FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



martes, 28 de septiembre de 2010

SEGUNDA PARTE DEL CUENTO DE TERROR

2
Dentro de Mis Sueños
Pasaron los años. Margot y yo permanecimos en Coventry largamente, mirando el ir y venir de la gente y las estaciones, sin diferenciar una de otra. Eran, al fin y al cabo, iguales. Vimos pasar el tiempo apoyadas contra la pared del edificio, protegidas por un seto lleno de flores diminutas y blancas que Margot tanto adoraba. Vimos cientos de inviernos rudos y veranos divinos, sin importarnos lo que fuera a suceder al minuto siguiente, el día siguiente, el próximo mes, el próximo año…
Margot se volvió el dibujo ideal que un artista usaría para un cuadro campestre. Era una niña hermosa, con sus mejillas rojas como dos manzanas, el pelo negro y rizado largo hasta la espalda, los ojos enormes, grises y brillantes. Ella sabía que era preciosa, y como niña vanidosa que siempre fue, lo aceptaba con gusto, y le encantaba hacer gestos tiernos frente a otros para ganarse así su aprobación y hasta su corazón. Muchas parejas que llegaban al orfanato desearon adoptarla, pero al enterarse de mi existencia, menos adorable y tierna que la de Margot, desollaron la idea de inmediato. Ella siempre me aseguró con tal sinceridad que prefería quedarse ahí conmigo a marcharse con una familia de extraños, que mi culpabilidad por negarle un futuro mejor se borraba de inmediato. Era imposible no enamorarse de su candidez y su algarabía.
Por fin, llegó el otoño. Yo no tenía ni un mes de haber cumplido los diecisiete, y Margot apenas había llegado a los nueve años. Las dos seguíamos disfrutando de nuestros ratos a solas, jugando, riendo como si el tiempo no hubiera pasado nunca. A veces, discretamente, corríamos al muro trasero y, con ayuda de un manzano, subíamos y nos asomábamos a ver el bosque. Era cuando yo le contaba relatos de criaturas bondadosas que habitaban más allá de aquélla pared, y Margot, inocentemente, los escuchaba con profundo interés. Imaginé que una parte de su mente recordaba los cuentos y las canciones que usé en su más tierna infancia para endulzarle la vida, cuando los gritos eran lo único audible en toda la casa, y que aún gozaba oyéndome relatarle falsedades para alejarla de la triste realidad.
Pero eso no fue lo único impresionante aquél otoño. De la nada, Margot comenzó a relatarles cuentos febriles a las niñas más pequeñas. Yo adoraba escucharla, era una narradora nata, que se sentaba en medio del patio y, con aspecto de político frente a una congregación, contaba sus historias a todas quienes desearan oírla, y siendo sinceros, todos deseaban escucharla, verla reír o bailar. Así era el aura de ése pequeño ángel que se refugiaba en mis brazos por temor a la oscuridad, una oscuridad que parecía perseguirla desde el momento de su nacimiento.
Una tarde, luego de contarles sus inventos a las pequeñas, me acerqué a ella y le pregunté:
-Margot, ¿de dónde sacas tantas historias?
Ella sonrió visiblemente y dijo, sonrojándose:
-No puedo contártelo, es un secreto.
-¿Desde cuándo guardas secretos para mí? –le cuestioné burlonamente, poniendo mis manos sobre las caderas.
-Bueno… -Margot comenzó a jugar con su falda, como hacía siempre que se atemorizaba. –Quizá, más tarde, te lo diga.
Por supuesto, no lo hizo. Tardó dos días en explicarme la situación, y fue porque otra chica le preguntó de dónde sacaba los cuentos, y ella replicó en un tono feroz:
-¿A ti qué te importa? Si deseas oírlos te puedes quedar, si no, márchate.
