FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



martes, 5 de octubre de 2010

TERCERA PARTE!!!

3
Decepción
¿Quieren saber qué era eso que me torturaba tanto? Ustedes han escuchado mi relato, y seguramente no comprenderán porqué siento que le fallé a Margot. Así que, no me queda más opción que explicarles la grave situación que ocurrió dos años atrás.
Era, pues, 1991. Un otoño tan frío como aquél llegaron al orfanato los señores Hudson. Ellos eran buenas personas, que deseaban intensamente adoptar una niña, porque la señora no podía tener hijos, cosa que descubrió luego de dos desafortunados abortos. La señora Castle les mostró las fotografías de las niñas, y al ver a Margot quedaron inmediatamente flechados. Ella llamó a mi hermana para que hablara con los señores Hudson, y éstos se sintieron tan contentos al conocerla, que desearon adoptarla en seguida. Por un fugaz instante, Margot se olvidó de mí y del pacto que teníamos de no separarnos nunca. La señora Castle les mencionó que, de hecho, Margot no era hija única, y aunque sólo les habló vagamente de mí, ellos no se mostraron interesados en adoptarme. Dijeron que una cosa era criar a una niñita como Margot, y otra muy diferente era cargar con una jovencita como yo. Los escuché detrás de la puerta, les oí decir que se marcharían con Margot a la costa, y entendí que ellos me separarían de mi hermana para siempre.
Jamás supe porqué lo hice, no supe si fue por egoísmo o por envidia (deseé que no fuera por lo segundo), pero el caso es que me presenté con los señores Hudson la tarde que irían a firmar los papeles para llevarse a Margot, y malvadamente les hice ver que llevarse a mi hermana tan lejos de mí la destrozaría por dentro. Les aseguré que, con el tiempo, ella comenzaría a añorarme, y que cuando se ponía melancólica era muy difícil devolverla a la dicha. Quizá ellos la querían más que yo, porque con gran pesar fueron con la señora Castle a decirle que no tenían corazón para separar a una niñita de su hermana, y se marcharon para no volver.
Recuerdo la imagen ilusionada de Margot, vestida para irse con un hermoso vestido de color uva, preparando apresuradamente sus maletas. Esperó conmigo una, dos, tres horas. Finalmente, la señora Castle fue a explicarle que los Hudson se habían marchado. Se rompió por dentro, y preguntó entre sollozos si ellos la odiaban por algo que hubiera hecho; muerta de la pena, le juré que ellos habían pensado que era la niña más dulce del mundo, pero que pasaron grandes contratiempos que los imposibilitaron para adoptarla. Margot se calmó y, con una gran sonrisa, me dijo:
-No importa, Alessa. No quiero que nos separemos.
Lo creí. Pero había cierta huella de dolor en sus ojos que me hizo saber que, en aquélla ocasión, no se sentía muy dichosa de tal acontecimiento.
No soporté mucho tiempo, y terminé yendo con la señora Castle a confesarle, con lágrimas en los ojos, que yo había abordado a los Hudson y les había dicho que no debían adoptarla porque éramos muy unidas. Ella se mostró, primero, muy molesta por mi crimen, pero al final declinó del duro castigo al comprender mi gran desesperación. Aún así, se encargó de que lamentara lo hecho por un tiempo, juntando a Margot con sus amigas y dejándome en una habitación sola.
Yo era, por mucho, la mayor en el orfanato. Había comprendido que mis posibilidades de tener un hogar se habían terminado, pero temía el momento de separarme para siempre de la niña que amé y protegí desde el momento que nació.
No pude evitar pensar que había sido justamente aquélla actitud la que había provocado ese brusco cambio en Margot, y me lo reprochaba en silencio mientras la miraba encaramada al manzano, observando con aquélla tierna curiosidad de niña el bosque.
Una mañana, la encontré encaramada en el árbol, riendo a carcajadas.
-Margot. –la llamé.
-¡Oh! Lo siento. –musitó, pero no parecía dirigirse a mí. –Debo marcharme.
