FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



domingo, 31 de octubre de 2010

EL GRAN DILEMA CON LA COMIDA CHINA

Hay algo que verdaderamente no tolero, y es algo que se ve día a día. Nop, no se trata de los reggaetoneros, tampoco de los vendedores ambulantes de películas piratas que se suben a los camiones a ponerte sus "ganadoras del óscar" en su super reproductor, y mucho menos me refiero a la creciente obsesión por la mecatrónica. Nop. Se trata de un ícono cultural (o anticultural en todo caso) mejor conocido como: comida cantonesa.
Para empezar, tengo problemas de identidad con los chinos y japoneses. ¿Porqué? ni idea. Me gustan los animes y pienso que la muralla china es linda y todo pero... no sé. Tengo obsesión por los extranjeros, soy medio xenofílica, porque nada me alegra más el día que ver gente de Europa, Oceanía y el resto de nuestro continente. Pero veo a los chinos y... cuaz!! No tengo NADA contra la gente, pero sí contra su comida.
¿Porqué? Ni idea. Simplemente veo el tan conocido restaurantito en medio de la calle de Juan Álvarez (o piensen ustedes en alguna calle que les sea muy conocida) y se me revuelve el estómago.
Pero mi familia... ¡aaaah mi familia! Está enamorada de la comida cantonesa. De vez en cuando aparecen con los consabidos platitos o charolas de hielo seco y cuando lo abren... ¡JAJA! No hay pollo, sino:

No tengo idea de qué rellenan ésas tortillas, ni sé porqué el arroz es taaaaaaaan gris ni qué chiste tiene una pasta sin SABOR ALGUNO. Los camarones son pasables, pero esto es tan vegetariano que no lo soporto.

Mi mamá se tira de los cabellos cada vez que me meto (simultáneamente) hasta seis tacos de barbacoa o me aviento dos platos de pozole, o peor aún: cuando me atrevo a comerme una pizza. Pero le brillan los ojos cuando, sádicamente, me da de comer ésta "maravilla culinaria" de Lejano Oriente. Eso me recuerda, ¿porqué todos lo llaman Lejano Oriente? ¡Por Dios, sólo está el océano Pacífico de por medio, nos queda a la vuelta de la esquina! En fin.

Aquí me ven a mí, Lobita, en el restaurante Chin -Ghai -Tumau-Tser (porque siento que eso es lo que me dicen cada vez que me sirven de comer esa cosa) y preguntándome si de verdad eso es comestible (en segundo plano tengo a un miembro del restaurante peleándose con un paisano chino en su lengua natal. Dios bendiga la globalización).

Cuando sea grande, fundaré un restaurante llamado "Lobita's Dream", un lugar donde podrán comer LO QUE SE LES DÉ LA GANA, sin que tengas a toda tu familia fregando a la borrega con que te retaques una pasta paliducha de dudosa procedencia.

viernes, 29 de octubre de 2010

ULTIMO CAPÍTULO DE LA NOVELA!!!!!!!

12
Amanecer
Los acontecimientos se agolpaban como memorias extraviadas en mi cabeza, como si viera una vieja película a blanco y negro de mi propia vida: estaba yo arremolinada debajo de unas mantas con mi hermana recién nacida en los brazos; luego, sólo estaba yo en los brazos de un policía que me sacaba de casa, con la luna amarilla sobre mis ojos; después, el orfanato, y Margot y yo jugando juntas… Margot, gritándome que me odiaba y desapareciendo en la nada… una muñeca de tela en el suelo… Margot, como una verdadera muñeca, con su vestido teñido de sangre… Yo frente a la luna… las mariposas negras… las manzanas… el reflejo de la luna en el pozo… Vivian… el árbol con los nombres… las niñas con alas en la espalda… Y nuevamente mi hermana, mirándome desde un sitio desconocido y lleno de suave luz.
-Felicidades, Alessa. Lo lograste.
-Margot… -gemí desde lo más profundo de mi alma. Pero estaba tan agotada y tan dispuesta a morir que no articulé sonido alguno.
Entonces, la luz y los sonidos me envolvieron lentamente.
Lo primero que vi al abrir los ojos fueron las copas de los árboles, y un amanecer helado por la débil llovizna que caía en el bosque; lo segundo que vi fue el rostro angustiado del policía que había estado investigando el caso de las niñas desaparecidas. Sus ojos se encontraron con los míos un instante, y después me depositaron en una camilla y miré a los paramédicos que se apresuraron a subirme a una ambulancia. ¿Cómo habían llegado ahí? Quién sabe; seguramente habían llegado al ver las huellas de pies en la gravilla que había dejado el hermano de Vivian…
Y hablando de eso…
-Vivian… -musité. Los médicos se disponían a examinarme, y un leve pinchazo de dolor me dio a saber que acababan de descubrir la herida de mi pierna. Cerré los ojos al mismo tiempo que me ponían una máscara de oxígeno; oí sus voces apagadas y noté los movimientos dentro de la ambulancia mientras se apresuraban a atenderme. Me dejé caer, rendida por las violentas emociones padecidas, esperando que, más tarde quizá, cuando estuviera mejor, podría relatarles lo sucedido…
Desperté en el hospital, con un pequeño monitor conectado a mi dedo y una venda en la pierna, justo encima de donde me había entrado el cuchillo. Moví los dedos del pie, y suspiré aliviada; al menos, seguramente, podría caminar.
En ese instante, se abrió la puerta, dando paso a la pobre señora Castle. En tan pocos días parecía haber envejecido bastante, y sus ojos estaban rodeados por profundas ojeras; las manos y los labios le temblaban violentamente mientras me miraba. Me incorporé ligeramente en la cama.
-Señora Castle… -susurré.
Fue más de lo que los nervios destrozados de la pobre mujer soportaron. Dando un gemido, se abalanzó sobre mí, cubriéndome la frente y la cabeza con besos; me dejé llevar por ésa dulce caricia que no había sentido en tantos, tantos años… La abracé también y dejé que llorara para desahogar la angustia de tres días.
-Estás viva, Alessa… Estás viva… -decía con la voz quebrada.
-Así es, señora Castle. ¿Lo ve? Todo ha terminado.
-¿Todo, Alessa? –asentí.
-Sí, señora Castle. No habrá más pesadillas, ni desapariciones. No morirá nadie más. Y Margot… -suspiré. –Margot está libre ahora.
-¡Ay, Alessa! –dijo la señora Castle con un gemido débil de pesar. –Tú y tu curiosa manera de pensar.
Sonreí mientras la mujer me soltaba por fin y desaparecía de la habitación. Yo seguía algo débil, por causa de las medicinas y el hambre, pero al menos seguía viva…
Luego de un día de calma, me enfrenté con el oficial de policía. Lo vi entrar serenamente a mi habitación mientras yo terminaba de comer, y al verme se estremeció, no sé si por la impresión de verme viva, o si por las memorias cruzadas de nuestras discusiones mientras buscaba a Margot. Se sentó en una silla a mi lado y dijo:
-Necesito hacerte unas preguntas.
-De acuerdo. –bajé la cabeza sumisamente sin quitarle los ojos de encima.
-¿Cómo llegaste al bosque?
-No lo sé. –dije con sinceridad. –Estaba dormida y de repente desperté y… estaba en medio de la nada, frente al sendero del que mi hermana me habló.
-¿Y bien? –dijo de pronto, mirándome fieramente.
-¿Y bien… qué?
-Por favor, Alessa, hay un hombre muerto en la mitad del bosque y a pocos metros de él estabas tú con una herida y un tipo que está loco de remate. ¿Qué fue lo que sucedió ahí?
-Vivian no está loco. –gruñí.
-¿Vivian? ¿Sabes su nombre?
-Él me lo dijo. Oficial… -sus ojos se posaron en los míos. –Sé lo que piensa, pero puedo jurarle que Vivian no le hizo daño a nadie.
-Pero los indicios…
-Los indicios indican que las niñas llegaron a la casa de Vivian y permanecieron ahí un tiempo antes de su muerte, oficial, pero no que hayan muerto en la casa y mucho menos que haya sido en manos de Vivian. ¡Examínenlo! –grité. –Es incapaz de lastimar a menos que esté muy asustado o furioso, yo misma lo he visto.
-¿Fue Vivian quien te hizo eso? –preguntó señalando mi herida.
-No. Fue el otro. Peter. Ése hombre era hermano de Vivian; lo sé porque encontré una foto de su familia cuando ellos eran niños.
-¿Entonces qué sucedió ahí?
-Oficial, Vivian tiene algo mal en su cabeza. –dije. –Él no tenía idea de lo que pasaba; Peter, como su hermano, lo había tenido oculto en la vieja casa, poniéndole como condición que atrajera niñas pequeñas al bosque. ¿Para qué? Pues para matarlas. Era Peter y no Vivian, en verdadero asesino. Él mató a mi hermana… y él quería matar a una niña… Dijo que se llamaba Catherine, y que tenía ocho años…
-¿Catherine? –el oficial palideció. –Es… es el nombre de la hija de uno de mis oficiales.
Abrí los ojos desmesuradamente, pero continué con mi relato.
-Entonces, Peter me descubrió y también quiso matarme. Él fue quien me hirió con el cuchillo, no Vivian.
-¿Y cómo fue que él murió?
Tragué saliva.
-Él se abalanzó sobre Vivian para herirlo. Pero hubo un accidente, y cuando Vivian intentó protegerse, tomó el cuchillo y se lo encajó a Peter… Eso fue todo.
El oficial se puso de pie, y comenzó a dar vueltas como un animal molesto. Se frenó bruscamente y me miró.
-¿Tienes idea de lo peligroso que fue? ¿Del gran riesgo que corriste al permanecer al lado de un desequilibrado mental?
-¿Eso qué importa? –dije. –Vivian es bueno. Sufrió mucho y su hermano lo utilizaba para hacer ésas atrocidades. Se lo ruego, no le hagan daño, él no entendía nada…
-Eso nos queda claro. –dijo el oficial. –Pero la ley es muy clara en estos casos. Vivian deberá volver al manicomio.
-¿Al manicomio? –dije, sintiendo un miedo espantoso en el pecho. –Pero él no es peligroso…
-Pero no está bien de su mente, Alessa.
-¿O sea que… ya no podré verlo jamás?
-Quizá.
Me llevé las manos a la cara, meciéndome los cabellos con los dedos mientras el oficial abandonaba la habitación. Así que nunca más vería a Vivian… Yo le había prometido que todo estaría bien, que nunca volverían a hacerle daño… ¿tendría que romper mi promesa, tal y como hice con Margot?
Al menos él seguía vivo… y yo también.
Me dejé caer en la cama, mirando el techo con expresión ausente. No sabía qué sería de mí… ni de él… ni de nada.
Sólo quería cerrar los ojos y dormir, y soñar con un sitio donde todos estuviéramos juntos, donde no existieran los gritos, ni la violencia, ni la muerte, ni el abandono…

Pegué el rostro al cristal, mirando las nubes de nieve que se arremolinaban en el cielo. Alrededor, un camino de árboles conducía al otro lado del lago, donde se perfilaba un bonito edificio de color claro con un muro alto pintado de blanco. A mi lado, Catherine saltaba en el asiento, jugando con su oso de peluche del que luego de tantos años no se había podido desprender. Adelante, conduciendo, iba el hombre que se había convertido en mi nuevo padre; Lewis Adler, un agente de la policía, me había adoptado en señal de agradecimiento por salvarle la vida a su hija, quien a su vez me había adoptado como hermana. Tenía el cabello parecido al mío, solo que de color rubio, y su mirada inocente me recordaba mucho a la de Margot.
-Ya casi llegamos, Alessa. –dijo Lewis.
-¿Puedo ir con ella, papá? –preguntó Catherine.
-No, pequeña. Tu hermana tiene que hacer unas cosas sola.
-¿Pero porqué? Yo quiero ir con ella. –protestó.
-Ni una palabra más, Catherine. –ordenó suavemente Lewis.
Estacionó cerca del edificio y me dirigió una larga mirada cargada de cariño.
-¿Segura que quieres ir sola, hija? Puedo acompañarte hasta la entrada si quieres.
-No gracias, papá. –dije. –Esperen aquí, no voy a tardarme.
-¡Vuelve pronto, Alessa! –me rogó Catherine. Le dirigí una sonrisa y eché a andar por el camino rodeado de nieve. Pequeños copos caían a mi alrededor, cubriendo el paisaje del bosque de Bath con un hermoso resplandor blanco.
Llegué hasta la enorme verja, donde una placa rezaba: “Hospital Mental de Unknow Hill”. Sonreí con melancolía, de no ser por ésa placa habría jurado que el edificio se parecía mucho a Coventry.
Un hombre alto y cubierto con una gruesa chaqueta me dejó pasar, y desde ahí hice un trecho hasta el interior cálido y amable del edificio. Subí las escaleras y busqué entre las habitaciones hasta dar con una puerta. Sin llamar siquiera, entré.
Lo vi, sentado junto a la ventana y mirando el exterior cubierto de copos que trataba de asir con las manos. Le habían cortado el pelo, pero la expresión cargada de inocencia en sus ojos azulados jamás desaparecería. Al verme, sonrió como un niño y dijo:
-¡Alessa!
-Hola, Vivian. –dije, abrazándolo.
-Mira, Alessa. –dijo mostrándome los copos de nieve. –Si los ves de cerca, puedes descubrir que tienen muchas formas. ¿No te gustan, Alessa?
-Son muy bonitos. –dije. -¿Cómo te has sentido?
-Mejor. –dijo sinceramente. –Ellos dicen… dicen cosas muy graciosas. –admitió con dulzura. –Dicen que si sigo portándome bien, quizá, algún día logre recuperarme.
-Eso se nota. –admití con una sonrisa. –Ya no hablas como si fueras un niñito.
-Y… ¿eso te gusta? –me preguntó suavemente.
-La verdad, sí. –dije. –Te ves más feliz y sano. Estoy contenta por ti, Vivian.
Mi compañero sonrió con las mejillas enrojecidas. Luego, su sonrisa resbaló y se miró las manos.
-Perdona, Alessa. Yo no sabía lo que Peter hacía, y cuando me lo dijiste entendí que era algo malo. Lo siento mucho, yo no quería…
-Deja de torturarte con eso, Vivian. –supliqué. Le di un beso en la frente y sus ojos se iluminaron suavemente. –Ya ha pasado, y nunca más volverá a suceder, ¿me entiendes?
Vivian asintió dócilmente, recuperando la paz en su expresión.
-Y cuando todo termine… ¿volverás? –me preguntó.
Tomé un montón de nieve y la coloqué sobre su mano, dibujando con la punta del dedo índice un corazón sobre ella.
-Cuando la nieve se derrita y aparezcan los primeros brotes en los árboles… cuando los pájaros regresen a cantar en tu ventana, entonces volveremos a estar juntos. Pero mientras tanto no te preocupes, siempre estaré contigo.
-¿Cómo, Alessa?
Saqué de mi bolsillo un collar que yo misma había hecho con un listón muy delgado, de cuyo extremo pendía un dije en forma de manzana. Se lo coloqué con sumo cuidado, y repliqué:
-Así siempre estaremos juntos, Vivian. Te lo prometo.
Vivian sonrió, y luego dirigió su mirada a la ventana. Yo lo imité, y ambos nos quedamos ahí, tomados de la mano, mirando silenciosamente la nieve que caía en los confines de Unknow Hill, y más allá, en el bosque, y aún más allá, donde terminaba lo material y comenzaba lo que sólo puede verse en los sueños.

