FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



viernes, 15 de octubre de 2010

SEXTA PARTE!!! (solo seis mas y se acabo :P)

6
La Víctima Once
Coloqué la muñeca sobre el pequeño plato de porcelana en el que me habían llevado la cena. Había regresado de mi excursión a la biblioteca física y emocionalmente agotada, y lo único que me importaba era acabar con toda ésa tontería de una vez por todas. Miré de reojo el amistoso objeto de tela que tanta dicha le había traído a Margot, y me imaginé con gran angustia todo el dolor que había provocado, y no solamente a mí. Otras como ella le habían traído la desgracia a otras familias, que aún ahora lloraban la pérdida de sus hijas. Y, con esa furia contenida de cuatro meses de lágrimas y sangre, tomé un fósforo, lo encendí y con él quemé la muñeca. Contemplé con cierta crueldad cómo se consumía el objeto, lentamente, y preguntándome si así lograría aliviar un poco el sufrimiento que pasó mi hermana; pero la muñeca no era el problema. El verdadero asesino seguía oculto en el bosque, esperando, acechando, buscando otra niña inocente a la cual destruir.
Con los restos de la muñeca calcinada, me acerqué a la ventana abierta, mirando el cielo. Levanté en alto el plato, como si de un siniestro sacrificio se tratara, y dije:
-Esto no se quedará así. Me las pagarás, ¡me las pagarás!
Y lancé el plato tan lejos que cruzó el muro y fue a estrellarse a pocos metros de Coventry. Con un gesto de furia cerré la ventana y me oculté en las sábanas.
Entre mis sueños, seguía llamando a Margot, como cada noche. Margot era la única conexión entre el mundo real y yo, y su esencia flotaba a mi alrededor mientras dormía, manteniéndome viva y cuerda, temerosa de que el tipo que le había quitado la vida lograra matarme a mí también.
Mis párpados se levantaron, lentamente. La ventana estaba abierta, mostrando la luna, enorme y hermosa. Yo salí de la cama, fascinada por su pálida luz, poniendo los pies sobre el alféizar sin miedo a caerme y romperme algo. Era todo tan instintivo que, sin saberlo, ya me encontraba repentinamente en el mismo lugar, una vereda oscura, llena del llorar de las niñas. Ignorando ésos gemidos y súplicas, crucé la vereda hasta llegar a un campo cubierto de manzanos hermosos. Margot no estaba ahí.
Caminé silenciosamente, hasta llegar a un punto iluminado tenuemente entre los árboles. Ahí me quedé de pie, hipnotizada por el movimiento de los árboles que se mecían con el frío viento del otoño. Había en el suelo varias manzanas caídas, puestas en posiciones muy irregulares, y me incliné para tomar una; sabía que había algo, algo horroroso que debía recordar sobre ésas manzanas, pero no podía hacer memoria. Me mantuve así, mirando la roja y preciosa manzana, hasta que una mano, delgada y blanca como la nieve, me sujetó de la muñeca.
-Alessa… -llamó una voz extraña, ronca y aterradora. –Alessa, por fin viniste…
Como un autómata, contesté sin dejar de mirar la mano:
-Sí… lo sé.
-Ahora te quedarás conmigo, Alessa. –me aseguró aquélla voz. –Te quedarás aquí y tú serás la princesa. La princesa Alessa…
-Sí, seré una princesa…
Sin soltar la manzana, levanté la mirada. No pude ver a mi interlocutor, porque una sombra desdibujaba su silueta; entonces, acercó su rostro al mío y pude ver una parte de él: sus ojos, grandes y azules.
-Alessa… Alessa… -llamaba suavemente. La mano que sujetaba mi muñeca me soltó y se dirigió a mi cara, que tomó con suavidad y la acercó al rostro del desconocido. Cerré los ojos sin oponer resistencia alguna, hasta que sentí sus labios cerca de los míos, aún murmurando:
-Alessa… Alessa…
Entreabrí los labios de manera inconsciente, lista para recibir un beso. Y entonces, apenas rocé su boca, oí un llamado urgente, desesperado, tras de mí:
