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El Secreto del Bosque de Bath
De mis labios no salía sonido alguno, ni un gemido, ni un gruñido, ni una palabra. Sólo movía los labios, diciendo sin hablar el nombre que había quedado clavado en mi corazón, dejándome en un limbo totalmente distinto a cualquiera que el hombre conociera. Margot, Margot. Margot y su hermosa sonrisa, Margot y su amor incondicional, Margot y su valentía. Margot… la persona a la cual yo traicioné.
Secretamente, me culpaba de su muerte. De no haber sido por mis gritos furiosos, ella no habría corrido a saltar el muro y esconderse en el bosque, donde encontró el fin. De no haber sido por mi egoísmo, ella no hubiera tenido que quedarse atrapada en cuerpo y alma dentro de ese recinto. Ella se había escapado antes, en su mente, con aquéllos sueños inconexos e imposibles, buscando allá en el corazón de un sitio desconocido aquello que le habían negado en Unknow Hill: una verdadera familia que la amara. Y esos sueños, en lugar de mantenerla a salvo como mis cuentos y mis canciones, le habían arrastrado al dolor. No sólo emocional, sino físico.
A veces me preguntaba, ¿sufrió mucho al morir? ¿Habría sido benévolo el asesino y al primer golpe le había extinto la vida? ¿Aquéllas fieras puñaladas la acabaron en poco tiempo o la dejaron agonizando en el bosque? ¿Por lo menos, no había sufrido algo peor que aquél asesinato? Temía, dentro de mí, conocer las respuestas. Al final, lo único lógico que me quedaba es que Margot ya no estaba.
El día del entierro asistió muy poca gente. Gracias al cielo le habían quitado ése repugnante vestido de muñequita, que realzaba su fatal destino de tal manera que me sentía morir; cuando bajaron el ataúd, deseé lanzarme dentro de la fosa y que dejaran caer la tierra sobre ambas, para así sufrir una milésima parte del horror que ella debió padecer, pero luego supuse, fríamente, que aquello habría sido mi último acto egoísta, el no querer separarme de ella. Entonces no me quedó remedio que dejarla descansar en paz
Pero, ¿en verdad lo hacía? Según yo, según mi corazón, Margot reposaba bajo tierra, pero sólo su cuerpo. Margot, su alma, seguía escondida en el bosque, atrapada eternamente, hasta que pudieran vengarla, junto con las otras niñas. Niñas bonitas condenadas a vagar en el sitio donde perecieron, llevando entre sus manos una manzana, símbolo inminente de su perdición. No pude evitar imaginarme a ése extraño personaje, tendiéndoles amablemente las manzanas, y luego abalanzándose sobre ellas como una fiera, asesinándolas antes de que sintieran el peligro o disfrutaran del falso gesto amistoso.
Tenía, pues, pocas pistas al respecto de aquél sujeto. Sólo sabía que tenía ojos azules, grandes e infantiles, que su nombre debía comenzar con V y que se escondía en los bosques. Era todo lo que podía saber a ciencia cierta.
Durante algunos días le di vueltas al asunto, sumida en mi estado catatónico. Podían verme horas y horas acurrucada en la cama, sin dar señales de vida, con la vista clavada en mi regazo. Por las noches, sacaba de debajo de la almohada la muñeca de Margot. La figura, tan parecida a ella, parecía querer darme una pista, al igual que la luna, que volvía a ser blanca. No importaba cuántas veces observara aquél juguete de tela, éste no me revelaba ningún secreto nuevo, nada que me indicara qué le había ocurrido a Margot, nada. Y eso me desesperaba más.
-Oh, Margot. –gemí, por fin, luego de casi una semana de guardar silencio. Sujeté la muñeca contra mi pecho, y musité la canción que usaba para arrullarla, deseando profundamente recuperar a mi hermanita, que algún psicópata me había arrancado, caprichosamente, por el maldito placer de acabar con una vida inocente. Por fin, pude llorar las lágrimas que se merecía, y logré desbloquear mi espíritu, adormecido por el golpe recibido, y recuperar mis fuerzas. Afuera, la luna blanca y hermosa, me lanzaba destellos amistosos, como si ella también sufriera de mi mismo dolor.
Me acosté, todavía abrazada a la muñeca, pensando en la pobre Margot. Deseaba tan intensamente conocer alguna huella que me indicara el fatal camino que tomó, con tal de llegar al malnacido que la había asesinado tan impunemente, que sentí cómo mi alma se desplazaba fuera de mi cuerpo, buscando en el tiempo y el espacio oscuro alguna respuesta clave, alguna pista, algún secreto…
Y entonces, lo recordé.