FIN

miércoles, 27 de octubre de 2010

CAPÍTULO 11!!!!!!!

11
Cuando las Pesadillas se vuelven Realidad
Lentamente, salí de debajo del colchón y me quedé pegada a la puerta, escuchando con sumo cuidado. Oí los pasos de Vivian alejarse rápidamente, y supuse que había bajado las escaleras; no se escuchaba nada más que un débil murmullo, y decidí salir. De cualquier manera, no podía existir ahí nada más peligroso que Vivian… Al menos, eso es lo que yo pensé al momento de empujar lentamente la puerta y deslizarme con los codos sobre el suelo hasta llegar a las escaleras.
Me oculté tras la pared, y escuché, por fin, a Vivian.
-Es… muy tarde para haber venido, ¿no lo crees?
Me quedé helada al escuchar una voz responderle. Una voz grave, fría, desprovista de cualquier emoción, una voz que hasta al mismo Vivian parecía horrorizarle.
-Nunca es tarde para venir a verte. –replicó la voz. –Sabes bien que tú eres lo que más me importa en el mundo, Vivian.
-Lo sé. Lo sé.
Hubo un instante de tenso silencio. Recordaba ése silencio, porque era similar a la mudez previa a los violentos gritos en la casa. ¿Ocurriría lo mismo? Llena de miedo, me quedé con la espalda apoyada contra la pared, escuchando.
-Entonces… ¿Ya lo has superado?
-Sí. –musitó Vivian.
-¡Felicidades! Eres muy fuerte, Vivian. Pero creo que… sí, que llegó el momento de conseguir una más…
-¿Una más? –balbuceó Vivian. –Pero todas se… se van… ¿no?
-Así es, querido. –replicó el otro. –Pero te prometo que ésta se quedará. ¿Sabes porqué, Vivian? Su padre casi nunca está con ella, y la pobrecita necesita de un amigo verdadero. Y tú puedes ser su amigo, Vivian. Ella te lo agradecerá para siempre.
-¿Se quedará conmigo esta vez? –preguntó Vivian con inocencia.
-Yo estoy muy seguro que sí. –oí como si alguien jugara con papel o con una bolsa de plástico. –Ésta es Catherine. ¿Qué te parece?
-¡Vaya! –exclamó Vivian. –Es muy bonita, y sonríe muy alegremente. ¿Crees que quiera jugar conmigo?
-Ya lo creo que sí. Llámala, Vivian, llámala como con las otras niñas, y después te daré la muñeca, ¿quieres?
Hubo un pequeño silencio, y luego Vivian musitó con cierto tono de amargura:
-Pero las otras no se quedaron. Tú me dijiste que volverían, y no volvieron… ¿porqué?
-Porque… Mira, ellas fueron muy groseras contigo, Vivian. De repente recordaron a sus padres y decidieron volver con ellos, así como así. Traté de detenerlas, te lo juro, pero no fue así.
-Pero… Margot… Ella me dijo que se quedaría conmigo.
-Margot fue una niña tonta y mala, Vivian, olvídala. Catherine es mucho más amistosa y buena que ella. ¿O qué, prefieres quedarte solo aquí para siempre?
Me mordí un labio. Si Vivian le contaba a ése desconocido que yo estaba ahí…
-No, Peter. No quiero.
-¡Excelente, Vivian, excelente! Aprendes rápido, ¿no? Así que… Busca a Catherine, ¿sí? Y cuando llegue contigo vendré, ¿de acuerdo?
Unos pasos firmes, totalmente distintos a los andares de gato de Vivian, resonaron por toda la planta baja.
-¿Qué les pasó a las otras niñas, Peter? –preguntó Vivian.
Los pasos se silenciaron. El tal Peter contestó:
-Se marcharon, Vivian.
-¿Ellas… murieron?
Me quedé de una pieza. La voz volvió a hablar, esta vez bruscamente, con crueldad.
-¿Quién te dijo eso, Vivian? ¡Respóndeme!
-¿Entonces es cierto? –preguntó nuevamente Vivian.
-Es mentira… es mentira. –dijo la voz apresuradamente. -¿Quién te lo dijo? ¿Quién? –como no hubo respuesta, la voz bramó: -¡Dime quién te lo dijo, Vivian!
-¡No!
Hubo un golpe y algo cayó al piso. Oí gemir a Vivian, seguramente porque el desconocido personaje lo había golpeado. Hubo más gritos de su parte a la vez que la voz gritaba:
-¿Quién te lo dijo? ¿Quién? ¡Dímelo! ¡Dímelo!
Me tapé los oídos y cerré los ojos, pero los gritos de Vivian resonaban por todas partes. Era como volver a revivir aquéllos antiguos horrores… Los gritos de mis padres… Mi madre llorando aquélla última noche…
-¡John! –gritaba ella. -¡Deja eso ya, estúpido!
-¡Cállate, maldita…!
-¡AAAAAAAAAH!
Abrí los ojos. No estaba en mi casa de Unknow Hill, ni Margot estaba en mis brazos, ni mis padres seguían vivos. Estaba en medio del bosque, oyendo a Vivian soportar los golpes para protegerme. Fue más de lo que toleré. Por una vez en mi vida decidí parar los gritos, detener la violencia, y no volver a escuchar más aquéllos horribles insultos.
Alargué mi mano y tomé un pedazo de escombro. Rápidamente me asomé a las escaleras y vi un bulto alto y vestido de colores oscuros golpear a un bulto más pequeño y de cabello rojizo. Arrojé con todas mis fuerzas el escombro y vi estrellarse de lleno en la cabeza del desconocido. Éste soltó un grito de dolor y se incorporó.
-¿Quién anda ahí? –preguntó. Vivian seguía hecho un ovillo en el suelo, gimiendo, y yo desaparecí velozmente de la escena, corriendo hasta la habitación. Cerré bruscamente la puerta y me oculté debajo de la cama, respirando lentamente.
-¿QUIÉN ES? –gritaba la voz, y oí sus rítmicos y bruscos pasos andar por el pasillo. Temblaba debajo de la cama, sin saber qué podría hacer o cómo podía defenderme. Lo peor que podía pasarme ocurriría ahora…
La puerta se abrió. Me quedé quieta y silenciosa, deseando verdaderamente desaparecer. Los zapatos (unos elegantes y pulcros zapatos negros) iban de un lado a otro, y yo los observaba de reojo. Hubo un silencio repentino, y luego un chirrido. Sentí un peso sobre mí y supuse que se había subido a la cama. Esperé, callada, a que pasara algo.
Di un respingo al ver, justo sobre mi cabeza, la punta de un largo cuchillo. El cuchillo desapareció y volvió a caer con fuerza sobre la cama, ésta vez, rozando mi cuello por poco. Me deslicé lo más lejos que pude del cuchillo, sin escapatoria alguna, deseando gritar y correr, pero de hacerlo seguramente moriría.
-Margot, Margot. –pensé desesperadamente. –Ayúdame, por favor…
-¡AAAH! –grité al sentir una mano aferrarme de un tobillo y sacarme por la fuerza de debajo de la cama. Y ahí lo vi: era un hombre alto, fuerte, bien vestido, con el cabello negro ribeteado de canas grises, y los ojos azules pero no tan redondos e infantiles como los de Vivian. Había visto ése rostro antes, lo sabía, pero no lograba recordar dónde…
Hasta que recordé la fotografía familiar de Vivian y noté el vivo parecido entre ése hombre y el padre…
-Usted… usted… es el hermano de Vivian. –musité.
-¡Pero vaya! –gritó el hombre, al que Vivian llamaba Peter. -¡Has estado escondiéndote aquí con él! Lástima que ya seas algo mayor, pero… Aún eres muy bonita.
-¡Entonces fue usted! –grité. -¡Usted mató a ésas niñas! ¡Mató a mi hermana!
-¿Tu hermana? ¡Entonces…! –alzó el cuchillo. -¡Será un placer enviarte con ella ahora mismo!
Miré fijamente la punta del cuchillo elevarse justo sobre mi pecho. Intenté cerrar los ojos, pero me fue imposible.
-¡No, no! –supliqué justo antes de que el arma cayera.
-¡Ay! –Peter me soltó y cayó a un lado, con el cuchillo aún en la mano. Miré entonces, sorprendida, a Vivian, encaramado sobre su hermano y golpeándolo con todas sus fuerzas.
-¡Vivian! –lo llamé, horrorizada. Él no me prestaba atención, estaba golpeando a puño limpio a su contrincante mientras chillaba:
-¡No! ¡No le harás daño a Alessa! ¡No la lastimarás!
-Vivian… -lo observé sin parpadear. Jamás lo había visto furioso, y era increíble cómo, siendo tan pequeño y delgado, tuviera tanta fuerza.
-¡Vete, Alessa! –gritó, dirigiéndome una mirada llena de pavor. -¡Corre, corre!
No necesité escucharlo dos veces. Salí corriendo por la puerta sin hacer caso a los golpes a mis espaldas. Bajé de dos en dos los rotos escalones y al brincar uno caí de bruces. Tras de mí, oí la voz de Peter gritar con toda su furia:
-¡Alessa!
Me incorporé y llegué hasta la puerta. Me dolía dejar a Vivian, y vacilé un momento antes de abrir; pero al oír los pasos del asesino acercarse peligrosamente a mí, olvidé todo y salí corriendo de la casa.
Recordé entonces que del lado derecho, había un paso, que Vivian no utilizaba, pero seguramente su hermano sí, así que me dirigí inmediatamente al lado derecho, corriendo sin prestar atención al frío de la noche ni a los pasos.
Hundí mi pie en un sitio cubierto de maleza y, de pronto, el suelo se venció a mis pies y caí.
-¡AAAAH! –grité, asustada, mientras me hundía en lo que parecía ser un antiguo pozo clausurado cuyas maderas se habían vencido por mi peso. El pozo era enorme, pero no muy profundo, y fue cuestión de unos segundos antes de chocar con el agua. Me hundí rápidamente, pero me di la media vuelta y ascendí, aferrándome a las piedras de las paredes.
Resoplando y temblando, miré sobre mi cabeza. Sólo se veía el cielo negro… y su luna dorada iluminándome.
-No… -musité. –Esta vez no.
Busqué alguna manera de salir del pozo, una saliente o lo que fuera, y de repente, la luz se extinguió. Dirigí mi mirada al cielo y vi un fardo gigantesco caer a tremenda velocidad y estrellarse cerca de mí.
-¿Qué…? –dije, pero no tuve tiempo de decir nada más. Algo debajo de mí me jaló de regreso al agua, hundiéndome por completo. Forcejeé para liberarme de lo que fuera que me mantenía sumergida y apenas logré sacar por un momento la cabeza para tomar aire. Nuevamente, algo (esta vez, desde arriba) volvió a sumergirme en las aguas heladas y oscuras. Por un momento fugaz vi lo que parecía ser un zapato muy elegante, y luego volví a pelear por soltarme de la garra que, aferrada a mis cabellos, me mantenía bajo el agua.