Cuidadosamente bajó del árbol y llegó conmigo, sonriendo ampliamente.
-¿Con quién hablabas? –pregunté, algo aterrada.
-Pues… con… -su voz sonaba algo angustiada. Haciendo caso omiso de sus ojos suplicantes, comencé a trepar por el árbol lo más rápido posible, y me asomé al exterior. Ahí estaba un pedazo del muro que, años atrás, se había caído. Las piedras eran tan viejas que se amontonaban formando un irregular montículo rodeado de maleza, y más allá, se extendía el bosque. Tal como imaginé, no había rastro alguno de que otra persona hubiese estado ahí. Nada.
Aliviada, bajé del árbol mientras Margot protestaba:
-¡No, no! ¿Qué hiciste? –dio un largo suspiro y fue a sentarse en una banca cercana, con los ojos llenos de reproche. –Ahora no querrá volver a platicar conmigo.
-¿De quién se trata, Margot?
Ella seguía molesta, y negó firmemente sin mirarme. Comprendí de pronto que había roto un momento ilusorio para ella, un instante de ensoñación, y me incliné a su lado para disculparme.
-Margot… lo lamento. No quería interrumpir tu charla, es solo que… -apoyé mi mano sobre su hombro, deseando que no se molestara más. Pero como no la apartó lo consideré como un signo de buena suerte. –Escucha, me preocupo por ti, y tengo miedo de que te pase algo, por eso te cuido tanto.
Lentamente, la mirada de mi hermanita se posó en la mía.
-¿De verdad? –preguntó con un hilo de voz.
-Así es, Margot. –sonreí amorosamente, y me sentí dichosa cuando aquella criatura me abrazó con inocencia.
-De acuerdo, Alessa. Te perdono. –dijo alegremente. Acaricié sus largos cabellos y luego me senté a su lado.
-Y bien, Margot, ¿con quién hablabas?
Ella sonrió cálidamente.
-Te lo diré, si me prometes no contarle a nadie.
-¿Qué dices? –musité ofendida. -¿Crees que rompería mi silencio? ¡Jamás!
-Si así lo dices, pues… -Margot se inclinó hacia mí y musitó en mi oído: -He hablado con él…
-¿Con quién? –pregunté intrigada.
-No quiere decirme su nombre, pero deja que lo llame V. –explicó. –Supongo que debe llamarse Víctor o Vincent.
Me mordí el labio.
-¿Cuántas veces has hablado con él?
-Sólo dos. La primera le dije que lo había visto en mis sueños… Y no pareció enojarse. Es muy amistoso conmigo. –comentó, como si recordara un dulce sueño. –Me dijo que si yo era buena, todos mis sueños se volverían realidad algún día.
-¿Ah, sí? –dije, intrigada. -¿Y cómo es?
-Tal y como te dije, con grandes ojos azules, y un rostro muy amable. –dijo. –Pero no puedo ver bien el resto de su rostro, porque lleva una especie de sombrero. Viste muy normal, con un largo abrigo.
-Oh… -un hombre que vestía con un abrigo y un sombrero, eso no me ayudaba en nada. Imaginé que Margot había visto algo en algún libro y estaba procesándolo velozmente en su cabeza, inventándose un amigo único en su tipo.
-¿Y qué te dice de él? –pregunté, fingiendo ser amistosa.
-Dice que vive en una casa de campo enorme como un castillo, rodeado de manzanos altos y hermosos. –se cruzó de rodillas, haciendo una de sus encantadoras muecas. –Dice que quizá algún día pueda visitarlo e ir a jugar. –hizo una pausa, en la que traté de ordenar mis pensamientos. –También me preguntó sobre ti.
-¿Sobre mí? –palidecí de golpe. Margot asintió con inocencia.
-Sí. Le dije que eras la mejor hermana del mundo, y que eras muy bonita. Él dijo que yo era una niña muy buena porque te amaba, y me dijo que tú también eras buena. Luego me preguntó cuál era tu nombre, y le dije que te llamabas Alessa, y dijo que era un nombre hermoso, como de una princesa.
Tragué saliva. Esa fantasía suya, tan nueva, no parecía provenir de su mente.
-Margot. –pregunté. -¿Él… él te dijo que volvería?
-Iba a preguntarle eso cuando tú llegaste. –comentó. De pronto, el timbre sonó, y Margot saltó alegremente de la banca y se perdió entre los arbustos para ir a tomar el desayuno. Yo no me sentía bien. Estaba aterrada por aquélla nueva información. Miré con desconfianza el pequeño muro, y deseé poder atisbar el exterior, rezando porque todo aquél asunto fuera un sueño de Margot, y nada más.