Al día siguiente, vestida y totalmente renovada, caminé en dirección al despacho de la seora Castle. Al entrar, la mujer no pudo evitar pegar un salto, de seguro imaginó que yo era un fantasma luego de tantos días de abandono.
-Alessa… -musitó, con los ojos como platos. –Pero… bien… ¿te pasa algo?
-Señora Castle, vengo a pedirle un favor. –expliqué.
-¿Ah, sí? ¿Qué se te ofrece, querida? –preguntó la buena mujer.
-Deseo que me permita salir de Coventry por unas horas. –dije. Ella cruzó las manos sobre el escritorio, pacientemente, antes de contestarme con delicadeza:
-Alessa, entiendo que estos días sean terriblemente complicados para ti. Si deseas salir a ver a Margot, yo con todo gusto te…
-No, señora Castle, no iré al cementerio. –le corté. –Necesito hacer algo yo sola.
-Pero, Alessa… -la mujer palideció. -¿Qué clase de cosa? No puedo dejarte salir así como así.
-Debo buscar algo. –repliqué. Noté la expresión de duda en su mirada, y quise reírme de su secreto temor a, muy seguramente, que me suicidara. –No me moveré de la biblioteca, lo prometo.
-Alessa, aquí tenemos una buena biblioteca…
-No, señora Castle. Lo que yo busco no lo encontraré en la biblioteca de Coventry. –Por favor, señora Castle, de verdad necesito hacer esto.
Enfaticé de tal manera el “necesito”, que la señora Castle se puso de pie, rodeó el escritorio y se acercó a mí.
-Se trata sobre lo de tu hermana, ¿no?
-Algo así. –dije, tratando de alejar la imagen de Margot cubierta de sangre. –Debo despejar ciertas dudas que vienen molestándome desde tiempo atrás… Mucho antes de que… de que Margot…
-Lo entiendo. –dijo ella. –Bueno, Alessa… -me miró suplicante, como si deseara que yo olvidara mi loco plan, pero permanecí impasible. –Pero no te tardes mucho. Sigue el camino de la carretera hasta el pueblo, no queda muy lejos, si acaso unos diez minutos de aquí.
-Está bien, señora Castle, muchas gracias. –dije, y salí del despacho.
La sensación de libertad, al ver aquél enorme cancel abrirse para dejarme marcharme, aunque fuera por unos momentos, fue inigualable. De pronto, mientras caminaba por la helada carretera, comprendí porqué Margot no había vuelto inmediatamente a Coventry cuando se dio a la fuga; aquél viento no era el mismo viento, ni aquélla pálida luz era la misma luz. Era todo tan nuevo, tan brillante, tan magnífico, que me conmovió hasta las lágrimas.
Por fin, llegué al pueblo. Unknow Hill no había cambiado mucho desde que Margot y yo salimos. Los mismos edificios enanos en comparación con los de las ciudades, las casas pintadas discretamente, las personas silenciosas caminando con sus bufandas al cuello. La biblioteca no estaba lejos, y llegué a pie luego de pedirle indicaciones a un transeúnte.
Dentro, revoloteé a mi gusto entre los estantes, tomando sendos volúmenes de las secciones que me importaban; los examiné a placer en un apartado y luminoso rincón de la biblioteca, hojeando cuidadosamente sus páginas, llenas de columnas periodísticas. Era un objeto precioso, y algunas noticias atraían brevemente mi atención, antes de que la punzada de dolor en mi pecho me recordara porqué estaba ahí.
Llegué al mes de junio. Fue donde encontré un encabezado fascinante:
-Encuentran a la niña desaparecida a orillas del lago. –leí en voz baja. Retrocedí unas páginas antes y encontré la fotografía de una preciosa chiquilla, que decía: “Emily Fisher, perdida el 12 de junio de 1993”. El encabezado de la niña encontrada, la misma Emily, de cabellos castaños y ojos destellantes, tenía como fecha el 15 de junio del mismo año.
Seguí leyendo las noticias sobre niñas desaparecidas. Hubo una más a principios de julio, y otras dos a finales. Luego, otras en agosto, y finalmente, sólo dos en septiembre, antes de llegar a la única víctima de octubre. Al ver la página más reciente, que decía: “La nueva víctima”, vi el nombre de Margot en él y sentí un dolor en el fondo del estómago.