Hice un tercer intento, y sin saber porqué, apenas salir del agua bramé:
-¡VIVIAN!
Y de nuevo, la mano me hundió. Aferré la muñeca del hombre, luchando por soltarme al mismo tiempo que pataleaba. Hacía un frío atroz, y escuchaba solamente un torrente horrible, el eco de mi propio pánico. Algo palpitaba nerviosamente en mi cuello, los pies y las manos se cansaban de pelear… Me sentí débil, mareada, mis manos se aflojaron, mis piernas se entumecieron y dejaron de golpear… Cerré los ojos, tristemente convencida de que todo había finalizado…
Una mano me jaló desde el fondo de aquélla helada oscuridad y me llevó hasta donde había aire.
-¡Alessa! –dijo una voz. -¡Alessa!
Abrí los ojos y tosí, escupiendo el agua que había tragado en la tercera inmersión. Vi junto a mí a Vivian, que me sujetaba con un brazo.
-¡Vivian! –gemí apenas recuperé la voz.
-Debemos irnos, Alessa.
No me preocupé en averiguar qué le habría pasado a Peter, y con ayuda de Vivian escalé por las paredes del pozo. Con mucha dificultad comenzamos a ascender, guiados por la luz de la luna y sin atender a las aguas, repentinamente quietas, que estaban debajo de nosotros.
-¡Rápido! –le apresuré, volteando a mi lado para ver a Vivian. Quedaban ya muy pocos metros, en cuanto saliéramos correría lejos de ése bosque, buscaría a la policía y les haría saber quién era el asesino de las niñas, quién había matado a mi Margot…
Mi mano alcanzó el borde del pozo y, dando un salto, caí sobre la tierra. Tras de mí, Vivian también había salido, agotado y tiritando.
-Vivian… -jadeé. –Gracias… Muchas gracias…
-Alessa. –gimió. –Lo siento mucho, Alessa, yo no quería que eso pasara, te lo juro, yo no sabía, ¡yo no sabía!
-Tranquilo, tranquilo. –lo abracé, dejando que escondiera el rostro en mi hombro para llorar. –Ya pasó, Vivian.
De pronto, oímos un grito. Nos asomamos al pozo y sentí como si mi corazón hubiera dejado por un momento de latir. Subiendo con dificultad el pozo estaba Peter.
-¡Vivian! –bramó medio enloquecido. Su mano se estiró, listo para alcanzar el borde.
-¡Vámonos! –dije, poniéndome velozmente de pie y sujetando a Vivian de un brazo. –Vamos, Vivian.
-¡Sí! –se puso de pie y echamos a correr a través de los árboles, tratando de ignorar los gritos coléricos de Peter tras nosotros. Sentía que mi corazón no soportaría más tiempo aquéllos terrores sufridos, y pensé en aquéllos lejanos tiempos en que fui feliz con Margot…
Margot… por ella era por lo que hacía todo eso…
-¡No, no! –dije, sujetando a Vivian antes de que echara a correr a la nada. -¡Iremos tras los matorrales!
-¿Qué? –preguntó, visiblemente asustado.
-¡Iremos por el camino que me indicaste! –dije. -¡Saldremos de aquí!
-No, no.
-¡Vivian! –Peter estaba justo detrás de nosotros, mirándonos con una mezcla de odio y de locura. Vivian me sujetó de la muñeca y me llevó corriendo hacia el sendero oscuro por el que había llegado la primera vez.
-¡Pero…! –dije.
-¡Solo corre, Alessa! –me ordenó Vivian. -¡Corre!
-¡Los mataré! –amenazó Peter, corriendo. -¡Les juro que los mataré!
-Margot… Margot… -susurré mientras cruzábamos el siniestro sendero. –Ayúdanos, por favor… Ayúdanos…
-¡Ay! –Vivian había tropezado, y yo con él. Me incorporé y lo sujeté de los hombros.
-Vivian, levántate… Por favor… ¡Por favor!
De un tirón logré ponerlo de pie y seguimos corriendo.
-¡Vuelvan aquí, desgraciados! –gritó Peter. -¡AH!
Hubo un golpe violento, y me detuve para ver. Peter, a varios metros lejos de nosotros, luchaba contra lo que parecía ser un montón de setos que se habían enredado alrededor de su tobillo, impidiéndole continuar.
-Vamos, Alessa. –me urgió Vivian. Los dos continuamos. Yo no podía correr más, estaba agotada y dolorida, y el frío me calaba hasta los huesos.
Logramos salir del siniestro túnel de árboles y nos encontramos varados en medio de la nada. Ya ni la luna era visible.
-¿Y ahora? –pregunté. –Vivian, ¿ahora hacia dónde?
-No lo sé, Alessa. No lo sé. –Vivian tragó saliva, caminando lentamente y mirando de un lado a otro con los ojos muy abiertos. Me quedé en mi sitio, tratando de recuperar el aliento; si tan solo pudiera recordar el camino correcto, podríamos llegar a Coventry y acabar con ésa pesadilla.
-¡Te tengo! –gritó una voz en mi oreja. Peter me había dado alcance y me tenía sujeta de los brazos, mientras con la mano libre sostenía el cuchillo cerca de mi cuello. Al oír su grito, Vivian se volvió.
-¡Alessa! –gimió aterrorizado. -¡Alessa!
-¡Cállate, Vivian! –dijo Peter. –Cállate y no te muevas, porque si te mueves te juro que le abro la garganta a tu estúpida amiguita.
-Vivian. –susurré. –Quédate quieto, no tengas miedo.
-No, no, no… -susurró Vivian, dejándose caer y mirando con los ojos suplicantes a mi captor. –Peter…
-Te dije que te callaras, Vivian.
-Peter… hermano… por favor… -suplicó.
-¡Cállate! –ordenó su hermano.
-Pero…
-Tú… no eres mi hermano… Y ella…
Levantó el cuchillo y lo vi dirigirse a mi cuello.
-¡NO! –grité. Me incliné y sentí el golpe de su puño en mi cabeza, seguido de un gemido de dolor. Al inclinarme, había hecho que él mismo se hiriera. Caí al suelo en cuanto me soltó, y miré de soslayo a Peter, que se cubría la cara con ambas manos.
-¡Maldita! –me gritó, y traté de ponerme de pie. Rápidamente me sujetó de un tobillo, y Vivian se echó a correr en cuatro patas para alcanzar mis manos.
-¡No! –gritaba él. -¡Suéltala! ¡Suéltala!
-¡Chiquilla desgraciada! –bramó Peter, tratando de acercarme a él mientras blandía el cuchillo. Le largué una patada que le dio en plena cara, y sólo así Vivian me arrastró lejos de su hermano. Peter se repuso del golpe y se abalanzó sobre mí.
-¡AAAH!
Sentí como si algo puesto al rojo vivo se hundiera en mi cadera. Aquello salió con fuera de mi carne, seguido de una sensación extraña, como si algo líquido se desliara por el mismo sitio dolorido. Peter me había acuchillado cerca de mi pierna derecha.
Eso fue más de lo que Vivian pudo soportar. De repente, ignorándome por entero, se lanzó sobre Peter, y los vi peleando furiosamente en el piso. Peter había soltado el cuchillo, y Vivian se abalanzó sobre él.
-¡Vivian! –grité al mismo tiempo que Peter también aferraba el arma ensangrentada. Los dos forcejearon por quitarle a su contrincante el cuchillo, mientras yo miraba no muy lejos de la escena a los dos hombres que peleaban.
Peter se dio la vuelta, echándose sobre Vivian, y de pronto, escuché dos gritos.
-¡VIVIAN! –grité, horrorizada, con los ojos fijos en la nada. Vi a Peter, quedarse estático mirando a Vivian, que también tenía los ojos muy abiertos. No podía ver quién había herido a quién…
Peter se incorporó por un momento, mirándome fijamente, con las cuencas de los ojos vacías, y entonces descubrí con gran alivio que él tenía el cuchillo hundido sobre el estómago.
Con un gesto violento se arrancó el arma, y como si no hubiera pasado nada, se acercó lentamente hacia mí. Yo respiraba con gran dificultad y trataba de avanzar arrastrándome por el piso, sin quitarle la vista de encima.
-¡AAAH! ¡AAAAAAAAH! –gritó de repente, el grito más horrible que hubiera escuchado. Retorcía las manos como si llevara en sus espaldas algún peso insoportable, y luego cayó de rodillas. Lo miré darse de bruces en el suelo, retorciéndose como si fuera víctima de un ataque epiléptico, gruñendo con horror y forcejeando contra algo invisible.
De pronto, vomitó un chorro de sangre repugnante, y quedó totalmente estático, con los ojos vacíos. Había dejado de moverse, totalmente quito y silencioso, mientras la sangre brotaba de su estómago y de su boca. Por fin, había muerto.
Hubo un instante de silencio, en el que mis ojos pasaron lentamente del cadáver al bosque. Tal vez era por mi cansancio, porque estaba agotada, débil y herida, pero hubiera jurado ver, desde el sendero oscurecido, lo que parecían minúsculas luces cruzar las copas de los árboles, desapareciendo en la nada.
-Margot… -susurré, y me dejé caer en las hojas secas, cerrando los ojos para dejarme morir.
-¡Alessa! ¡Alessa! –gritó una voz. Abrí los ojos al sentir los zarandeos de Vivian, que estaba totalmente fuera de sus casillas.
-Vivian…
-¡Alessa! –sollozó. Me abrazó fuertemente, temblando de pies a cabeza. -¡Alessa! ¿Qué he hecho? ¿Qué le hice a Peter?
-No llores, Vivian, por favor. –le supliqué. –Ya ha pasado.
-¡Pero Alessa, lo maté! ¡Soy un asesino, Alessa! ¡Soy un asesino!
-Vivian… Vivian… -susurré. Tomé su cara entre mis manos, mirándolo intensamente a los ojos. –No tengas miedo, Vivian. No tengas miedo. Esto sólo ha sido una pesadilla, Vivian, nada más.
-¿Sí? –lloró.
-Sí. Una pesadilla, y ha terminado. –dije. Vivian asintió dócilmente, derramando unas lágrimas más, y luego, despacio, se acostó a mi lado, haciéndose un ovillo. Lo imité, dejándome caer de espaldas. Con una mano acaricié su pelo, oyéndolo gemir hasta que se quedó dormido; yo sentía la sangre que seguía brotando de mi herida, con los ojos fijos en la luna, que parecía haberse vuelto blanca.
Margot… mi Margot… Margot estaba a salvo. Era libre ahora… Todo había acabado.
-Se acabó… -musité. Presa del agotamiento, cerré los ojos, y me hundí en una oscuridad imposible y en un sueño, el más dulce que había tenido jamás.

