fue ver llegar al oficial de policía que se había encargado del asunto de Margot.
El hombre había llamado a la oficina de la señora Castle mientras yo estaba en el pasillo, con el rostro oculto entre las rodillas. Ni él ni la señora Castle se dieron cuenta de mi presencia, y se quedaron hablando en el pasillo.
-Lamento venir a importunarla de nuevo, señora Castle. –dijo el oficial. –Pero es rutinario, y más en ésta situación, hacer más averiguaciones.
-¿Tan grave es? –preguntó la señora Castle.
-Supongo que usted lee los periódicos.
-No mucho.
-Casualmente, la joven señorita Owen no fue la primera víctima. –dijo el oficial. –Hubo, tras ella, otras nueve muertes en condiciones similares. Nueve niñas que fueron arrancadas de sus hogares por una persona desconocida y de la manera más misteriosa posible. Por lo tanto, precisamos de cierta información.
-Si eso ayuda a esclarecer los casos, adelante.
-¿Sabe si la señorita Owen obtuvo de manera misteriosa una muñeca de tela, posiblemente de gran parecido con ella?
-Pues… no que yo sepa. Quizá, su hermana Alessa…
-Sí la recibió. –dije, poniéndome de pie. La señora Castle dio un respingo, lo que me confirmó que no había notado mi presencia. El oficial conservó su sangre fría, y me preguntó:
-¿Ah sí? ¿Y dónde está?
-Ya no la tengo. –dije. –La quemé.
-¿La quemaste? –me preguntó con furia. -¿Pero qué no sabes que eso es evidencia?
-¿Evidencia de qué? No hay nada en las muñecas, nada, excepto una letra. –dije. –Una letra… la V. V era el modo en que Margot lo llamaba.
-¿Qué? –dijo la señora Castle.
-¿Su hermana habló con él?
-Aparentemente sí. –dije. –Sólo me dio unas señas al respecto, porque o nunca lo vio bien o no quiso decirme. Me contó que tenía ojos azules…
-¡Ojos azules! –dijo el oficial. -¡Letra V! eso no nos sirve de nada, señorita Owen, pues en los otros casos…
-En los otros casos tampoco encontraron nada. –puntualicé con una sádica sonrisa. –Y no lo harán jamás.
-¿Qué le hace pensar eso, señorita Owen? –preguntó el oficial.
-El asesino es muy listo, demasiado. Saca a sus víctimas de noche, nadie lo ha visto jamás, excepto las niñas que murieron. ¿No lo entienden? ¡Él es capaz de hacer desaparecer a una niña sin dificultad porque ellas mismas se van! ¡Tal y como Margot, como Rebecca, como Alice!
-¿Cómo sabes todo eso? –preguntó el oficial.
-Leí los periódicos. Claro, fue demasiado tarde, y no pude proteger a mi hermana. –musité, con la vista clavada al suelo. –Sólo sé que hay un hombre allá afuera, en el bosque, que viste con ropa pobre y tiene ojos azules, y cuyo nombre seguramente empieza con V, si es que no tiene otro significado.
-Eso es lo que “sabes”. –puntualizó el oficial. –Pues lo lamento mucho, señorita Castle, pero las cosas no son así.
Y dicho esto, se despidió con una seca cabeceada de la señora Castle y caminó a la salida.
Lo seguí discretamente, y lo llamé:
-¡Oficial!
-¿Algo más, señorita? –me preguntó con impaciencia.
-Sí. Necesito saber una cosa nada más. –dije. -¿Las otras víctimas…? Quiero decir, ¿las madres de las víctimas no reportaron sucesos extraños como… sueños?
Los ojos del frío hombre de la ley se quedaron pasmados al escucharme.
-¿Pero cómo…?
-Margot tuvo sueños extraños días antes de desaparecer. –expliqué. –Soñaba con un lugar exacto del bosque, un campo lleno de manzanos, donde se encontraba con alguien que la invitaba a jugar. –lo miré fijamente, dispuesta a sacarle toda la verdad. –Oficial, ¿las otras personas informaron sobre sueños parecidos?
El hombre se revolvió, angustiado, mirando de un lado a otro. Dio un suspiro y me observó fijamente.
-Entiendo el dolor que esto debió causarle, señorita Owen, pero debe comprender…
-Quiero que me responda, es todo. Oficial, –añadí con voz suplicante. –debo saberlo, se lo suplico.
El hombre se revolvió los cabellos entre las manos, y después musitó:
-Así fue, y no en algunos, sino en todos los casos. Es lo que complica aún más la tarea. Es difícil localizar a un asesino por los… sueños de unos cuantos niños.
-Pero esos sueños son VERDAD. –dije. –Ellos ven el sitio correcto al cual ir y…
-¿Ir? –negó violentamente con la cabeza. –Es una locura.
-¿No lo hará saber a la prensa? –pregunté.
-Tiene que ser broma. –dijo. –Nadie nos creerá, y ¿te imaginas los problemas que tendríamos? Cientos de llamadas por madres que escucharon hablar de sueños de sus hijos, niños astutos que podrían utilizarlo como pretexto para hacer alguna travesura…
-¿Prefieren seguir afrontando las desapariciones antes de decir la verdad, por más estúpida que parezca? –gruñí. -¡Hay niñas muriendo! ¡Hay familias destrozándose, y uno nunca sabe…! No sabría quién puede ser la siguiente.
-Esto no es tu asunto. –me cortó el oficial muy molesto. Parpadeé.
-Sí lo es. Mi hermana es mi asunto.
Harto de mis palabras, el policía se marchó, dejándome de pie frente al cancel.
Escuchaba a mis espaldas las risas de las niñas, pero me parecían vacíos. Volvía a pensar en Margot como lo que fue, mi querida hermana, mi única conexión con el mundo; alguien me la había arrebatado cruelmente, y me había dejado vagando por un limbo desconocido en el que solo existía dolor y duda.