Repasé las notas, visiblemente asustada. Todas las víctimas, formando un total de 10 víctimas en solamente cuatro meses, habían tenido como punto común lo mismo: niñas de entre ocho y diez años, físicamente lindas, que habían escapado luego de recibir una misteriosa muñeca de tela. A pocos días de su desaparición las habían hallado apuñaladas y con hermosos vestidos hechos a mano. La prensa había terminado llamándole al misterioso asesino, “El Coleccionista de Muñecas”.
Repasé una última vez los nombres. Noté, sorprendida, que en algunos aparecían fragmentos de entrevistas hechas a los familiares de las víctimas, y dos o tres de ellos habían mencionado que, días antes sus hijas habían adoptado un comportamiento extraño.
Uno de ellos, el padre de la tercera víctima, comentó:
-Mi hija, Rebecca, había estado muy rara últimamente. Nos hablaba de un sueño que había tenido sobre unos árboles llenos de manzanas en el bosque, un lugar que ella deseaba visitar. Le hicimos ver que no había manzanos en Bath y se molestó. Al día siguiente, se había marchado.
Otra mujer mencionó un comportamiento aún más alarmante:
-Mi Alice llegó un día de una excursión que habían hecho en la escuela a los límites del bosque. Me mostró una muñeca de tela, y me dijo que un hombre que vivía en el bosque se la había regalado. Yo no quise creerle hasta que su profesora me contó que la había perdido de vista unos cinco minutos. Mi hija me explicó que él le había dicho que buscaba a una princesa, y que si ella era buena, podría convertirse en una cuando regresara al bosque.
Y, por último, el de la primera víctima, quien había confesado casi tres meses después:
-Emily tuvo sueños extraños, en donde ella jugaba en un bosque con manzanas vestida de princesa. No le presté mucha atención, porque acababa de leer el libro de Blancanieves, pero los días siguientes siguió contándome de ese sueño, hasta que una mañana encontramos en el patio una muñeca de tela muy inusual. Quemé la muñeca, y Emily se sintió triste. Al día siguiente desapareció de camino a la escuela.
No había más detalles. Busqué alguna señal de que alguien había visto al mismo hombre que Margot, pero nada. Nunca nadie vio a nadie sospechoso rondando el pueblo. Entonces, ¿cómo fue que las muñecas llegaron a las manos de ésas niñas?
El misterio se enrollaba y desenrollaba en mi cabeza, dudosa. Había aún un punto ciego, un punto totalmente desconocido para mí, y sólo pude sacar conjeturas. La peor fue la que me dio a entender cómo era que las niñas eran condenadas a muerte: el asesino, de alguna manera extraña, entraba a sus mentes, dibujándoles un mundo hermoso, trazándoles una ruta para que llegaran a él, y la palabra clave de todo era “princesa”. Las niñas, atraídas por el deseo de convertirse en princesas, se iban de casa en cuanto recibían la muñeca, buscando el camino… Pero, ¿cómo iban a llegar hasta el bosque si ni siquiera sabían dónde estaba ni cómo llegar a él?
Mi fría lógica, que tanto asustaba a los demás, me hizo recordar que Margot llevaba más de una semana soñando con aquél lugar, y tanto se había obsesionado que pudo guardar en su mente consciente el camino correcto, además de que Coventry quedaba asombrosamente cerca del bosque de Bath. En cambio, las otras…
Las otras se habían marchado a dormir justo antes de desaparecer, sin hacer ruido, sin abrir ninguna puerta… Sólo había una manera de hacer tal cosa, y ésa manera era el sonambulismo.
-Así que las llevó dormidas. –dije. Ahora todo quedaba claro. El asesino, de alguna manera, lograba manipular sus mentes a placer, y cuando dormían, la noche definitiva, ellas marchaban, sonámbulas, hasta el interior del bosque, donde salían de su trance y, fascinadas por la aventura, olvidaban el terror por cierto tiempo, hasta el día fatal en que les ponían el vestido y las llevaban al río…
Margot había mencionado algo sobre el misterioso V, y sobre las princesas… Ahora todo estaba claro. El asesino estaba descubierto, pero, para atraparlo… era necesario permitir que hubiera una víctima más…
Cerré con un golpe la portada del libro. Era demasiada ya mi angustia para imaginar que alguien más pasaría por el mismo horror que Margot.
3 comentarios:
Wow, como "crecio" el blog, genial, me gusta!... espera no estamos en facebook.
Hola lobita solo pasaba a saludar hace tiempo que no pasaba (ya se parece a mi comentario anterior)
Se pone cada vez más interesante.
Genial, saludos y a la espera del siguiente capitulo.
Deberías hacer más historias de terror, esto se pone más interesante cada vez.
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