lunes, 25 de octubre de 2010

CAPÍTULO 10!!!

10
Dios Ayude a los Marginados
Despertar al día siguiente fue difícil, en primer lugar por la molesta posición en que había dormido, y en segundo lugar porque recordé en dónde estaba y porqué estaba ahí. Vivian ya había salido, y cuando bajé las escaleras lo encontré comiendo una manzana; me ofreció una con un gesto inocente y hasta alegre en la mirada, y tomé mi patético desayuno, dispuesta a descubrir un par de cosas. Margot sólo había tenido dos días de vida, mismo tiempo que calculé para mí; me quedaban, entonces, veinticuatro horas para descubrir el misterio detrás de los asesinatos en el bosque de Bath.
-¿En qué piensas, Alessa? –me preguntó Vivian.
-En nada. –dije quitándole importancia. –Sólo recordaba…
-¿Recordabas? –me preguntó.
-Sí. Recuerdo el día que nos conocimos. –dije. –Nos vimos en…
-En tus sueños. –dijo él. –Me acuerdo muy bien.
-¿Cómo lo haces?
-No sé. –dijo. –Me dijeron que si deseaba algo con todas mis fuerzas sólo debía pensarlo y… lo tendría.
-¿Quién te dijo eso? –pregunté, intrigada.
-No me acuerdo. –respondió con tono monótono. No insistí.
-¿Hoy qué haremos?
-No sé. ¿Quieres jugar afuera, en los árboles?
-Sí. De acuerdo.
Salimos de vuelta al bosque de manzanos. Era un verdadero laberinto por el que podía fácilmente esconderse alguien, lo noté casi de inmediato, pero no tuve mucho tiempo para meditarlo porque de la nada, Vivian dio la señal y salió corriendo a través de los árboles. Yo lo seguí lo más aprisa que pude, guiada por sus gritos algarábicos. Paso a paso me internaba aún más en la espesura de los manzanos, y crucé por el lado del árbol más grande, donde estaban tallados los nombres de las niñas, y sentí una punzada de miedo.
Frené mi carrera. Acababa de concebir una idea.
Silenciosamente me deslicé entre los árboles hasta llegar a un claro. No recordaba haberlo visto, pero guiándome desde el árbol principal, había caminado hacia la derecha. Ahí, entre la espesura, estaba una especie de pasadizo, que no tenía nada que ver con el oscuro sendero de los árboles. Éste había permanecido oculto debido a los altos matorrales, pero si los cruzaba, podría fácilmente hallar un camino. Y mucho me sorprendí cuando, al asomarme, vi un pedazo de suelo que no tenía ni tierra ni plantas, sino gravilla. Aquél descubrimiento me hizo sentir una curiosidad terrible, al mismo tiempo que encontraba una ruta de escape si es que, seguramente, llegaba a necesitarla.
-¡Te atrapé! –gritó Vivian tras de mí, haciéndome saltar de miedo. Apenas recuperarme, sonreí, fingiendo inocencia. -¿Qué haces, Alessa?
-Sólo miraba ésas gravillas. –dije. –Qué raras son, ¿no?
De pronto, Vivian mudó su tono de voz infantil, y mirando las gravillas con cierto terror me dijo:
-Llevaba mucho tiempo de no verlas. Creí que el bosque ya se las había comido.
-¿Qué son? –pregunté.
-Un camino. –dijo. –Un camino que nunca uso.
Y dicho esto, dio la media vuelta y emprendió el camino a casa. Lo seguí en total silencio, fascinada por ésa nueva y curiosamente siniestra revelación.
Poco a poco las cosas se esclarecían: Vivian no salía más allá de sus terrenos llenos de manzanos; el camino de gravilla parecía asustarlo o molestarlo; fingía no saber nada de las niñas, aunque había mencionado a Margot vagamente, y le tenía pavor a la soledad y a sus pesadillas. Encima de todo, actuaba con tanta puerilidad que de inmediato supe que era un desequilibrado mental, y a juzgar por el violento sueño tenido la noche anterior, él había sufrido mucho siendo un niño. Al menos, eso explicaba un par de cosas, pero no todo.
Llegó la tarde, y una fuerte lluvia cayó sobre el bosque. Lejos de ahí, a unos kilómetros cerca del lago, la policía continuaba buscándome, entre ellos estaba el oficial con el que la señora Castle había hablado cuando Margot desapareció; miraba intrigado los terrenos que se cubrían con la lluvia, pensando en algún detalle que pudieran haber olvidado, algún insignificante detalle que pasaran por alto y que fuera la pieza clave para evitar una víctima más.
-Debemos irnos. –le anunció a su equipo. –Si no han hallado nada más, nos vamos.
-Nada, señor. –dijo uno de los agentes. –Señor…
-¿Sí?
-Tengo una hija, de ocho años. –dijo con pesar. –Usted no tiene idea de lo duro que se me hace pasar los días buscando en éste maldito bosque sólo para hallar… a alguien más.
-También a mí. –dijo. –Vámonos, de todos modos la lluvia no nos ayudará en nada.
Dentro de la casa, Vivian se había quedado dormido al lado de la estufa. Yo, que estuve casi media hora totalmente estática en el sofá y con los puños apretados, vi mi oportunidad de buscar las pistas que tan urgentemente necesitaba. Así que, silenciosamente, subí las escaleras y entré a la habitación de Vivian. Revolví calladamente los cajones, busqué debajo de la cama, entre el colchón… Nada, además del zapato abandonado. No había más.
Decidí probar suerte en la puerta que permanecía cerrada y sin clausurar. La abrí con un escalofriante chirrido, y me encontré con una visión extraña; había al fondo una cama pequeña, con las mantas roídas por el tiempo. Del techo colgaban unos adornos infantiles, al otro lado estaba un árbol de Navidad seco, con unas pocas viejas esferas aún colgando de sus marchitas ramas. Alguna vez, pensé mientras recorría el lugar, un niño fue feliz ahí.
Me dirigí al ropero, que estaba apostado contra la pared, del lado de la ventana, donde todavía caía la lluvia, y lo abrí. Lo primero que saltó a la vista fue una caja de color negra, cubierta por lo que parecían trozos de hojas o de flores. Abrí la caja.
-¡AAH! –grité al ver dentro de ella los restos asquerosos de un animal, seguramente una ardilla. Cerré la caja con el corazón alterado y volví a buscar, rezando por no encontrarme otra vez con otro cadáver más.
Di con un portafolio que decía en el exterior “Vivian Roberts”. Lo abrí, ávida por descubrir la secreta historia del bosque de Bath, y del portafolio salieron varios papeles.
Uno de ellos era una deslucida fotografía de una hermosa casa. Imaginé que era la casa de Vivian, y la dejé a un lado. Encontré también su acta de nacimiento; había nacido curiosamente el mismo día que yo, pero doce años atrás. También había varios papeles con nombres de hospitales, anunciando los aires de fatalidad cuando él tendría apenas unos seis meses de nacido:
-Problemas de comunicación y aprendizaje. –leí. –Comportamiento obsesivo y dependiente, exagerado en un niño. Pavor a la oscuridad.
Era una crónica deprimente. Vivian no había hablado sino hasta cumplir los cuatro años, y se comportaba como un bebé. Debieron ser días oscuros para sus angustiados padres, pero por lo visto, la cosa se puso peor. Al cabo de ocho años desde su nacimiento, hubo un registro de un hospital psiquiátrico, donde fue examinado varias veces, y como resultado, al menos cinco médicos habían escrito “retraso de reloj biológico mental”. Imaginé que con ello habían querido referirse a su comportamiento infantil cuando ya debía actuar de otro modo. No había aprendido a leer ni a escribir sino hasta los diez años, y con varias dificultades (uno de los médicos había puesto que era incapaz de escribir con la mano derecha), pero ningún registro hablaba de conducta violenta. Uno de ellos había aclarado, incluso, que la mente de Vivian estaba tan infantilizada que desconocía la violencia y que éste la provocaba tal miedo que no podía defenderse siquiera. Entonces recordé los gritos del niño, e imaginé que su padre, desesperado por la enfermedad de su hijo, lo había atacado siendo muy pequeño para descargar su frustración, y sólo su madre lo había intentado proteger.
Seguí leyendo. Había quedado huérfano a los once años, cuando hubo un incendio. Lo supe por un recorte de periódico donde se mostraba la foto de la casa, ya con huellas de su futura decadencia. Pero, ¿dónde estuvo Vivian todo ése tiempo? Leí que lo habían rescatado y enviado a un orfanato.
-Un orfanato. –revolví las hojas y palidecí. –Orfanato de Coventry.
Había estado en el mismo sitio que yo. Sin embargo, no duró más de dos años ahí, porque después fue internado en un hospital fuera de Unknow Hill. Y… ¿luego?
Nada.
No había más registros, a excepción de un minúsculo recorte de periódico, fechado diez años atrás, donde el hospital anunciaba de la desaparición de Vivan y daban sus señas.
¿Cómo pudo Vivian guardar todos ésos papeles ahí y haberlos olvidado? Ignoré ésa pregunta y revisé los otros objetos. Había varios dibujos infantiles de Vivian. En ellos, estaban sus padres sonriendo con gran alegría, y un niño que estaba entre ellos, pero no parecía ser Vivian. Supuse que él, en el fondo de su pesar, se había dibujado tal y como sus padres desearon que fuera: un niño normal y feliz.
Dejé los dibujos a un lado y me concentré en la fotografía. Estaba rota, pero se veía la casa, totalmente construida y preciosa; ahí estaba una pareja, sonriéndole a la cámara. La mujer, alta y delgada, debía tener el cabello rubio, algo difícil de saber porque la foto estaba a blanco y negro. El hombre tenía un bigote espeso y negro, y sujetaba de una mano a un niño que sonreía contento; era pecoso y de pelo oscuro como su padre.
-Tuviste un hermano. –dije sorprendida. Del otro lado, en los brazos de su madre, estaba Vivian. Miraba con puerilidad al frente, llevando un babero que le cubría hasta el estómago. Incluso en la fotografía era notable el color rojizo de su cabello y la dulzura infinita y atormentada de su mirada. Sonreí al bebé de la fotografía. –Cómo pudiste transformarte en un monstruo, Vivian. –musité con melancolía, y volví a guardar apresuradamente todos los papeles en el portafolio. Había dejado de llover, y por el cielo se notaba un sucio ocaso. Mi tiempo se estaba agotando.
Salí de la habitación, cerrando con sumo cuidado la puerta, y al darme la vuelta choqué con Vivian.
-¡Ah! –grité al verlo.
-¿Qué hacías ahí, Alessa? –me preguntó con los ojos llenos de desconfianza.
-Nada, yo solamente… paseaba. –dije.
-¿Viste algo? –no contesté. Noté una nota de furia en la voz y me entró pánico. -¿Viste algo?
Al no obtener respuesta alguna, me empujó violentamente y entró a la habitación. Locamente se abalanzó sobre el ropero, lo abrió y rebuscó entre los escombros. Lo vi abrir la siniestra caja donde guardaba a la ardilla y lo oí musitar con tristeza:
-Pobre Chubby. –dicho esto, dejó la caja a un lado y extrajo en portafolio. Di un respingo demasiado fuerte, y Vivian me miró.
-¿Has visto lo que hay aquí? –me preguntó fieramente.
-No… No. –dije rápidamente.
-Nadie debe verlo. –dijo con un tono monótono. –Nadie debe verlo, porque es una vergüenza. Es una vergüenza para toda la familia, y yo la provoqué. Yo la traje a la familia, todo lo que pasó fue mi culpa. Todo, todo… cuando papá se enojaba fue por mi culpa, porque yo era malo y lo merecía. Cuando se incendió la casa fue mi culpa…
-¿Tú encendiste la casa? –pregunté suavemente. Vivian negó con la cabeza.
-Fue mi culpa porque yo cansaba a mamá, ella pasaba muchas horas despierta cuidándome y se quedó dormida con la estufa encendida. Todo se quemó, todo… Ellos se la llevaron y me quedé solo. Solo.
Soltó el portafolio y repentinamente se dejó caer, sollozando. Sentí lástima por él, pero no me atrevía a acercarme por temor a que me atacara o algo peor, así que me rezagué y lo escuché gemir largamente.
-Vivian, ¿qué fue lo que pasó? –lo cuestioné.
Me miró largamente, sin ponerse de pie, y desde su posición fetal comenzó a hablar:
-Decían que yo tenía algo, que no era normal. Papá decía que yo era un error, una basura. Me pegaba cuando no hacía algo bien, me pegaba muy fuerte, y yo lloraba. Mamá también lloraba, y me llevaba a mi habitación y me curaba. Todas las noches se quedaba conmigo, contándome cuentos y cantándome canciones.
Recordé a Margot… “¿Quieres saber de dónde saco los cuentos? Alguien me los dice”.
-Entonces la casa se quemó. –siguió Vivian. –Mamá y papá se fueron. Me dijeron que todo estaría bien y me llevaron ahí…
-A Coventry. –dije. Vivian asintió.
-Yo no era feliz ahí; todos me miraban extraño y me sentía solo. Entonces me llevaron lejos de Coventry, a un hospital. Me dijeron que ahí estaría bien, pero tampoco fue cierto. Me encerraban y me hacían… cosas horribles… -un escalofrío lo recorrió de arriba abajo, y me pregunté qué clase de horrores había sufrido en el hospital para sentir tal pánico. Cerré los ojos, y no sé porqué, vi en mi mente, claramente, la imagen de un muchacho, más joven incluso que yo, encerrado en una habitación acolchada, gritando de miedo por la oscuridad… Luego, ése mismo muchacho era atado a una cama, recibiendo terribles electrochoques… Era una imagen tan vívida, la de ése pobre chiquillo pelirrojo llorando largas y frías noches en el hospital, que abrí los ojos para apartar ésas memorias de pesadilla.
-¿Y después? –le pregunté.
-Me escapé. –dijo. –Yo quería volver a mi casa, aunque mamá ya no estuviera aquí. Tenía miedo de que me encontraran. –tragó saliva, dirigiéndome una mirada horrorizada. –Pero me encontró.
-¿Quién? –pregunté.
-Me dijo que yo debía hacer algo para pagar por lo que había hecho. Entonces me dijo que debía ser bueno y no hablar nunca más con nadie. –dijo velozmente, como si fuera una memoria reciente. –Pero a mí me daba miedo estar solo, y me dijo que yo podía estar acompañado si lo deseaba. Y entonces… llegó ella.
-Emily… -dije.
-Ella era muy buena. –me explicó Vivian. –Nos divertíamos mucho juntos, y ella me dijo que me quería, que era el mejor amigo del mundo. Entonces…
Me quedé en absoluto silencio, ni siquiera me atrevía a respirar. Estaba a punto de descubrir el terrible secreto, y por fin, solo así, Margot y las demás niñas se salvarían…
-Entonces… se puso el vestido. –me dijo. –Se veía hermosa, como una muñequita, y jugamos toda la tarde. Pero luego… Luego ella se fue.
-¿Qué? –dije, sorprendida. -¿Cómo que se fue?
-Se marchó. –musitó. –Yo me sentí muy triste y enojado, pero él me dijo que no debía preocuparme, que yo podría atraer a una nueva amiguita. Y así fue. Pero cada vez que llegaban y se ponían el vestido… se marchaban. Y nunca volvían.
-Vivian. –dije secamente. -¿Qué le pasó a Margot?
-¿Margot? –dijo Vivian. –Lo mismo. Se puso el vestido y se fue.
-No, Vivian. –dije tratando de controlar mi ira. –Margot no se fue. Ni Margot ni Emily ni ninguna de ésas niñas se fue. Tú las mataste.
-¿QUÉ? –bramó Vivian, palideciendo hasta la raíz del pelo.
-¡Sí, Vivian! –chillé. -¡Las mataste, a todas y cada una de ellas!
-¡No, no! –dijo él, horrorizado. -¡No están muertas!
-¡Sí lo están, Vivian, tú las mataste! –grité. -¡Tú las mataste y las abandonaste en el lago! ¡Por eso tienes ésas pesadillas, Vivian, sueñas con todas las niñas que mataste!
-¡Yo no las maté, yo no las maté! –sollozó lleno de angustia. -¡Yo no les hice nada, nada! ¡Ellas iban a volver, él me dijo que volverían!
-¿Quién, Vivian, quién?
-¡Pero él no me dijo nada sobre ti! –replicó, como si no hubiera escuchado mi pregunta. -¡Él no lo sabe, yo te traje aquí porque Margot me lo dijo, ella quería que estuviéramos los tres juntos!
-¿Quién te dijo de las otras niñas, Vivian? –pregunté. -¿La misma persona que las llevó al lago?
-¡Me dijo que nada malo les pasaría, que sólo saldrían por un momento y ya! –lloró horrorizado.
-¡Vivian! –dije, sujetándolo de los hombros. -¿Quién te hizo que atrajeras a las niñas? ¿Quién se las llevó? –se mordía los labios y balbuceaba desesperado. –Vivian, ¿es la misma persona que te dio las muñecas, no es así? ¿Es quien les dio los vestidos? ¡Dime, por favor!
-No…. No puedo decirte… No puedo…
-Vivian. –dije. –Por favor…
Respiró profundamente, sin dejar de mirarme. Separó los labios y murmuró:
-Yo no quiero que te vayas, Alessa.
De pronto, hubo un súbito silencio. No se escuchaba nada más que unos pasos afuera. Miré la luna por la pequeña ventana de la habitación, y sentí un escalofrío. Era la misma luna de siempre: enorme, dorada. Mi tiempo había terminado.
Oí la puerta abrirse. De pronto, Vivian se puso de pie rápidamente y me tomó de un brazo.
-Ven. –me ordenó.
-¿Qué? ¿Qué haces? –dije, horrorizada. Corrimos hasta su habitación y me empujó dentro. Luego, me obligó a ocultarme debajo de la cama.
-Vivian, ¿qué haces? –pregunté.
-No hagas un solo sonido. –me pidió. –Quédate ahí.
-¿Porqué? –pregunté.
-Porque no quiero que te vayas tú también. –dijo. Desapareció tras la puerta y me quedé ahí, agazapada, preguntándome qué era aquello a lo que Vivian le tenía tanto miedo y de lo que me ocultaba.

P.D El miércoles subo el capítulo 11 y el viernes el último capitulo!!!

sábado, 23 de octubre de 2010

PARTE 9!!!