-Alessa… ¡Alessa!
Y reaccioné.
Todo se tornó oscuro, y escuché dos gritos: uno, chillón y escalofriante; otro, agudo y aterrorizado…
-¡Margot! –llamé, recordando de golpe las niñas, las manzanas, y los ojos azules…
-¡AAAAH! –grité, despertando. Ni bien despierta estaba, logré oír una molesta vocecita en mi cabeza que susurró:
-Eres mía…
-No. –dije a la nada. –No lo seré. ¡No lo seré!
Dirigí mi vista a la ventana entreabierta, y cual no fue mi sorpresa al encontrar, sobre el alféizar, una mariposa grande y negra. Reconocí de inmediato aquélla criatura, y aunque supuse que no debía ser la misma que la vez anterior, me llené de furia, y con el puño cerrado la golpeé, sin darle tiempo de reaccionar, hasta dejarla aplastada en la piedra.
-¿Crees que vas a ganar otra vez? –le grité a la nada. -¿Eso crees? ¡Pues no! ¡No vas a tenerme, no vas a tenerme ni a mí ni a nadie más!
Cerré la ventana furiosamente y me di la vuelta.
Aquél sueño era vagamente parecido al descrito por Margot. Ella en el bosque de manzanos, escuchando a una persona desconocida hablarle muy amablemente… En mi caso, no me había invitado a jugar, sino que me había dicho claramente que yo me quedaría con él. Era una orden, una realidad…
Tragué saliva, angustiada. No le temía al sueño, sino a que mi nueva teoría se confirmara de un momento a otro, cosa que, seguramente, sucedería más pronto de lo deseado.
Los días siguientes, cuando ya comenzaba a sentirse el verdadero frío del invierno sin haber pasado siquiera a noviembre, pasaba horas en el pequeño hueco entre el muro y el enorme árbol por el cual se había fugado Margot. Seguía culpándome de su destino con toda la rudeza de la que era capaz; me odiaba por haberla empujado de ésa forma a una muerte segura, una muerte que, por cierto, había despedazado más vidas antes, y seguiría haciéndolo como no atraparan al asesino.
Las amigas de Margot me miraban a la distancia, con una expresión triste. Algunas se acercaban a mí, sin mediar palabra, a mirarme atentamente con sus ojos llenos de melancolía, y entendí que ellas sufrían tanto como yo, o quizá menos, pues no cargaban en sus almas el peso de la culpa. Una de ellas, a quien llamaron Susan, porque había sido abandonada de recién nacida, se sentó a mi lado una tarde en la que me entretenía en mirar la caída de las hojas en el árbol. Susan era una chiquilla de unos siete años que tenía el pelo largo y ondulado, de un fuerte color rojizo y las mejillas pálidas y redondas. La pequeña me observó atentamente y preguntó luego:
-¿Es cierto?
-¿Qué, Susan? –pregunté.
-Que Margot se fue. –replicó valientemente. A mi alrededor, había varias niñas que escuchaban en total silencio. Suspiré con gran tristeza cuando me di cuenta que ellas buscaban un consuelo en mí, en boca de la hermana de su pobre amiga. Ellas seguían sin comprender el alcance de la tragedia, pero sabían bien que Margot no iba a volver.
-No, Susan. –puntualicé con suavidad. –Margot no regresará.
-¿Porqué? –preguntó de inmediato. Las niñas se acercaron aún más, y una pequeña de melena corta y rubia me preguntó con un hilo de voz:
-¿Margot murió?
Por primera vez, me había quedado sin palabras. Todas aquéllas caras angustiadas me herían aún más con su inocencia y su dulzura, y no deseaba ocultarles la verdad, pero tampoco destrozarlas.
Haciendo un gran esfuerzo, repliqué:
-La gente no muere. Cuando dicen que alguien está muerto significa que ya no lo podemos ver. No podemos hablar con él ni tampoco jugar con él. No podemos invitarlo a comer ni a dormir, ni… ni puede estar en algún sitio. Pero –agregué. –eso no significa que ésa persona deba ser olvidada. Sólo muere alguien cuando la olvidan. Así que, si extrañan a Margot, siempre piensen en ella como lo que fue, y nunca se sientan tristes, porque Margot está en un lugar… un lugar mucho mejor.