Presa de aquéllas tensiones, del miedo a mi destino, de la tristeza por la muerte de Margot, por las dudas que seguían en mi mente y en mi corazón, lloré en silencio, con la vista aún clavada en el cancel, en la pequeña carretera silenciosa y cubierta de una suave niebla. Dejé las lágrimas rodar libremente por mis mejillas, mientras en silencio suplicaba a aquélla nada que me dejara vivir, que dejara vivir a Margot… o que me llevara muy lejos, a un sitio donde no pudiera volver a sentir.
Llegó, por fin, la noche. Yo estaba envuelta en las sábanas de mi cama, con miedo a salir a enfrentarme la oscuridad que se cernía sobre Unknow Hill y sobre el bosque. Apretada contra mi pecho tenía una fotografía de Margot; en aquélla foto, ella sólo tenía unos tres años, y sus ojos, grandes y brillantes, miraban con cierto aire de coquetería a la cámara que la había captado. Mis ojos, fuertemente cerrados, derramaban lágrimas de desesperanza desde lo más profundo de mi alma, agotada por tantas preguntas sin respuesta.
Pude ver, entre las sombras, la silueta de la señora Castle, que se había asomado tímidamente a mi habitación; me pareció extraño aquél gesto de preocupación, pero lo agradecí. De pronto, le había tomado tal miedo a la oscuridad que mis horas de sueño se llenaban de una dolorosa incertidumbre.
Lentamente, caí en un sueño profundo, un sueño maravilloso, sin encontrar en mi mente ninguna huella de los gritos, de la luna, del bosque ni de Margot… Por fin, iba a descansar…
-Alessa… Alessa…
Era la misma voz. Aquélla voz fría y siniestra, el terror de Unknow Hill, el secreto que el bosque de Bath guardaba tan malditamente… Y mi oportunidad para, por fin, descubrir el misterio.
Mi mente intentaba desesperadamente despertar, en un desesperado deseo de salvarme, pero yo no iba a permitírselo. Ignoré mi miedo, ignoré los crecientes deseos de abrir los ojos y reaccionar, y me dejé arrastrar por mi destino.
-Alessa… -la voz, de pronto, enmudeció, y me quedé con los párpados cerrados y fijos en la oscuridad. Algo la había silenciado, y ése algo estaba negándome la respuesta que tanto necesitaba.
Abrí los ojos. Pero no estaba despierta; al menos, no era dueña de mis propios pensamientos ni acciones. Era atraída desde algún lugar lejano por ésa voz que me invitaba a poner, voluntariamente, los pies en mi tumba. Y así lo hice.
Bajé los pies de la cama y me dirigí como una autómata al ropero. Extraje algo de ropa y, silenciosamente, con la mirada perdida, me vestí. Apenas terminé de atarme los zapatos, caminé hacia la ventana; clavé los ojos, primero, en el bosque, y de pronto mi mente se llenó de imágenes confusas, imágenes del bosque y de cientos y cientos de árboles que me conducían hasta una senda oscura que reconocí como la vereda… El asesino estaba indicándome el camino.
Luego, miré el cielo, como si algo dentro de mí sospechara de la imposibilidad de llevar a cabo tal empresa. Pero al notar la luna menguante de un fuerte color dorado, supe que era el momento.
Abrí la ventana y me subí al alféizar. Como si fuera lo más natural, salté los cuatro peligrosos metros de edificio y caí como un gato sobre la hierba. Después, caminé por el sendero entre el edificio y el muro, y salí al sitio en el que se encontraba el enorme árbol que colindaba directamente con la pared.
Subí el árbol y me asomé sobre el muro. Más allá se veía el bosque, totalmente quieto. Las imágenes se reproducían con tal velocidad en mi mente que fui incapaz de recordarlas, y me reduje a hacer lo que mi instinto atontado me ordenaba: salté el muro con ayuda de los mismos restos derrumbados por los que Margot debió huir, y caminé sin prisa alguna hacia el bosque.
Crucé velozmente el tramo abandonado hasta llegar al interior de los árboles. Había un murmullo silencioso en él, producido por el viento que soplaba entre las ramas y por los animales nocturnos; sobre mi cabeza, tal y como ocurría en el sueño, la luna brillaba, anunciando al mundo que habría, aquélla noche, una nueva víctima.
Seguí caminando por instinto, como si ya conociera aquéllos desolados páramos cerrados, guiada discretamente por el deseo ficticio de ir a ver a aquél desconocido que me había arrancado a Margot.
Por fin, luego de no muchos minutos de silenciosa caminata, llegué hasta la entrada de lo que parecía una oscura vereda. Sus árboles eran enormes, y con sus copas juntas formaban un siniestro arco por el que no penetraba la luz.
De pronto, un torrente de frío me caló hasta los huesos. Los sonidos se apagaron bruscamente y me vi de pie, en mis cinco sentidos, frente a aquélla siniestra entrada. Acababa de despertar de aquélla misteriosa hipnosis y sólo observaba, con cierto temor, los árboles de la vereda. Había llegado el momento de descubrir qué o quién se ocultaba ahí.

3 comentarios:

Mar dijo...

Nooo. El gran momento y ahora tengo que esperar.

Guerrero dijo...

Dios mío... por qué dejas el suspenso =Z ya ni en los exámenes estoy así =(
Bien, a esperar la otra parte.

saludos

Apolline dijo...

O: me leere los anteriores *-*