9
Negras Perspectivas
Entramos al austero edificio. Noté los muebles, ahora rotos y descuidados, y no pude evitar darme cuenta que existió una época en que ésa casa rebozó de dicha. Todo estaba demacrado, sí, pero si cerraba los ojos podía dibujar en mi mente una hermosa escena imaginaria: una casa impecable, iluminada por lámparas finas que destellaban alegremente de los techos, de las mesas; una comida suntuosa colocada en el comedor (ahora infestado de escombro) puesta por una madre hacendosa, y las risas de dos o tres niños corriendo de un lado a otro.
Sólo uno no corría. Uno muy pequeño, con aspecto enfermizo, que se encontraba en el fondo de la sala, oculto tras la chimenea y abrazado fuertemente a una cobija de lana gruesa, mirando el ir y venir de otras personas. Daba lástima observarlo, con sus ojos anegados en silencioso llanto y sus cabellos revueltos, pero nadie le prestaba atención, nadie…
-Vivian, ¿aquí viviste tú? –le pregunté.
Nuevamente su rostro se oscureció. Aquéllas palabras mías parecían haber abierto una silenciosa y secreta brecha de recuerdos terribles, los mismos recuerdos que pudieron haberlo destruido, y convertido en el ser monstruoso que era ahora.
-Sí. Vivía aquí con mamá y papá. –Margot tenía razón: hablaba como un niño. –Yo… yo siempre jugaba en la sala, mamá me cuidaba. Ella siempre estaba conmigo.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿Porqué?
Se mordió un labio antes de contestarme.
-Porque decían que yo estaba mal.
¿Qué era estar mal? ¿Era violento, acaso? ¿Miedoso, asustadizo? ¿No dormía ni comía bien? ¿Le gustaba lastimar a otros? ¿Lastimarse a sí mismo? Necesitaba saberlo.
-¿Porqué creían eso, Vivian?
-Dicen que tengo algo aquí. –y con el dedo índice se señaló la cabeza, dándose un leve golpecito. –Dicen que no pienso como los demás. No soy como los demás.
-Eso puede ser. –dije simplemente. -¿Qué te gustaba hacer, Vivian?
-Yo… salía al bosque y me quedaba horas mirando los árboles. –sonrió débilmente, recordando tiempos, aparentemente, más felices. –No me dejaban jugar con otros niños porque nunca conocí a otros, pero me encantaba subir a los árboles y dejarles nueces a las ardillas. Mi papá me dijo que eso era raro, y yo le dije que no, y discutimos. –suspiró. –Me gustaba sentarme y cantar… tarareaba cancioncillas que se me ocurrían de la nada…
-¿Alguna vez… lastimaste… a algún animal? –pregunté.
-¡No! –replicó, escandalizado. -¿Cómo podría hacerlo? Son tan bonitos, ¿no lo crees? Los pájaros que cantan, las ardillas que corren… Una vez, papá mandó demoler un árbol. Había muchas ardillas ahí y se murieron. Me molesté mucho con él y gritó cosas horribles… -se mordió un labio, mirándome con lástima. –Él hizo todo eso de allá atrás.
-¿Qué?
-Los árboles. Él los puso ahí para que yo jugara a las escondidas. –asintió orgullosamente, igual que un chiquillo de seis años que relataba lo que para él era la mayor aventura. –Y luego… él se fue.
-Lo lamento. –dije.
-Y después se fue mamá. –agregó con pesar. –No sé dónde se los llevaron aquéllas personas… Sólo me dijeron que todo estaría bien. Pero nada estaba bien… ¡nada estaba bien!
Y dicho esto, rompió a llorar. Me quedé de una pieza, mirando totalmente sorprendida aquéllas lágrimas rodar sin control por sus pálidas mejillas, semejando más que nunca a un niño asustado que al adulto de negro corazón que era. Sentí miedo, preguntándome en silencio si había sido precisamente en uno de ésos arranques melancólicos en los que había tomado la decisión de matar a aquéllas niñas. Pero era tan difícil ignorar su llanto que pretendía ser inocente que yo misma comencé a temblar de pies a cabeza, sin saber si debía aprovechar para huir o quedarme con él.
De pronto, sus grandes ojos azules y cubiertos de lágrimas se dirigieron a mí y gimió:
-¡Alessa! ¡Por favor, Alessa!
-¿Qué te sucede? –le pregunté con suavidad.
-Me siento muy triste, Alessa. –musitó, limpiándose el recién nacido llanto. –Estoy muy triste.
-¿Porqué, Vivian? –pregunté.
-Es que… es que… -tragó saliva con gran dificultad. –Pasaron todas… todas ésas cosas que yo… yo…
-¿Sí? –pregunté. -¿Qué cosas pasaron?
De pronto, chilló como un niño furioso, y comenzó a golpearse la cabeza mientras gritaba:
-¡No quiero decirlo! ¡No quiero, no quiero, no quiero…!
-¡Está bien, está bien! –exclamé, sorprendida por aquélla actitud. –Cálmate, Vivian, sólo cálmate. Nada malo pasará, ¿me oyes? Nada…
-¿Nada malo? –lloró él, mirándome de reojo. Negué firmemente con la cabeza. –No me abandonarás, ¿verdad, Alessa?
-¿Abandonarte? –dije, con la boca seca. Me miraba lleno de anhelo y de angustia… La misma mirada esperanzada y triste de una niña que, recién llegada al mundo, debía ocultarse en los brazos de su hermana para no sufrir de las vejaciones a las que ambas estaban condenadas. –No, Vivian, no lo haré.
-¡Ah! –suspiró, y de pronto se abalanzó sobre mí, abrazándome con tanta fuerza que temí que me fracturara las costillas. Tragué saliva, intentando ignorar sus sollozos agradecidos que rodaban por su rostro, y sumisamente bajé la mirada, clavando mis ojos en su coronilla. Quizá estaba yo diciendo la verdad, quizá nunca saldría de ahí.
Llegó la noche. La tarde se había ido de una manera muy extraña, como si el tiempo en el bosque no tuviera una línea y simplemente fuera mañana y noche. Vivian se había pasado todo el tiempo vagando por la casa, como una mascota encerrada que busca la manera de salir. Un par de veces salió, seguramente de vuelta al huerto, y luego volvió con un par de hermosas manzanas que comimos; fue toda la comida que probé en el día, y me sentía débil, quizá porque nunca había pasado tanto tiempo sin comer. Pero cuando cayó la noche, Vivian dejó de rondar y se sentó a mi lado, en el mismo sofá desgarrado en el que yo estaba, y comenzó a hacer maniobras totalmente ajenas a su edad: se mordía las uñas y se exploraba las manos con aires de curiosidad infinitas; se ponía a jugar con lo que parecían retazos de estambres sucios y viejos, y reía suavemente; un par de veces me ofreció los estambres para que yo jugara, y tal fue su insistencia que terminé tomando uno de los más largos y lo enredé en mis dedos, cavilando todavía.
-Vivian. –dije. Él me devolvió su mirada ingenua.
-¿Pasa algo, Alessa?
-Me preguntaba… ¿Has jugado así antes?
-¡Claro! –dijo alegremente. –Muchas veces, por eso tengo tantos estambres. Mira, sé hacer una serpiente…
-No, Vivian. –dije, tomándole la mano. –Me refiero a que si habías jugado así antes… con alguien.
-Oh, eso. –su sonrisa flaqueó un instante, y luego se encogió de hombros con aspecto nervioso. –No, no, nadie viene a visitarme… Nadie… Yo juego solo.
-¿Nunca ha venido nadie a verte?
-Bueno… -Vivian se mordió los labios y se pasó los dedos por el pelo. –Pues no… No en realidad.
Arqueé una ceja, y no me atreví a hacerle más preguntas. Miré la casa, ahora desolada y triste, y me pregunté en el fondo cómo es que un lugar de aspecto tan señorial había acabado en ruinas. ¿Había sido precisamente Vivian el que había destrozado todo? ¿Había vivido aquí con su familia hasta que un día enloqueció, quién sabe porqué, y quizá, ellos fueron sus primeras víctimas?
-Ya debemos dormir, es muy tarde. –dijo de repente mi compañero, dejando sus estambres a un lado y arrebatándome el mío con delicadeza.
-¿Dónde duermes tú? –le pregunté.
-Arriba. Tengo una cama muy grande, ahí podremos dormir los dos.
-De acuerdo. Llévame. –pedí. Me tomó de la mano como si fuera una niñita, y caminamos escaleras arriba. El piso superior era un laberinto de puertas, algunas clausuradas con maderos, otras, tenían todo el aspecto de no haberse abierto hacía años. Varias telarañas cruzaban el techo y restaban luz a las velas que estaban encendidas. Era como una pesadilla verdaderamente curiosa.
La habitación de Vivian era muy peculiar; a juzgar por su aspecto, en ella había dormido una pareja, quizá sus padres. El espejo en la pared estaba roto, y en el suelo había restos de lo que parecía escombro, y encontré entre un montón algo que me paralizó el corazón: un zapato de charol que debió pertenecer a una niña.
Así que el maldito loco las había llevado hasta ahí, las había seguramente cambiado de ropa y las había matado. Temblé ante la idea de dormir en el mismo lecho, donde seguramente habría manchas de sangre, quizá, la sangre de Margot.
-¿Te pasa algo, Alessa? –me preguntó Vivian, que acababa de preparar la cama, mostrando unas mantas blancas e inmaculadas, sin huella alguna de sangre.
-No. Nada. –me acerqué y me quité los zapatos torpemente, y luego me acurruqué en la cama, dándole la espalda a Vivian, que se quitó también los zapatos y el raído abrigo, y me arropó con dulzura. Suspiré, comprendiendo de inmediato porqué Margot había caído con tanta facilidad en la trampa; ésas maneras tan suaves de Vivian parecían el eco de los gestos amorosos de una madre, una auténtica madre como la que Margot y yo siempre deseamos, pero nunca tuvimos.
-Buenas noches, Alessa.
-Buenas noches… Vivian. –dije. Él apagó la única vela que iluminaba la habitación, y me quedé con los ojos abiertos, mirando el cielo a través de la pequeña ventana. La luna era blanca, pero destellaba violentamente, como si deseara advertirme de un peligro silencioso. Estaba muy asustada, pero muy cansada también, y poco a poco sentí mis párpados pesados, y cerré los ojos. No supe en qué momento me quedé dormida.
Me encontré de pronto en medio de la sala. Los muebles no estaban rotos ni viejos, sino nuevos y relucientes. Se oían por todas partes risas alegres, y de pronto, vi que varias niñas, vestidas como princesas, corrían de un lado a otro, jugando, dichosas y libres. Entre todas ellas vislumbré a Margot, que disfrutaba de los hermosos rayos del sol que penetraban en la habitación a través de los enormes ventanales.
Sin embargo, al fondo, en un rincón, había un niño pequeño que no jugaba. Atravesé el río de chiquillas risueñas y llegué a su lado. Era un niño de aspecto triste, con el pelo corto, lacio y pelirrojo, que abrazaba con ternura una pequeña ardilla. Al notar mi presencia, el niño levantó su mirada, y sus hermosos ojos azules, llenos de rencor, se posaron en mí. Me quedé helada ante ésa mirada fiera, que no parecía ir de acuerdo con las dulces caricias que le hacía a la ardilla, y retrocedí lentamente, sin dejar de mirar al niño.
Me di la vuelta. Ya no había ninguna niña en la habitación. Tras de mí, de pronto, escuché gritos y golpes. Un niño pequeño gritaba lleno de terror, mientras alguien lo golpeaba, y a juzgar por su voz, debía ser un hombre. Había una tercera voz que también suplicaba, una voz femenina que también estaba aterrorizada. No podía darme la vuelta, me costaba un enorme esfuerzo permanecer siquiera de pie, y mientras los gritos me inundaban los oídos, en los ventanales veía a las niñas, todas como pálidos reflejos de lo que alguna vez fueron contra una lluvia persistente.
Los gritos siguieron, más fuertes y más horribles. Yo también deseé gritar, suplicar para que ésa dura tortura terminase, llorando, llamando a Margot y retorciéndome de dolor y de miedo en medio de mi propia oscuridad…
Hasta que oí, a mi lado, un sollozo.
-¡Alessa! –gimió una voz. Era Vivian, que lloraba otra vez. ¡Alessa, por favor!
-¿Qué sucede? –pregunté sin darme la vuelta.
-¡Tuve… tuve una pesadilla! –se lamentó. -¡Tuve una pesadilla horrible!
Me di la vuelta. Vivian me observaba, hecho un ovillo sobre la cama, con las mejillas nuevamente empapadas en llanto. Parecía más frágil que nunca, como un bebé recién nacido que le tiene pavor a la oscuridad.
-Sólo ha sido un sueño y nada más. –le aseguré. –No te pasará nada malo.
-¡Pero…!
Bufé, agotada moralmente y temiendo lo que estaba a punto de hacer.
-Vivian, ven. –le dije, incorporándome. Él se deslió suavemente, y lo abracé de la misma manera en que abrazaba a Margot, ocultando su cabeza en mi pecho y yo apoyando mi barbilla sobre su coronilla. –Los sueños no pueden lastimarte, Vivian. Sólo son… sueños.
-Pero fue muy horrible, Alessa. –replicó. –Tú no puedes saberlo porque no lo viste.
Sí. Lo había visto. El niño pequeño que gritaba era Vivian, y las niñas… sus víctimas.
-Te prometo que nada de lo que sueñes te hará daño jamás, Vivian.
-¿Me lo prometes, Alessa? –gimió.
Sentí un estremecimiento en el fondo de mi corazón, y un doloroso nudo en la garganta me ahogó la voz. Sólo pude asentir, y lo dejé ahí mientras murmuraba con un dolor imposible dentro de mí la canción de cuna de Margot. Había algo en Vivian que me recordaba a mi querida hermana, y algo aún más profundo y desconocido que me advertía que, por ésa noche, yo viviría.
Por lo menos, una noche más.

jueves, 21 de octubre de 2010

PARTE OCHO!!!!!1 Esto se pondrá bueno...