Llena de dudas, me levanté de la banca y caminé de vuelta hacia el edificio, sintiendo dentro de mí una angustia imposible, como si supiera que, a mis espaldas, algo o alguien me vigilaba atentamente más allá del muro, del bosque y de la razón misma.
Aquélla noche, no pude dormir bien. Llevaba ya mucho tiempo de no tener pesadillas, y de pronto, las volví a revivir, como una herida que se reabría por culpa del miedo. Me encontraba, pues, caminando por el bosque, llamando angustiadamente a Margot. Mis gritos resonaban por aquél espectáculo de colores apagados, y la luna brillaba con aquél horroroso tono dorado que recordaba tan bien, y un frío mortal me rodeaba. De entre los arbustos, llenos de hermosas bayas rojas, salía Margot, vestida también con el pijama que tanto le gustaba, y me echaba los brazos a la cintura. Yo la abrazaba, sonriente.
-¡Margot! –le dije. –Pequeña traviesa, ¿dónde estabas?
-¡Estaba con él, Alessa! –me dijo. –Dijo que vendría por nosotras y jugaríamos todos juntos. Dijo que tú serías la princesa…
Poco a poco, su voz iba haciéndose más lejana, hasta que ya no pude comprender lo que me decía. Y también ella se escapaba de mis brazos, volviéndose una silenciosa voluta de humo. Sentí miedo, y comencé a gritar, llamándola. Era muy noche, y la luna dorada no me auguraba nada bueno. La luna, enorme y amarilla… Amarilla como aquélla última noche de terror que pasamos juntas…
-¿Margot? –le pregunté a la nada. -¡Margot!
De pronto, me topaba con ella. Di un grito, y al reconocerla sonreí.
-¡Ah, Margot, qué susto me has…!
Ella sonreía, hermosa, tierna… Más hermosa que nunca, vestida como una muñequita de porcelana. Al verme, no se acercó corriendo, parecía que algo, algo desconocido y siniestro, le evitaba caminar hacia mí. Sólo extendió los brazos, como si de una muñeca real se tratara, y musitó:
-Ven a jugar con nosotros, Alessa. Tú serás la princesa… tú serás la princesa…
Siguió repitiendo eso, mientras el bosque se volvía una mancha oscura. La visión horrorosa de Margot era lo único visible. Poco a poco, su voz volvió a perderse, y en lugar de eso, oí la canción de cuna que le recitaba. Pero Margot no la cantaba. Aquélla era una voz grave, horrenda, siniestra…
Y la misma voz replicaba:
-Serás la princesa, Alessa… la princesa… la princesa…
Dos ojos hermosos y azules pendían de la oscuridad, fijos en mí.
-Una princesa…
Yo no podía ni hablar, espantada por aquélla aparición. De pronto, todo se oscurecía, y yo sólo veía ésa luna dorada, y el grito largo y lastimero de Margot…
-¡AAAAH! –grité, despertando de golpe.
Miré a mi alrededor. Todo estaba tranquilo, todo. La noche era fría, un viento débil soplaba afuera de la ventana entreabierta. Fuera de eso, no había nada que temer.
Me asomé por la ventana. La luna estaba quieta, amigable, tan blanca como siempre. Suspiré, al mismo tiempo que veía los árboles del bosque mecerse al compás del viento. No había nada que temer.
Miré el alféizar y encontré una enorme mariposa de color negra. La mariposa no se había inmutado en lo más mínimo con mi presencia, y parecía observarme. Llena de angustia como estaba, la espanté y cerré firmemente la puerta antes de volver a la cama. Me acurruqué debajo de las mantas, llena de miedo, deseando que pronto, la luz del sol volviera a Coventry y alejara de mí esos horrendos presagios.
Al día siguiente, Margot se comportó de manera algo distante con todos. Permaneció en silencio durante el desayuno y parte de la comida. Yo no me atreví a preguntarle la razón de su mutismo, pues imaginé que estaba meditando respecto a sus sueños, tal vez, buscando en su mente alguna nueva dulce patraña para mantener despierto mi interés por su cada día más extraña historia.