Ésa misma noche, mientras yo estaba sentada en el alféizar de mi ventana, oí mi puerta abrirse. Apareció en ella Margot, ataviada con su pijama a cuadros de color blanco y rosa. Sonreí, contenta por su visita, y la invité a sentarse en la cama. De inmediato me acerqué a ella.
-¿Pasa algo, Margot?
-No. Es solo que… -guardó un silencio avergonzado, y comprendí de golpe lo que sucedía.
-¿Otra vez sientes miedo? –ella asintió. –No te angusties. Nada te hará daño nunca.
-¿Cómo puedes saberlo? –me cuestionó con sus hermosos ojos llenos de duda. –Tú no puedes saber qué pasa cuando está muy oscuro, cuando es de noche y todos están callados.
-Pues no lo sé. –dije. –Pero quiero que te quede esto claro, Margot: nadie podrá lastimarte jamás mientras yo esté contigo. No voy a permitirlo.
-Pero… tú no estás conmigo cuando duermo…
No pude refutar ése hecho. Entonces se me ocurrió una idea, y me acerqué a la mesita de noche. Abrí el cajón y sustraje un objeto pequeño de color deslucido. Se trataba de una cadena de plata que yo utilizaba de pequeña como collar. Se lo coloqué a Margot y le dije:
-Mientras tengas ésta cadena, no podrá pasarte nada. Mi amor te cuidará siempre. ¿Lo has entendido?
Ella sonrió y me abrazó, musitando:
-Te quiero mucho, Alessa.
Besé su frente y la abracé, rememorando el pequeño bulto que alguna vez fue y que traté de proteger de aquélla miseria humana en la que vivíamos.
Margot se separó de mí, sonriendo dulcemente, y musitó:
-¿Quieres que te diga un secreto?
-Claro. –dije. –Te prometo que nunca le diré nada a nadie.
-¿Sí? –asentí. Margot echó una mirada significativa a la puerta, como si le preocupara que alguien fuera a escucharla, y se acercó a mí. -¿Quieres saber de dónde saco los cuentos?
-Sí.
-Pues… -bajó más la voz. –Alguien me los cuenta.
-¿De verdad? ¿Y quién? –pregunté, suponiendo que se trataba de un amigo imaginario.
-No sé cómo se llama. Nunca me dice. –explicó. –Pero él es muy buena persona.
-¿“Él”? –dije. Margot asintió. -¿Quién es él? ¿Dónde lo has visto?
-¡En mis sueños, claro está! –replicó. –A veces sueño con él, y siempre es lo mismo. Sueño que camino por el bosque a través de una larga vereda franqueada por muchos árboles, y entonces llego a un sitio donde hay árboles llenos de manzanas. Ahí lo encuentro, y él me regala una manzana y me dice que iremos a jugar a su casa.
-¿Y cómo es él? –pregunté, sintiéndome perturbada por la clara descripción.
-No estoy muy segura. Es más alto que yo, eso lo sé, pero habla como si fuera un niño. –Margot se pasó los dedos por el cabello, como intentando recordar. –He visto sus ojos. Son grandes y azules. Como los de…
-Como los de un niño. –dije. Ella asintió. –De acuerdo.
-Creo que es real. –dijo. –Creo que hay una vereda de árboles en el bosque y que ahí debe estar. Siempre me dice que quiere que vaya a jugar con él, y me cuenta historias.
-Vaya… -tragué saliva, asustada por la claridad de los sueños de mi hermana. Ella se marchó al poco rato, dejándome dudosa de la situación. ¿De verdad podía una niña soñar con tales cosas y recordarlas claramente aún muchos días después?
Entonces concluí con gran placer que Margot estaba inventándolo. De pronto, había descubierto dentro de ella un nuevo talento y al no poder explicármelo decidió inventarse una historia donde un misterioso niño u hombre en sus sueños le relataba cuentos fantásticos que recordaba vivamente al amanecer.
Poco a poco, la situación comenzó a descontrolarse. Margot dejó paulatinamente de contar sus historias a las niñas del orfanato, y usualmente la encontraba trepada al manzano mirando con gran ilusión el bosque. Una parte de mí temía sinceramente que quisiera fugarse a buscar el lugar onírico que tanto anhelaba, y fue tal mi preocupación que decidí hablar con la señora Castle, la directora del orfanato.