8
Azul y Rojo
Valientemente, di un paso al frente para entrar a la oscura vereda, con la cabeza en alto e ignorando el frío del viento otoñal. Pero repentinamente salí impulsada hacia atrás, presa de un inesperado ataque de pánico, y dando media vuelta, corrí a refugiarme a los pies de un gigantesco roble, cuyas hojas formaban un encantador montículo naranja y café en el que me acosté.
¿Porqué sucedió eso? Quizá nunca logre averiguarlo, pues aún ahora sólo poseo conjeturas; quizá mi instinto de supervivencia me obligó a alejarme del peligro bruscamente, apenas mi mente se vio liberada del juego de quien me había llevado hasta ahí; quizá simplemente me dio miedo enfrentarme a lo desconocido, a cruzar por ese tramo siniestro a la mitad de la noche; o quizá, era porque mi mente había creído escuchar, apenas acercarme a los tétricos árboles, los llantos angustiados de diez almas que habían sido arrancadas cruelmente de su vida dichosa en ése mismo sitio.
Cualquiera que haya sido la razón, lo único verdadero es que me quedé ahí, en posición fetal y con el rostro cubierto por mis manos, deseando despertar de ésa horrible pesadilla y descubrir que jamás había salido de Coventry, que de hecho, estaba en mi cama profundamente dormida, y que al llegar la mañana sería Margot quien volviera a saltar sobre mi cama para despertarme.
Volví a abrir los ojos, sólo para encontrarme en medio de la fría mañana y con la vereda de árboles totalmente quieta y expectante ante mi vista. Me puse de pie, entumecida por el frío y por la posición en que dormir, por no mencionar mi incómodo lecho, y luego de sacudirme las últimas hojas de la ropa, volví a quedarme plantada frente a ésa boca de lobo.
Moría de ganas por salir de ahí y regresar a Coventry, pues para mi desesperado estado mental, aquello era casi como si cruzara las puertas del inframundo, y no tenía idea de qué fatalidad podría estarme esperando del otro lado. Seguramente, sería mi propio fin, y en lugar de socorrer al alma perdida de mi pobre hermana simplemente iría a reunirme con ella y con las otras niñas, y nos quedaríamos ahí eternamente, sujetando entre las manos el objeto maldito que nos condenó… Yo no iba a sacrificarme de esa manera.
Con los pies fijos en el suelo, miré a mis espaldas. Quizá podría encontrar el camino de vuelta al pueblo; sólo debería arriesgarme a otra caminata y, al llegar, a los gritos de la señora Castle que a esas horas, seguramente ya habría notado mi partida. Nada más era cuestión de recordar los lugares por los que pasé.
Di media vuelta y me encaminé para echar a andar entre los árboles, con el alma encogida por el miedo y por la cobardía. Di un par de pasos en dirección opuesta, lista para salir del bosque, pensando con gran tristeza en Margot y preguntándome con temor si es que, por mi culpa, habría otra víctima.
Llegué a un par de metros cuando, de pronto, me paralicé. Mi mente se había quedado totalmente en blanco, los ojos, fijos en la nada, y un silencio aplastante musitando en mis oídos. No pensaba ni sentía nada, solamente estaba ahí, quieta, rodeada de aquéllos colores rojizos que se mostraban a mi alrededor con las hojas de los árboles, con los troncos, con la débil luz del sol…
Una violenta ráfaga de viento cruzó el bosque en dirección mía. Al sentir el frío en mi cara, repentinamente, di la vuelta y corrí hacia el último lugar por el que me hubiera gustado pasar: la vereda silenciosa. Pero no había ni siquiera pensado en eso cuando ya había entrado.
Corría con todas mis fuerzas, aterrorizada por un mal ficticio que me empujaba al interior de ésa misteriosa trampa, temiendo aún más a la oscuridad del interior y a los ficticios sollozos infantiles que resonaban entre los árboles. Pero no me quedaba más remedio que seguir corriendo hasta el cansancio, ignorando qué encontraría al final de ése siniestro túnel… Yo solo me concentraba en correr velozmente y en suplicarle al cielo para que ése suplicio terminara de una buena vez. Tras de mí, el viento seguía azuzándome, lanzándose ferozmente sobre mí, como un helado látigo que bramaba en mis oídos con la misma intensidad que el largo gemido de Margot, un gemido que provenía de lo más profundo de mis pesadillas…
Estaba cansada; tenía hambre, frío, y aún así corría con todas mis fuerzas, con la vista fija, como un caballo desbocado, en el punto luminoso que estaba más allá. Seguí y seguí, sintiendo que mis fuerzas me abandonaban… Ya faltaba poco, me decía a mí misma, sólo unos metros más… cuatro metros… tres metros… dos…
Y de repente, tropecé con una raíz gruesa de árbol y di de lleno con el suelo, alfombrado de pasto tierno y unas cuantas hojas. Había salido de la boca del infierno.
Lentamente me puse de pie, con la boca entreabierta ante el espectáculo imposible que se mostraba ante mis ojos. Era como si, verdaderamente, hubiera descubierto que las pesadillas podían volverse realidad.
El campo estaba repleto de enormes manzanos, que se agitaban suavemente con la brisa del otoño, mostrando altivamente las cientos de manzanas que pendían de sus ramas, hermosas como ninguna otra manzana que hubiera visto en mi vida. En el suelo había pasto, y algunas pocas hojas secas que el viento debió arrancar de otros árboles y llevar hasta allá. A primera vista, el campo parecía un sueño, pero yo, que conocía lo que había sucedido ahí, lo miraba como cualquier otra cosa, menos como un sueño.
Caminé entre los árboles sin prisa alguna, fascinada por los colores tan llenos de vida que cubrían ésa oculta parte del bosque. Dejé de pensar en el oscuro pasadizo tras de mí y me concentré en las manzanas; una parte de mí deseaba arrancar una y llevármela a la boca, imaginando que, tal y como eran de hermosas, también debían ser exquisitas, sin embargo me contuve, pensando en Margot, y en que no deseaba sostener una manzana maldita por el resto de la eternidad.
Me asomé discretamente a cada paso que daba, preguntándome qué tan cerca o qué tan lejos estaba del asesino. No había rastros de vida alguna ahí, e incluso me pregunté si todo eso no era un sueño más. Pero en un sueño no me dolería el pie luego del brusco golpe que me di, y eso me bastó para comprender que era la realidad. Ahora, comprendía porqué aquéllas niñas habían ido tan voluntariamente a ése lugar, atraídas mentalmente y sin posibilidades de liberarse de la hipnosis, y quedándose después por ése paisaje de ensueño. La inocencia es la presa más fácil.
Cansada por la caminata, me planté frente a un árbol, un manzano de grandes dimensiones que era el único que no estaba rebosante de frutas. Parecía haber sufrido un asalto, pues algunas de sus ramas estaban dobladas, y supuse que habían arrancado todas las manzanas posibles de él. Me quedé mirando su copa, donde resaltaban una que otra minúscula manzana, cuando apoyé la mano en su tronco y sentí un leve escalofrío. Desvié mi mirada y observé detenidamente el sitio en el que había colocado la mano.
Ahí, el tronco estaba lleno de cicatrices, hechas, claramente, por una mano humana. Varios triángulos invertidos que formaban una V, estaban esparcidos por todo el árbol. Pero no era lo único que había sido escrito ahí: estaban, también, en las partes más altas (como si la persona hubiera crecido junto con el árbol) varios nombres en letra pequeña. Tragué saliva al reconocerlos: Emily, Rebecca, Alice, Johanna, Louise… y Margot.
El asesino había escrito los nombres de sus víctimas en el lugar en que las había matado. Temblando de ira, acaricié el nombre de mi pobre hermana, deseando llorar; me mordí los labios para evitar que las lágrimas cayeran, y me di la vuelta.
-¡AH! –grité, cayendo hacia atrás. Acababa de ver, frente a mí, a otra persona.
Desde el suelo, la observé con una mezcla de miedo y de furia. Era un hombre.
Jamás había visto a alguien como él en toda mi vida. Era más o menos alto, de complexión delgada, y vestido con un largo y raído abrigo de un color extraño, entre verde seco y amarillo. Toda su demás ropa estaba desteñida, y sus zapatos, deslucidos y sucios. Lo más imponente de todo era, en definitiva, su rostro. Era un rostro extrañamente atractivo, con facciones afiladas y simples; tenía el cabello pelirrojo, largo hasta los hombros, totalmente despeinado y cubriéndole la cara, y a través de los rojizos mechones, dos ojos grandes, redondos y… azules. Azules y de expresión inocente, como los de un niño…
Como los de un niño…
Él era el asesino de Margot.
A varios kilómetros del lugar, en Coventry, la señora Castle lloraba de desesperación. Había descubierto mi falta aquélla misma mañana, y había hablado a la policía. El mismo oficial que había atendido el caso de Margot escuchaba el relato de la pobre mujer.
-He subido esta mañana porque no la había visto en el desayuno, y creí que estaba enferma. Pero al entrar encontré la ventana abierta, y Alessa no estaba. La busqué en la parte trasera del orfanato, pero no la encontré.
-¿Falta algún objeto? –preguntó el oficial. –No lo sé… ropa o algo parecido.
-Su pijama estaba en el suelo. –dijo la señora Castle. –De modo que debió vestirse para marcharse.
-¿Nadie escuchó nada? –preguntó el policía. –Una puerta abriéndose o cualquier otro indicio.
-No, nadie escuchó nada. –dijo la mujer. –Creo que esto la ha afectado demasiado, oficial… Creo que Alessa se ha marchado para buscar a quien mató a su hermana.
-Si es así, entonces la localizaremos rápidamente. –inquirió el policía. –Su hermana fue encontrada cerca del lago, y conocemos varios caminos hasta allá. Seguramente la encontraremos este mismo día, no pudo ir demasiado lejos.
-¡Pero Alessa jamás ha salido de Coventry! ¡Ella no puede conocer los caminos!
-Si se ha perdido, que es lo más probable, –dijo el oficial. –vigilaremos toda la zona desde el aire.
Cuando iba a retirarse, la señora Castle lo sujetó de un brazo.
-Oficial. –dijo la mujer. –Hace no muchas semanas atrás, Alessa me contó que su hermana había soñado con un lugar en el bosque, un lugar al que ella quería ir. Es un sitio lleno de manzanos… ¿Cree usted que ella…?
-Señora Castle, hemos inspeccionado todo el bosque de arriba abajo y jamás hemos visto un lugar en el que haya manzanos. Los manzanos no abundan mucho en esta zona, y si acaso ella creyó ese tonto sueño…
-Quizá sea tonto para usted. –lo cortó. –Pero ese lugar ha acabado con la vida de una pobre niña, y si no se dan prisa, habrá una… una muerte más. –agregó, con los ojos clavados en el suelo. El policía se soltó de la mano de la señora Castle y dijo, antes de marcharse:
-No existe ese lugar.
Mientras la mujer se debatía entre el miedo y la tristeza, yo seguía en el bosque, mirando frente a frente, por primera vez, al maldito que había acabado con la vida de diez niñas inocentes.
Me pareció un gesto extraño cuando se inclinó para ofrecerme una mano y ayudarme a ponerme de pie. Yo seguía con los ojos fijos, rememorando las pesadillas que me habían asaltado desde que Margot murió. Entonces, dijo con voz grave e inocente:
-¿Estás bien?
-Sí… estoy bien. –dije tajantemente, soltándome de su mano. El desconocido me observaba fijamente, con mucho interés.
-¿Quién eres?
-Soy… Alessa. –dije.
-¿Alessa? –de pronto, sonrió vivamente, con una alegría imposible. -¡Oh, cielos! Alessa, viniste. Sabría que algún día vendrías… lo sabía.
-¿Ah, sí? –pregunté, fingiendo ingenuidad.
-Así es. –siguió diciendo alegremente. –Yo esperaba que vinieras, pero no lo hacías. Me sentía muy solo, y hoy que salí a pasear a ver los manzanos, ¡te he encontrado! Haz llegado por fin, Alessa.
-Sí… eso parece… -dije con evasivas, sintiendo tras mi espalda la dureza del tronco del árbol donde estaba escrito el nombre de mi hermana, como una herida abierta que me recordaba el terrible riesgo que corría en ése sitio.
Miré fijamente aquéllos suaves ojos azules que destellaban inocencia pura, y desconfiadamente pregunté:
-¿Y tú quién eres?
-Soy Vivian. –dijo. Sentí un peso golpearme el fondo del estómago; realmente era él. El significado de la letra V había aparecido por fin.
-¿Vivian? –repetí con la boca seca. -¿No… no tienes otro nombre?
Se mordió el labio inferior, mirándome como si dudara. Luego se encogió de hombros como si nada.
-No que yo sepa. –concluyó.
-De acuerdo. –acepté, agachando la cabeza, pero con los ojos fijos en el personaje. Había algo en él que no me parecía normal en ningún sentido, no sabía si se trataba de su aspecto, o de su manera tan simple de hablar… O si había algo más siniestro detrás. Me lo imaginé fuera de foco, como una fiera que parece tener un carácter tranquilo, pero que cuando menos te lo esperas, salta sobre ti con todas sus fuerzas y te despedaza.
-Entonces, Alessa. –dijo Vivian de pronto, como volviendo a la realidad. -¿Vendrás conmigo a mi casa?
-Pues yo… sí. –dije, tendiendo una mano que Vivian sujetó cariñosamente, y me condujo a través de los manzanos, tarareando una melodía que me puso los pelos de punta: era la canción de cuna que inventé para Margot.
-¿Quién te enseñó esa canción? –pregunté.
-Alguien.
-¿Cuándo?
-No hace mucho.
-Ah… ¿y porqué lo hizo?
-Dijo que sería lindo.
-¿Qué sería lindo?
-Que los tres la cantáramos juntos.
-¿Quiénes tres?
-Ella, tú y yo.
-¿Y cuándo la cantaremos? –volví a preguntar. De pronto, su semblante se oscureció. Una huella de amenaza cruzó sus ojos, y de la nada sentí un escalofrío recorrerme la espalda. No parecía prestarme atención, como si estuviera pensando en algo mucho más complicado de entender, algo que no escapaba de su memoria pero que lo atormentaba. Entonces musitó, con la voz carente de toda emoción y de manera casi autómata:
-Pronto, Alessa. Muy pronto.
Seguimos caminando, dejando atrás los manzanos hasta que llegamos a lo que parecía ser un viejo establo en ruinas. Había tres buenos pisos en el edificio, extraviado en el eterno verde de la naturaleza, pero el tercer piso estaba tan demacrado, que dudé que alguna vez hubiera estado perfectamente construido. Al acercarnos más, noté que no era un granero ni un establo, sino los restos de una casa que debió pertenecer a una persona muy adinerada, o a una familia muy grande.
-¿Dónde estamos, Vivian? –pregunté.
-En casa. –replicó.

lunes, 18 de octubre de 2010

SÉPTIMA PARTE!!! Con lago de suerte, terminará antes del 31 de octubre.