Mientras tanto, yo seguía con la pena pesando duramente en mi pecho, sin poder sacarla. Deseaba preguntarle a la señora Castle si sería correcto contarle la verdad, pero tenía miedo. Miedo de que al descubrir mi horrorosa mentira pudiera enfurecerse conmigo y seguir con sus locos sueños. Temía hacerle aún más daño.
Cuando la tarde comenzaba a morir, encontré a Margot encaramada nuevamente en el árbol. Intrigada, me oculté a la sombra de los arbustos, y cual no fue mi sorpresa al escucharla conversar animadamente.
-No puedo hacerlo, me metería en problemas… ¿Sí? ¿Lo dices en serio? ¡Me encantaría! Pero… Debo avisarle a mi hermana, ¿no lo crees?... ¿Qué ella venga con nosotros? No sé si quiera… Ella no cree que seas real… -me acerqué aún más. No escuchaba que alguien le contestara, pero aún así, algo no me parecía normal. -¿Una prueba? ¿Cuál? –musitó. -¡Oh, claro! Eso serviría… Se lo diré… Debo irme…
Luego de eso, bajó del árbol sujetando algo contra su pecho. Cuando estuvo en tierra firme, la llamé como si la estuviera buscando, y se sobresaltó.
-¡Margot! –dije con un falso tono de alivio. -¿Qué hacías? Me tenías preocupada.
-Yo… bueno… -dio un suspiro. Amablemente, me acerqué a ella y le rodeé la espalda con un brazo.
-No te preocupes, no le contaré a nadie. –le aseguré.
-Bueno, si quieres saberlo… -me miró seriamente, de una manera que jamás había hecho, como si de verdad la niñita que todos amaban hubiera quedado atrás. –Estuve hablando con él otra vez.
-¡Oh! –me puse ligeramente tensa. -¿Y está molesto por mi culpa?
-No. Él dice que tú eres buena porque no has roto nuestro secreto y dice que quiere que nos veamos muy pronto.
-¿De verdad? –pregunté mientras volvíamos por el sendero de los arbustos. -¿Y qué más?
-Bueno… La otra noche volví a soñar con el bosque, pero fue totalmente distinto. Me refiero a que… Ahora en el sueño yo estoy vestida como una princesa y llego a un lugar muy bello donde hay muchas niñas hermosas, vestidas como si fueran ángeles… Y ellas me llaman…
No pude reprimir un escalofrío ante aquélla siniestra idea. Había algo en esas fantasías que me llenaba de pavor, algo que me hacía sentirme mal, y estaba más que dispuesta a frenarlas por el bien de Margot.
-Margot. –dije, plantándome frente a ella. -¿Puedo pedirte un favor?
-Sí, claro.
-Ya no hables más con V, ¿me oyes? –Margot me miró, algo confundida. –Deja de hablar sobre él, o con él, o… Deja de pensar en ése sueño, ¿sí?
-¡Pero no puedo! –protestó. -¡No puedo evitar soñar con eso!
-¡Margot, por favor! –supliqué. –¿No lo ves? ¡Ésos sueños sólo son MENTIRA! No existe una vereda en el bosque, ni manzanos cerca de una casa, y lo más importante: ¡No existe ése hombre! Es un producto de tu imaginación.
-¡Es falso! –protestó. -¡Tú lo dices porque no lo conoces, pero él es real!
-No, Margot, es ficticio, tu mente lo creó.
-¡No, no! ¡Es real, y puedo probarlo! ¡Mira! –de su pecho extrajo un objeto que al principio no pude reconocer. Entonces lo tomé entre mis manos, y sentí como si el suelo se hundiera bajo mis pies. Era una muñeca de tela, de unos diez centímetros cuando mucho, que usaba un hermoso tutú de bailarina y lucía espantosamente parecida a Margot.
-¿De dónde la sacaste? –le pregunté.
-Él me la dio. –dijo con las mejillas enrojecidas. Lentamente, le di la vuelta a la muñeca, con un dolor horrible en el pecho. Y entonces, lo vi: sobre la espalda, bordada con rojo, había una enorme V.
Horrorizada, dejé caer la muñeca al suelo. Miré a Margot totalmente lívida. Aquélla fantasía había trasgredido los límites de la realidad, y ahora, mi hermanita estaba en riesgo.
-Margot, escúchame. –le rogué. –No vuelvas a ver a ése tal V, nunca, ¿me oyes?
-Pero Alessa, tú no lo entiendes. Él me dijo…
-¡No me importa lo que te dijo, Margot, es por tu bien!
-¡Alessa, por favor! –me dijo. -¡Tú no lo entiendes! ¡Él me prometió que allá afuera seríamos felices, muy felices! Y yo le creo.