-¿Y nunca más la veremos? –volvió a preguntar la niña rubia.
-No físicamente. –dije. –Pero pueden sentirla dentro de ustedes. Así, seguirá viva mientras haya alguien que la recuerde. ¿De acuerdo?
Las niñas asintieron y se marcharon una por una, hasta que solo quedamos Susan y yo.
-Margot vivirá mientras la recordemos. –puntualizó suavemente. –Pero yo creo que no es necesario.
-¿Porqué?
-Porque tú eres hermana de Margot. –explicó. –Con eso debe bastarle, si es que está en… el cielo.
Parpadeé, sorprendida por la fría lógica de la niña. Ella se levantó, sacudiéndose la falda y lista para volver con sus amistades; antes de marcharse, se volvió y preguntó:
-¿Cuándo morimos, qué sucede?
-Pues… El alma se marcha para siempre, dejando atrás el cuerpo, y te vas a un lugar desconocido pero muy hermoso. –dije.
-¿Y ahí vuelves a ver a tus padres?
-A todos.
-Oh. Lo imaginé. –repuso Susan. –Cuando muera, quiero visitar a Margot. Ella me prometió que buscaríamos a mis padres.
-Pero para eso faltan muchos años. –dije sonriendo.
-No tantos. –respondió. –La doctora me contó que mi corazón tiene algo que lo vuelve débil. Y si eso es verdad, quizá no soporte ser adulto, porque los adultos tienen un corazón diferente. Muy diferente.
-¿Diferente?
Susan asintió.
-Ellos tienen el corazón muy triste. –se encogió de hombros. –En fin, imagino que no pasará mucho tiempo antes que sepa cómo es ése lugar y volvamos a jugar Margot y yo. Adiós, Alessa.
La vi regresar con sus amigas, dejándome atónita por su fría lógica, y aquélla manera tan común de aceptar la realidad. Parecía no haberle trastornado ni el prematuro abandono ni el saber que le quedaban pocos años de vida, como si eso fuera algo natural. La verdad, es que la muerte siempre ha sido algo natural, solo que las personas no lo ven así porque la odian y le temen, como odiar y temer a una araña escondida en el fondo de un ropero. Pero me agradó su actitud, y comprendí con gran dolor porqué Susan era la favorita de Margot: porque actuaba como yo.
Y así, la herida sangró dolorosamente dentro de mi alma, provocándome un ataque de melancolía que culminó en un profundo sueño, con la cabeza apoyada en la helada pared.
Soñé que corría en un bosque enorme, llamando a gritos a Margot. Ella no aparecía por ningún lado, y me preocupaba porque comenzaba a anochecer; hacía mucho frío, y las hojas secas del suelo se quebraban a mi paso. Sentía miedo, miedo de no encontrar a Margot antes de que llegara la oscuridad que tanto odiaba, miedo de no volver a tiempo al único hogar que conocíamos y miedo a que aquél bosque me devorara por entero.
El bosque se tornó aún más tupido, y mis gritos resonaron por todas partes, amplificados por la atmósfera fatal.
-¡Margot! ¡Margot! –gritaba, quedándome prácticamente sin voz. Me sentía morir cuando llegué al último árbol de un campo; me dejé caer en el suelo, agotada y a punto de echarme a llorar, cuando descubrí una gruesa y hermosa manzana a mi lado. La tomé, con las lágrimas rodando por mis mejillas, y me la llevé a la boca.
Apenas iba a morderla, el bosque se llenó de un canto siniestro, horroroso, que murmuraba en medio de la nada:
Duerme, mi luna
Duerme, mi sol
Hoy las estrellas contigo irán…
-¿Margot? –pregunté a la nada, mientras la canción seguía sonando a mi alrededor. Solté la manzana y comencé a gritar: -¡Margot! ¡Margot! ¡Margot!
Un agudo grito me heló las venas. Era el claro chillido de una niña pequeña, que estaba visiblemente asustada. Palidecí ante la repentina oscuridad que me rodeaba, y eché a correr entre aquéllas sombras, rezando al cielo por que Margot estuviera a salvo.