7
Un Paseo Bajo la Luz de la Luna
La señora Castle había amanecido con un leve resfriado, pero aún era posible verla andar de un lado a otro, con su gruesa bufanda rosa anudada al cuello y reprendiendo a las niñas que se portaran mal, como si aquél fuera un día común. Me sorprendía siempre de la energía de aquélla mujer, pero ésa mañana lo que más me sorprendió fue ver llegar al oficial de policía que se había encargado del asunto de Margot.
El hombre había llamado a la oficina de la señora Castle mientras yo estaba en el pasillo, con el rostro oculto entre las rodillas. Ni él ni la señora Castle se dieron cuenta de mi presencia, y se quedaron hablando en el pasillo.
-Lamento venir a importunarla de nuevo, señora Castle. –dijo el oficial. –Pero es rutinario, y más en ésta situación, hacer más averiguaciones.
-¿Tan grave es? –preguntó la señora Castle.
-Supongo que usted lee los periódicos.
-No mucho.
-Casualmente, la joven señorita Owen no fue la primera víctima. –dijo el oficial. –Hubo, tras ella, otras nueve muertes en condiciones similares. Nueve niñas que fueron arrancadas de sus hogares por una persona desconocida y de la manera más misteriosa posible. Por lo tanto, precisamos de cierta información.
-Si eso ayuda a esclarecer los casos, adelante.
-¿Sabe si la señorita Owen obtuvo de manera misteriosa una muñeca de tela, posiblemente de gran parecido con ella?
-Pues… no que yo sepa. Quizá, su hermana Alessa…
-Sí la recibió. –dije, poniéndome de pie. La señora Castle dio un respingo, lo que me confirmó que no había notado mi presencia. El oficial conservó su sangre fría, y me preguntó:
-¿Ah sí? ¿Y dónde está?
-Ya no la tengo. –dije. –La quemé.
-¿La quemaste? –me preguntó con furia. -¿Pero qué no sabes que eso es evidencia?
-¿Evidencia de qué? No hay nada en las muñecas, nada, excepto una letra. –dije. –Una letra… la V. V era el modo en que Margot lo llamaba.
-¿Qué? –dijo la señora Castle.
-¿Su hermana habló con él?
-Aparentemente sí. –dije. –Sólo me dio unas señas al respecto, porque o nunca lo vio bien o no quiso decirme. Me contó que tenía ojos azules…
-¡Ojos azules! –dijo el oficial. -¡Letra V! eso no nos sirve de nada, señorita Owen, pues en los otros casos…
-En los otros casos tampoco encontraron nada. –puntualicé con una sádica sonrisa. –Y no lo harán jamás.
-¿Qué le hace pensar eso, señorita Owen? –preguntó el oficial.
-El asesino es muy listo, demasiado. Saca a sus víctimas de noche, nadie lo ha visto jamás, excepto las niñas que murieron. ¿No lo entienden? ¡Él es capaz de hacer desaparecer a una niña sin dificultad porque ellas mismas se van! ¡Tal y como Margot, como Rebecca, como Alice!
-¿Cómo sabes todo eso? –preguntó el oficial.
-Leí los periódicos. Claro, fue demasiado tarde, y no pude proteger a mi hermana. –musité, con la vista clavada al suelo. –Sólo sé que hay un hombre allá afuera, en el bosque, que viste con ropa pobre y tiene ojos azules, y cuyo nombre seguramente empieza con V, si es que no tiene otro significado.
-Eso es lo que “sabes”. –puntualizó el oficial. –Pues lo lamento mucho, señorita Castle, pero las cosas no son así.
Y dicho esto, se despidió con una seca cabeceada de la señora Castle y caminó a la salida.
Lo seguí discretamente, y lo llamé:
-¡Oficial!
-¿Algo más, señorita? –me preguntó con impaciencia.
-Sí. Necesito saber una cosa nada más. –dije. -¿Las otras víctimas…? Quiero decir, ¿las madres de las víctimas no reportaron sucesos extraños como… sueños?
Los ojos del frío hombre de la ley se quedaron pasmados al escucharme.
-¿Pero cómo…?
-Margot tuvo sueños extraños días antes de desaparecer. –expliqué. –Soñaba con un lugar exacto del bosque, un campo lleno de manzanos, donde se encontraba con alguien que la invitaba a jugar. –lo miré fijamente, dispuesta a sacarle toda la verdad. –Oficial, ¿las otras personas informaron sobre sueños parecidos?
El hombre se revolvió, angustiado, mirando de un lado a otro. Dio un suspiro y me observó fijamente.
-Entiendo el dolor que esto debió causarle, señorita Owen, pero debe comprender…
-Quiero que me responda, es todo. Oficial, –añadí con voz suplicante. –debo saberlo, se lo suplico.
El hombre se revolvió los cabellos entre las manos, y después musitó:
-Así fue, y no en algunos, sino en todos los casos. Es lo que complica aún más la tarea. Es difícil localizar a un asesino por los… sueños de unos cuantos niños.
-Pero esos sueños son VERDAD. –dije. –Ellos ven el sitio correcto al cual ir y…
-¿Ir? –negó violentamente con la cabeza. –Es una locura.
-¿No lo hará saber a la prensa? –pregunté.
-Tiene que ser broma. –dijo. –Nadie nos creerá, y ¿te imaginas los problemas que tendríamos? Cientos de llamadas por madres que escucharon hablar de sueños de sus hijos, niños astutos que podrían utilizarlo como pretexto para hacer alguna travesura…
-¿Prefieren seguir afrontando las desapariciones antes de decir la verdad, por más estúpida que parezca? –gruñí. -¡Hay niñas muriendo! ¡Hay familias destrozándose, y uno nunca sabe…! No sabría quién puede ser la siguiente.
-Esto no es tu asunto. –me cortó el oficial muy molesto. Parpadeé.
-Sí lo es. Mi hermana es mi asunto.
Harto de mis palabras, el policía se marchó, dejándome de pie frente al cancel.
Escuchaba a mis espaldas las risas de las niñas, pero me parecían vacíos. Volvía a pensar en Margot como lo que fue, mi querida hermana, mi única conexión con el mundo; alguien me la había arrebatado cruelmente, y me había dejado vagando por un limbo desconocido en el que solo existía dolor y duda.
Presa de aquéllas tensiones, del miedo a mi destino, de la tristeza por la muerte de Margot, por las dudas que seguían en mi mente y en mi corazón, lloré en silencio, con la vista aún clavada en el cancel, en la pequeña carretera silenciosa y cubierta de una suave niebla. Dejé las lágrimas rodar libremente por mis mejillas, mientras en silencio suplicaba a aquélla nada que me dejara vivir, que dejara vivir a Margot… o que me llevara muy lejos, a un sitio donde no pudiera volver a sentir.
Llegó, por fin, la noche. Yo estaba envuelta en las sábanas de mi cama, con miedo a salir a enfrentarme la oscuridad que se cernía sobre Unknow Hill y sobre el bosque. Apretada contra mi pecho tenía una fotografía de Margot; en aquélla foto, ella sólo tenía unos tres años, y sus ojos, grandes y brillantes, miraban con cierto aire de coquetería a la cámara que la había captado. Mis ojos, fuertemente cerrados, derramaban lágrimas de desesperanza desde lo más profundo de mi alma, agotada por tantas preguntas sin respuesta.
Pude ver, entre las sombras, la silueta de la señora Castle, que se había asomado tímidamente a mi habitación; me pareció extraño aquél gesto de preocupación, pero lo agradecí. De pronto, le había tomado tal miedo a la oscuridad que mis horas de sueño se llenaban de una dolorosa incertidumbre.
Lentamente, caí en un sueño profundo, un sueño maravilloso, sin encontrar en mi mente ninguna huella de los gritos, de la luna, del bosque ni de Margot… Por fin, iba a descansar…
-Alessa… Alessa…
Era la misma voz. Aquélla voz fría y siniestra, el terror de Unknow Hill, el secreto que el bosque de Bath guardaba tan malditamente… Y mi oportunidad para, por fin, descubrir el misterio.
Mi mente intentaba desesperadamente despertar, en un desesperado deseo de salvarme, pero yo no iba a permitírselo. Ignoré mi miedo, ignoré los crecientes deseos de abrir los ojos y reaccionar, y me dejé arrastrar por mi destino.
-Alessa… -la voz, de pronto, enmudeció, y me quedé con los párpados cerrados y fijos en la oscuridad. Algo la había silenciado, y ése algo estaba negándome la respuesta que tanto necesitaba.
Abrí los ojos. Pero no estaba despierta; al menos, no era dueña de mis propios pensamientos ni acciones. Era atraída desde algún lugar lejano por ésa voz que me invitaba a poner, voluntariamente, los pies en mi tumba. Y así lo hice.
Bajé los pies de la cama y me dirigí como una autómata al ropero. Extraje algo de ropa y, silenciosamente, con la mirada perdida, me vestí. Apenas terminé de atarme los zapatos, caminé hacia la ventana; clavé los ojos, primero, en el bosque, y de pronto mi mente se llenó de imágenes confusas, imágenes del bosque y de cientos y cientos de árboles que me conducían hasta una senda oscura que reconocí como la vereda… El asesino estaba indicándome el camino.
Luego, miré el cielo, como si algo dentro de mí sospechara de la imposibilidad de llevar a cabo tal empresa. Pero al notar la luna menguante de un fuerte color dorado, supe que era el momento.
Abrí la ventana y me subí al alféizar. Como si fuera lo más natural, salté los cuatro peligrosos metros de edificio y caí como un gato sobre la hierba. Después, caminé por el sendero entre el edificio y el muro, y salí al sitio en el que se encontraba el enorme árbol que colindaba directamente con la pared.
Subí el árbol y me asomé sobre el muro. Más allá se veía el bosque, totalmente quieto. Las imágenes se reproducían con tal velocidad en mi mente que fui incapaz de recordarlas, y me reduje a hacer lo que mi instinto atontado me ordenaba: salté el muro con ayuda de los mismos restos derrumbados por los que Margot debió huir, y caminé sin prisa alguna hacia el bosque.
Crucé velozmente el tramo abandonado hasta llegar al interior de los árboles. Había un murmullo silencioso en él, producido por el viento que soplaba entre las ramas y por los animales nocturnos; sobre mi cabeza, tal y como ocurría en el sueño, la luna brillaba, anunciando al mundo que habría, aquélla noche, una nueva víctima.
Seguí caminando por instinto, como si ya conociera aquéllos desolados páramos cerrados, guiada discretamente por el deseo ficticio de ir a ver a aquél desconocido que me había arrancado a Margot.
Por fin, luego de no muchos minutos de silenciosa caminata, llegué hasta la entrada de lo que parecía una oscura vereda. Sus árboles eran enormes, y con sus copas juntas formaban un siniestro arco por el que no penetraba la luz.
De pronto, un torrente de frío me caló hasta los huesos. Los sonidos se apagaron bruscamente y me vi de pie, en mis cinco sentidos, frente a aquélla siniestra entrada. Acababa de despertar de aquélla misteriosa hipnosis y sólo observaba, con cierto temor, los árboles de la vereda. Había llegado el momento de descubrir qué o quién se ocultaba ahí.

viernes, 15 de octubre de 2010

SEXTA PARTE!!! (solo seis mas y se acabo :P)