-¡Margot, no! –grité. –Mira, sé porqué haces esto, y por lo tanto no te culpo, pero de verdad necesito que me escuches, no lo conoces, no sabes ni su nombre, ¡no puedes confiar en él!
-¡Él ha sido muy bueno conmigo! ¡Me dijo que quiere conocerte!
-¡No, Margot, por favor!
-¡Lo que pasa es que no te gusta que yo pueda ver algo que tú no! –gritó.
Eso me sacó de mis casillas, y de repente, sin poder evitarlo siquiera, le dije con la voz llena de furia:
-¡Ojalá los Hudson te hubieran llevado lejos de mí!
-¡Tú me dijiste que ellos no querían!
-¿Pues sabes qué, Margot? ¡Te mentí! –dije, viendo todo el escenario de un horroroso color rojo, como si el cielo y la tierra se hubieran teñido de sangre. -¡Te mentí, Margot! ¡Ellos no te llevaron porque yo les dije que no quería que te llevaran! ¡NO QUERÍA QUEDARME SIN TI, MARGOT, POR ESO LOS ALEJÉ PARA SIEMPRE!
Todo fue inmediato. Margot se quedó ahí, estática, con los ojos hermosos muy abiertos y la boca formando una mueca de horror. Poco a poco todo volvió a la normalidad, pero la atmósfera seguía cargada del poder de dos años de duro silencio.
Ahí me di cuenta del grave error que había cometido, y de pronto dije:
-Margot… Margot, lo lamento…
Ella no contestó. Lentamente recuperó su aspecto normal, los ojos quedaron fijos, sus labios, mudos. Pero por primera vez, una sombra de dolor cruzó su mirada de tal manera que yo sentí los viejos temores arremolinarse sobre mí.
-¿Margot? –susurré.
Ella abrió la boca, y dijo en un tono frío y desprovisto de dulzura:
-Te odio.
De pronto, sin que yo pudiera darme cuenta, Margot dio la media vuelta y se escabulló en el interior de los arbustos.
-¡Margot! –llamé, palideciendo. Iba a correr tras ella cuando dos manos me aferraron de los hombros.
-¡No, Alessa! –era la señora Castle. Al verla ahí, de pie como una estatua, sentí un escalofrío recorrerme el cuerpo. –Déjala.
-Pero…
-Ahora no es posible hablar con ella, Alessa. Más tarde quizá.
Asentí dócilmente, y dejé que me condujera al interior del edificio.
A las nueve de la noche, Margot seguía sin volver a la recámara. Preocupada, salté de la cama y bajé al patio, cubierta con un grueso chal. El viento soplaba duramente, moviendo los arbustos de un modo siniestro.
-¡Margot! –llamé. -¡Margot! ¡Margot!
No hubo respuesta. La señora Castle, junto con otras dos mujeres, también la llamaban por todos lados.
-¡Margot! ¡Margot! –gritaban todas. Caminaba como si no estuviera ni aquí ni allá, perdida en mi memoria. Recordé vagamente a mi hermana cuando era apenas una criatura llorando en mis brazos aquellas noches horribles… ¿dónde estaba ella, la inocente víctima de mi egoísmo?
Pisé algo blando y esponjoso. Cuando me incliné, descubrí a la muñeca…
Y entonces mi corazón dejó de latir por un segundo al entender lo que había pasado.
-¡Margot! –grité, y salí corriendo entre los arbustos. Llegué sin esfuerzo al manzano que daba con el muro, y velozmente lo trepé. Afuera, estaba el bosque… y también estaba la cadena que le había regalado a Margot, atrapada en un clavo afuera del muro…
-¡MARGOT! –bramé. -¡MARGOT!
Mis gritos llamaron la atención de la señora Castle, que llegó hasta el muro.
-¡Alessa! ¿Pero qué es lo que ocurre?
Me di la vuelta, con los labios temblorosos y sintiendo un vacío enorme en el pecho.
-Margot se ha ido. –dije. Algo dentro de mí había, por fin, muerto.

3 comentarios:

Mar dijo...

Va muy bien la historia.

No sé porqué en mi mente lo veo todo con personajes de ánime cuando suelo verlo de carne y hueso.

En verdad muy buena y muy intrigante.

Enola_holmes dijo...

Wow! Me has dejado sin palabras, una historia realmente buena, no tiene nada que ver con el típico tópico de las historias de terror, además ahora se está poniendo muy pero que muy interesante... pero de todos modos, espero que Margot esté bien, ¿o ya es demasiado tarde? O_o

Guerrero dijo...

Que interesante se pone cada vez, ya quiero la otra parte... no me gusta esperar =(


saludos