-¡Margot! –llamé con todas mis fuerzas, al mismo tiempo que corría de un lado a otro. Entonces tropecé.
Me apoyé en las manos para evitar caer de bruces, y de rodillas, examiné atentamente mis manos. De pronto, un escalofrío me recorrió el cuerpo al verlas manchadas de un líquido rojo y tibio. Retiré las manos de mi vista y sentí morir al ver, entre las sombras, una mano pequeña y blanca sujetando un collar de plata que reconocí como el collar que le había regalado a Margot. El suelo en pleno estaba lleno de sangre.
-Margot… -susurré. -¡NOOOOOO!
-¡Alessa, Alessa! –llamó alguien. Abrí los ojos con dificultad y me encontré con la señora Castle. El cielo, sobre mi cabeza, lañaba tímidos destellos nocturnos.
-Señora Castle… lo siento mucho. –dije avergonzada, poniéndome rápidamente de pie.
-¿Estás bien, Alessa? –me preguntó. –Te vez muy pálida.
-¿Ah, sí? –dije. –No es nada, señora Castle, me siento bien… en serio.
Caminamos de regreso al edificio, donde al sentir el calor del interior percibí renovadas mis fuerzas. Me despedí con un amable gesto de la mujer y subí a mi habitación.
Antes de acostarme a dormir, no pude evitar echarle un vistazo al exterior desde la ventana. La luna no parecía tener ningún interés en cambiar tan bruscamente su aspecto, y ahora era solamente un par de cuernos blancos pendidos en el manto negro del cielo, alumbrando el bosque que se mecía siniestramente. Me acosté en la cama, todavía pensando en los acontecimientos.
Había pasado más de una semana desde que Margot fue encontrada y llevada al orfanato para ser fatalmente reconocida por mí y por la pobre señora Castle. Había luchado externamente por descubrir la verdad tras ésos macabros hechos, e internamente para quitarme el miedo y el odio, y ninguna de las dos peleas había surtido efecto. Yo sólo podía reducirme a suspirar de tristeza y pensar que ni Margot ni ninguna de ésas niñas saldrían jamás del bosque de manzanos.
Cerré los ojos, concentrándome en aquéllos datos revueltos en mi mente, en aquéllas pesadillas y en aquéllas memorias tiernas que eran todo lo que me quedaban luego de tantas desgracias.
Dentro de la oscuridad, una voz me llamaba. No era la señora Castle, ni Susan, ni Margot. Ésta voz tan desprovista de emociones murmuraba mi nombre con suma emoción, y casi podía imaginarme su rostro sonriendo mientras decía una y otra vez:
-Alessa… Alessa… ven, Alessa… ven…
-¿Qué quieres? –preguntaba otra voz, que reconocí como la mía, hablando desde el otro lado de mi mente.
-Ven conmigo, Alessa. Te quedarás aquí, conmigo, y serás una princesa. Ven, Alessa…
A cada segundo deseaba más profundamente seguir ésa voz, huir de aquélla oscuridad y de ése pesar; deseaba marcharme para siempre, caminar por ése hermoso sendero del bosque y perderme en ése mar de manzanos… y ver… ver por fin quién se ocultaba ahí…
De pronto, abrí los ojos. Dirigí instintivamente mi vista hacia el cielo, que permanecía impasible, con su luna blanca y sus estrellas extraviadas. Recordé, ya no con perturbación, sino con interés y con gusto aquéllos paisajes escondidos, aquéllos árboles… y la voz… aquélla voz…
Me llevé una mano a la boca para ahogar mi grito. Entendí porqué Margot me había advertido en mis sueños que fuera fuerte y tuviera cuidado. No quería que averiguara quién la había asesinado; quería que yo misma fuera a él y lo detuviera.
La víctima número once… era yo misma.

2 comentarios:

Guerrero dijo...

:o Instito, deberías hacer más historias así.. estuvo genial esta historia aunque no me gustó que Margot se haya ido tan rápido pero así son las historias, nunca te encariñes con un personaje.

saludos

Mar dijo...

Esperando la sieguiente...