6
La Víctima Once
Coloqué la muñeca sobre el pequeño plato de porcelana en el que me habían llevado la cena. Había regresado de mi excursión a la biblioteca física y emocionalmente agotada, y lo único que me importaba era acabar con toda ésa tontería de una vez por todas. Miré de reojo el amistoso objeto de tela que tanta dicha le había traído a Margot, y me imaginé con gran angustia todo el dolor que había provocado, y no solamente a mí. Otras como ella le habían traído la desgracia a otras familias, que aún ahora lloraban la pérdida de sus hijas. Y, con esa furia contenida de cuatro meses de lágrimas y sangre, tomé un fósforo, lo encendí y con él quemé la muñeca. Contemplé con cierta crueldad cómo se consumía el objeto, lentamente, y preguntándome si así lograría aliviar un poco el sufrimiento que pasó mi hermana; pero la muñeca no era el problema. El verdadero asesino seguía oculto en el bosque, esperando, acechando, buscando otra niña inocente a la cual destruir.
Con los restos de la muñeca calcinada, me acerqué a la ventana abierta, mirando el cielo. Levanté en alto el plato, como si de un siniestro sacrificio se tratara, y dije:
-Esto no se quedará así. Me las pagarás, ¡me las pagarás!
Y lancé el plato tan lejos que cruzó el muro y fue a estrellarse a pocos metros de Coventry. Con un gesto de furia cerré la ventana y me oculté en las sábanas.
Entre mis sueños, seguía llamando a Margot, como cada noche. Margot era la única conexión entre el mundo real y yo, y su esencia flotaba a mi alrededor mientras dormía, manteniéndome viva y cuerda, temerosa de que el tipo que le había quitado la vida lograra matarme a mí también.
Mis párpados se levantaron, lentamente. La ventana estaba abierta, mostrando la luna, enorme y hermosa. Yo salí de la cama, fascinada por su pálida luz, poniendo los pies sobre el alféizar sin miedo a caerme y romperme algo. Era todo tan instintivo que, sin saberlo, ya me encontraba repentinamente en el mismo lugar, una vereda oscura, llena del llorar de las niñas. Ignorando ésos gemidos y súplicas, crucé la vereda hasta llegar a un campo cubierto de manzanos hermosos. Margot no estaba ahí.
Caminé silenciosamente, hasta llegar a un punto iluminado tenuemente entre los árboles. Ahí me quedé de pie, hipnotizada por el movimiento de los árboles que se mecían con el frío viento del otoño. Había en el suelo varias manzanas caídas, puestas en posiciones muy irregulares, y me incliné para tomar una; sabía que había algo, algo horroroso que debía recordar sobre ésas manzanas, pero no podía hacer memoria. Me mantuve así, mirando la roja y preciosa manzana, hasta que una mano, delgada y blanca como la nieve, me sujetó de la muñeca.
-Alessa… -llamó una voz extraña, ronca y aterradora. –Alessa, por fin viniste…
Como un autómata, contesté sin dejar de mirar la mano:
-Sí… lo sé.
-Ahora te quedarás conmigo, Alessa. –me aseguró aquélla voz. –Te quedarás aquí y tú serás la princesa. La princesa Alessa…
-Sí, seré una princesa…
Sin soltar la manzana, levanté la mirada. No pude ver a mi interlocutor, porque una sombra desdibujaba su silueta; entonces, acercó su rostro al mío y pude ver una parte de él: sus ojos, grandes y azules.
-Alessa… Alessa… -llamaba suavemente. La mano que sujetaba mi muñeca me soltó y se dirigió a mi cara, que tomó con suavidad y la acercó al rostro del desconocido. Cerré los ojos sin oponer resistencia alguna, hasta que sentí sus labios cerca de los míos, aún murmurando:
-Alessa… Alessa…
Entreabrí los labios de manera inconsciente, lista para recibir un beso. Y entonces, apenas rocé su boca, oí un llamado urgente, desesperado, tras de mí:
-Alessa… ¡Alessa!
Y reaccioné.
Todo se tornó oscuro, y escuché dos gritos: uno, chillón y escalofriante; otro, agudo y aterrorizado…
-¡Margot! –llamé, recordando de golpe las niñas, las manzanas, y los ojos azules…
-¡AAAAH! –grité, despertando. Ni bien despierta estaba, logré oír una molesta vocecita en mi cabeza que susurró:
-Eres mía…
-No. –dije a la nada. –No lo seré. ¡No lo seré!
Dirigí mi vista a la ventana entreabierta, y cual no fue mi sorpresa al encontrar, sobre el alféizar, una mariposa grande y negra. Reconocí de inmediato aquélla criatura, y aunque supuse que no debía ser la misma que la vez anterior, me llené de furia, y con el puño cerrado la golpeé, sin darle tiempo de reaccionar, hasta dejarla aplastada en la piedra.
-¿Crees que vas a ganar otra vez? –le grité a la nada. -¿Eso crees? ¡Pues no! ¡No vas a tenerme, no vas a tenerme ni a mí ni a nadie más!
Cerré la ventana furiosamente y me di la vuelta.
Aquél sueño era vagamente parecido al descrito por Margot. Ella en el bosque de manzanos, escuchando a una persona desconocida hablarle muy amablemente… En mi caso, no me había invitado a jugar, sino que me había dicho claramente que yo me quedaría con él. Era una orden, una realidad…
Tragué saliva, angustiada. No le temía al sueño, sino a que mi nueva teoría se confirmara de un momento a otro, cosa que, seguramente, sucedería más pronto de lo deseado.
Los días siguientes, cuando ya comenzaba a sentirse el verdadero frío del invierno sin haber pasado siquiera a noviembre, pasaba horas en el pequeño hueco entre el muro y el enorme árbol por el cual se había fugado Margot. Seguía culpándome de su destino con toda la rudeza de la que era capaz; me odiaba por haberla empujado de ésa forma a una muerte segura, una muerte que, por cierto, había despedazado más vidas antes, y seguiría haciéndolo como no atraparan al asesino.
Las amigas de Margot me miraban a la distancia, con una expresión triste. Algunas se acercaban a mí, sin mediar palabra, a mirarme atentamente con sus ojos llenos de melancolía, y entendí que ellas sufrían tanto como yo, o quizá menos, pues no cargaban en sus almas el peso de la culpa. Una de ellas, a quien llamaron Susan, porque había sido abandonada de recién nacida, se sentó a mi lado una tarde en la que me entretenía en mirar la caída de las hojas en el árbol. Susan era una chiquilla de unos siete años que tenía el pelo largo y ondulado, de un fuerte color rojizo y las mejillas pálidas y redondas. La pequeña me observó atentamente y preguntó luego:
-¿Es cierto?
-¿Qué, Susan? –pregunté.
-Que Margot se fue. –replicó valientemente. A mi alrededor, había varias niñas que escuchaban en total silencio. Suspiré con gran tristeza cuando me di cuenta que ellas buscaban un consuelo en mí, en boca de la hermana de su pobre amiga. Ellas seguían sin comprender el alcance de la tragedia, pero sabían bien que Margot no iba a volver.
-No, Susan. –puntualicé con suavidad. –Margot no regresará.
-¿Porqué? –preguntó de inmediato. Las niñas se acercaron aún más, y una pequeña de melena corta y rubia me preguntó con un hilo de voz:
-¿Margot murió?
Por primera vez, me había quedado sin palabras. Todas aquéllas caras angustiadas me herían aún más con su inocencia y su dulzura, y no deseaba ocultarles la verdad, pero tampoco destrozarlas.
Haciendo un gran esfuerzo, repliqué:
-La gente no muere. Cuando dicen que alguien está muerto significa que ya no lo podemos ver. No podemos hablar con él ni tampoco jugar con él. No podemos invitarlo a comer ni a dormir, ni… ni puede estar en algún sitio. Pero –agregué. –eso no significa que ésa persona deba ser olvidada. Sólo muere alguien cuando la olvidan. Así que, si extrañan a Margot, siempre piensen en ella como lo que fue, y nunca se sientan tristes, porque Margot está en un lugar… un lugar mucho mejor.
-¿Y nunca más la veremos? –volvió a preguntar la niña rubia.
-No físicamente. –dije. –Pero pueden sentirla dentro de ustedes. Así, seguirá viva mientras haya alguien que la recuerde. ¿De acuerdo?
Las niñas asintieron y se marcharon una por una, hasta que solo quedamos Susan y yo.
-Margot vivirá mientras la recordemos. –puntualizó suavemente. –Pero yo creo que no es necesario.
-¿Porqué?
-Porque tú eres hermana de Margot. –explicó. –Con eso debe bastarle, si es que está en… el cielo.
Parpadeé, sorprendida por la fría lógica de la niña. Ella se levantó, sacudiéndose la falda y lista para volver con sus amistades; antes de marcharse, se volvió y preguntó:
-¿Cuándo morimos, qué sucede?
-Pues… El alma se marcha para siempre, dejando atrás el cuerpo, y te vas a un lugar desconocido pero muy hermoso. –dije.
-¿Y ahí vuelves a ver a tus padres?
-A todos.
-Oh. Lo imaginé. –repuso Susan. –Cuando muera, quiero visitar a Margot. Ella me prometió que buscaríamos a mis padres.
-Pero para eso faltan muchos años. –dije sonriendo.
-No tantos. –respondió. –La doctora me contó que mi corazón tiene algo que lo vuelve débil. Y si eso es verdad, quizá no soporte ser adulto, porque los adultos tienen un corazón diferente. Muy diferente.
-¿Diferente?
Susan asintió.
-Ellos tienen el corazón muy triste. –se encogió de hombros. –En fin, imagino que no pasará mucho tiempo antes que sepa cómo es ése lugar y volvamos a jugar Margot y yo. Adiós, Alessa.
La vi regresar con sus amigas, dejándome atónita por su fría lógica, y aquélla manera tan común de aceptar la realidad. Parecía no haberle trastornado ni el prematuro abandono ni el saber que le quedaban pocos años de vida, como si eso fuera algo natural. La verdad, es que la muerte siempre ha sido algo natural, solo que las personas no lo ven así porque la odian y le temen, como odiar y temer a una araña escondida en el fondo de un ropero. Pero me agradó su actitud, y comprendí con gran dolor porqué Susan era la favorita de Margot: porque actuaba como yo.
Y así, la herida sangró dolorosamente dentro de mi alma, provocándome un ataque de melancolía que culminó en un profundo sueño, con la cabeza apoyada en la helada pared.
Soñé que corría en un bosque enorme, llamando a gritos a Margot. Ella no aparecía por ningún lado, y me preocupaba porque comenzaba a anochecer; hacía mucho frío, y las hojas secas del suelo se quebraban a mi paso. Sentía miedo, miedo de no encontrar a Margot antes de que llegara la oscuridad que tanto odiaba, miedo de no volver a tiempo al único hogar que conocíamos y miedo a que aquél bosque me devorara por entero.
El bosque se tornó aún más tupido, y mis gritos resonaron por todas partes, amplificados por la atmósfera fatal.
-¡Margot! ¡Margot! –gritaba, quedándome prácticamente sin voz. Me sentía morir cuando llegué al último árbol de un campo; me dejé caer en el suelo, agotada y a punto de echarme a llorar, cuando descubrí una gruesa y hermosa manzana a mi lado. La tomé, con las lágrimas rodando por mis mejillas, y me la llevé a la boca.
Apenas iba a morderla, el bosque se llenó de un canto siniestro, horroroso, que murmuraba en medio de la nada:
Duerme, mi luna
Duerme, mi sol
Hoy las estrellas contigo irán…
-¿Margot? –pregunté a la nada, mientras la canción seguía sonando a mi alrededor. Solté la manzana y comencé a gritar: -¡Margot! ¡Margot! ¡Margot!
Un agudo grito me heló las venas. Era el claro chillido de una niña pequeña, que estaba visiblemente asustada. Palidecí ante la repentina oscuridad que me rodeaba, y eché a correr entre aquéllas sombras, rezando al cielo por que Margot estuviera a salvo.
-¡Margot! –llamé con todas mis fuerzas, al mismo tiempo que corría de un lado a otro. Entonces tropecé.
Me apoyé en las manos para evitar caer de bruces, y de rodillas, examiné atentamente mis manos. De pronto, un escalofrío me recorrió el cuerpo al verlas manchadas de un líquido rojo y tibio. Retiré las manos de mi vista y sentí morir al ver, entre las sombras, una mano pequeña y blanca sujetando un collar de plata que reconocí como el collar que le había regalado a Margot. El suelo en pleno estaba lleno de sangre.
-Margot… -susurré. -¡NOOOOOO!
-¡Alessa, Alessa! –llamó alguien. Abrí los ojos con dificultad y me encontré con la señora Castle. El cielo, sobre mi cabeza, lañaba tímidos destellos nocturnos.
-Señora Castle… lo siento mucho. –dije avergonzada, poniéndome rápidamente de pie.
-¿Estás bien, Alessa? –me preguntó. –Te vez muy pálida.
-¿Ah, sí? –dije. –No es nada, señora Castle, me siento bien… en serio.
Caminamos de regreso al edificio, donde al sentir el calor del interior percibí renovadas mis fuerzas. Me despedí con un amable gesto de la mujer y subí a mi habitación.
Antes de acostarme a dormir, no pude evitar echarle un vistazo al exterior desde la ventana. La luna no parecía tener ningún interés en cambiar tan bruscamente su aspecto, y ahora era solamente un par de cuernos blancos pendidos en el manto negro del cielo, alumbrando el bosque que se mecía siniestramente. Me acosté en la cama, todavía pensando en los acontecimientos.
Había pasado más de una semana desde que Margot fue encontrada y llevada al orfanato para ser fatalmente reconocida por mí y por la pobre señora Castle. Había luchado externamente por descubrir la verdad tras ésos macabros hechos, e internamente para quitarme el miedo y el odio, y ninguna de las dos peleas había surtido efecto. Yo sólo podía reducirme a suspirar de tristeza y pensar que ni Margot ni ninguna de ésas niñas saldrían jamás del bosque de manzanos.
Cerré los ojos, concentrándome en aquéllos datos revueltos en mi mente, en aquéllas pesadillas y en aquéllas memorias tiernas que eran todo lo que me quedaban luego de tantas desgracias.
Dentro de la oscuridad, una voz me llamaba. No era la señora Castle, ni Susan, ni Margot. Ésta voz tan desprovista de emociones murmuraba mi nombre con suma emoción, y casi podía imaginarme su rostro sonriendo mientras decía una y otra vez:
-Alessa… Alessa… ven, Alessa… ven…
-¿Qué quieres? –preguntaba otra voz, que reconocí como la mía, hablando desde el otro lado de mi mente.
-Ven conmigo, Alessa. Te quedarás aquí, conmigo, y serás una princesa. Ven, Alessa…
A cada segundo deseaba más profundamente seguir ésa voz, huir de aquélla oscuridad y de ése pesar; deseaba marcharme para siempre, caminar por ése hermoso sendero del bosque y perderme en ése mar de manzanos… y ver… ver por fin quién se ocultaba ahí…
De pronto, abrí los ojos. Dirigí instintivamente mi vista hacia el cielo, que permanecía impasible, con su luna blanca y sus estrellas extraviadas. Recordé, ya no con perturbación, sino con interés y con gusto aquéllos paisajes escondidos, aquéllos árboles… y la voz… aquélla voz…
Me llevé una mano a la boca para ahogar mi grito. Entendí porqué Margot me había advertido en mis sueños que fuera fuerte y tuviera cuidado. No quería que averiguara quién la había asesinado; quería que yo misma fuera a él y lo detuviera.
La víctima número once… era yo misma.