La señora Castle era una mujer gruesa, de temperamento fuerte, con el pelo lacio y castaño apenas ribeteado con una que otra cana. Gustaba del tejido, y en sus ratos encerrada en su despacho hacía pequeñas prendas para las niñas más pequeñas, que les regalaba en Navidad o en su cumpleaños, si es que nacían en pleno invierno.
Al verme pasar, sonrió con la misma indulgencia con la que lo hizo la primera vez que nos vimos.
-Alessa, querida muchacha. –me saludó. -¿Qué te trae por aquí?
-Señora Castle… se trata de mi hermana. –dije, tomando asiento.
-¿Se encuentra bien? –preguntó.
-De maravilla, pero últimamente… -tragué saliva. No deseaba volver a ése lugar y reproducir la conversación acontecida dos años atrás, el sólo hacerlo me dolía mucho. –Ella está actuando de una forma muy peculiar.
-No te entiendo, Alessa.
-Sí. Ella tuvo un sueño, o por lo menos eso me contó, sobre un lugar en el bosque donde hay cientos de manzanos, y últimamente la veo distraída, como si soñara con ir a ése lugar.
-¿Un sueño? Alessa, los sueños no son peligrosos.
-Lo sé, señora Castle, pero me preocupa.
-¿Te preocupa que tu hermana sueñe?
Guardé silencio. La cuestión no era el sueño, sino algo más. Algo que me inquietaba desde que noté su cambio de personalidad. La señora Castle guardó un amable silencio, esperando que yo hablara lo que necesitaba decir.
-Señora Castle… ¿cree que los sueños de Margot tengan algo que ver con… con lo que pasó hace dos años?
La mujer sonrió con indulgencia.
-Crees que es culpa tuya, ¿no es así? –suspiré.
-¿Qué más podría ser? –me lamenté. –Yo a veces no puedo dormir tranquilamente pensando en… en eso.
-Comprendo tu posición, Alessa, pero dime tú, ¿qué puedes hacer ahora? El daño ya está hecho.
-Lo sé, y eso es lo peor. ¡Fui tan cruel! –dije. –Si no hubiera sido por mi tonto egoísmo…
-Alessa, Alessa. –me rogó la buena mujer. –Te culpas por un error que ya ha pasado. Seguramente, Margot ya ni siquiera recuerda lo acontecido. ¿Porqué te empeñas en pensar que el sueño tiene algo que ver con eso?
-Creo que Margot aún lo guarda en su inconsciente, señora Castle. Dentro de ella, aún añora eso.
La mujer sonrió.
-Siempre fuiste muy curiosa, Alessa. Tu mente trabaja de una manera distinta a la de muchas chicas de tu edad. Piensas demasiado, diría yo, en cosas de las cuales no estás segura. No te tortures más, piensa que Margot, como cualquier niña aquí, sueña con encontrar un mundo mejor allá afuera. Quizá no sueña con ser una princesa, como muchas de sus amigas aquí, pero también se ilusiona con lo que hay más allá.
-¿Entonces usted no cree que esto pueda ser culpa mía? –pregunté, esperanzada.
-Lo dudo, Alessa. –la señora Castle se acercó a mí. –Nada es seguro en esta vida. Margot y tú lo saben muy bien. Así que deja de darle vueltas al asunto y sé feliz. Y haz feliz a Margot.
-Lo he hecho toda mi vida. Y creo que he fallado. –acepté.
-Ella te ama, y eso es lo importante. Que nunca le fallaste cuando más te necesitó. –y con esas palabras, me despidió.

2 comentarios:

Mar dijo...

Bueno y malo.

Bueno porque la historia está tomando forma.

Malo porque ya quiero que publiques la siguiente parte.

Todo de mucho suspenso, así que no tardes.

Guerrero dijo...

Justo en estos días estaba pensando en si ya estaba publicada pero por tiempo no entraba... y que alegría ver esta parte.
Creo que deberías publicar más rápido jaja me siento como viendo una serie semanal y que me desespera no poder exigir velocidad al tiempo jaja

saludos está quedando genial la historia.