Las sombras de la noche nunca habían sido tan siniestras; era como si, de pronto, sin la presencia rígida y apaciguadora de Watson, las luces de Londres se hubieran esfumado, dejando al 221B en la más aterradora penumbra.
Sherlock seguía demasiado molesto con Renata y Watson, pero él era... su mejor amigo. Nunca le había provocado ningún mal hasta ahora, y aunque se quejaba muy seguido, jamás había insistido tan violentamente en algún tema. ¿Acaso estaba celoso de la presencia de Serenity? De acuerdo, estaba muy enamorado de ella, ¡pero era su mejor amigo! Y el único, y ahora... ninguno.
-Renata. -dijo Sherlock, siguiendo las sombras de las calles.
Un golpe brusco y un chillido de dolor le advirtió de la presencia de la joven.
-¿Diga, señor?
-Quiero que cierres bien todas las ventanas. Hay gente extraña afuera. -Renata dio un respingo y echó a correr, temblando. Por fin, cuando cerró la última, vio a su amo desaparecer dentro de la pieza. Se quedó un rato contemplando la nada, pensando profundamente.
¿Porqué no se lo dijo? ¿Porqué no le dijo a Watson la verdad? La verdad es que sentía un escalofrío muy gracioso bajarle desde el nacimiento del cabello a las puntas de los pies cada vez que Sherlock le dirigía la palabra, aunque siempre que se la dirigía era con intención de reprenderla, y tampoco podía entender de dónde le venían las mariposas del estómago si él la tocaba, aunque cuando la tocaba era para empujarla y alejarla de su lado.
-¡Cielos! -pensó, desconcertada. -Eso quiere decir que soy maso... maso... bueno, esa gente a la que le gusta que la maltraten.
Luego recordó a Serenity, ella, hermosa, inteligente, valiente y gentil... Renata apenas sabía leer y escribir, le costaban trabajo los números y encima de todo tenía una voz chillona muy molesta y terrible de oír. ¿Cómo iba a poder competir con eso? Se miró al espejo y descubrió, a su lado, un tinte vegetal rojo que Sherlock llevaba probando varias semanas, buscando quizá una respuesta a las supuestas muertes por disparos de gente que "volvía a la vida". Renata se colocó un poco den tinte sobre los labios, que resaltaron como nunca. Sonrió, orgullosa de lo que veía, y fraguó un plan.
A la mañana siguiente, Sherlock la llamó repetidamente.
-¡Renata! ¡Renata! Diablo de jovencita, no se puede confiar en las mujeres. ¡RENATA!
-¿Me hablaba el señor? -dijo una fingida voz de gato. Sherlock vio aparecer a Renata, con un aspecto que lo dejó con la boca abierta: llevaba los labios tan rojos como la sangre, los ojos firmemente maquillados del color del carbón, la piel (al menos la del rostro) blanca como la de un cadáver, y el pelo lo había acomodado bajo un sombrero de gala rojo con un lazo púrpura. Llevaba un vestido atrozmente entallado de color azul fuerte, y mal caminaba usando tacones salidos de quién sabe dónde, por no hablar del escote tan marcado que llevaba.
Renata sonrió ante la mirada de su patrón, y continuó hablando como si maullara:
-¿Necesitaba algo? Quizá... ¿atención? -rió con una risita que pretendía ser musical, pero sonaba como gorgoritos de un pájaro agonizante.
-Renata, ¿qué...? ¿Qué demonios estás haciendo?
-¿Yo? ¡Oh, sólo probándome ropa, nuevas modas...! Laralala... nada más. -Renata sonrió seductoramente, y comenzó a mover la cadera de un modo parecido al de Serenity. Fue cuando, de pronto, Sherlock cayó al suelo, ahogándose por las carcajadas. Renata, bien sabemos, es de lenta reacción, y no pudo entender qué era lo gracioso.
-¿Señor Holmes, pasa algo divertido?
-¡Sí! -rió. -¡Tú!
-¿Yo soy divertida?
En ese instante, mientras Sherlock seguía revolcándose en el suelo de la risa, se oyeron unos golpes en la puerta. Renata abrió, deseando que se tratara de Watson, pero solamente vio a Serenity, hermosamente ataviada con un vestido dorado lleno de lazos, que se cerraba sobre el pecho con un broche de plata, y con los cabellos graciosamente atados en boucles. Al verla, también rió.
-¡Pero qué es esto! -preguntó. -¡Ha llegado el circo a Londres! ¡Ja!
Renata por fin comprendió el motivo de tantas risas, y se sintió morir cuando Sherlock se puso de pie, sujetándose las costillas, y diciendo:
-¡Renata! Yo... yo no sé de dónde se te ha ocurrido esa idea... ¡pero gracias! Nunca había visto algo más ridículo en mi vida.
La joven sintió sus ojos llenarse de lágrimas y, apartando de un empujón a Serenity, salió huyendo de la casa. Se detuvo de su loca carrera una calle después, mirando de un lado a otro con aprensión. Recordó entonces dónde vivía Watson desde la tarde anterior y anduvo hasta allá. Le costó trabajo, pues se perdió un par de veces, pero por fin dio con la casa.
Al entrar, Mary la miró como si estuviera loca, pero al reconocer a Watson, echó a correr hacia él, sollozando.
-¡Renata! -dijo mientras la abrazaba. -Criatura, ¿qué estás haciendo?
-¡Sherlock se...! ¡Se burlaron de mí!
-¿Quienes?
-Él... ella... ¡ayayayayay!
-Mary, prepárale una taza de té, por favor. Está muy consternada.
Renata le explicó brevemente lo sucedido a Watson mientras bebía el té. Watson la miró con dureza y repuso:
-¿Pero porqué lo hiciste?
-Creo que... quería llamar su atención. ¿Porqué? ¡No lo sé! -Renata se golpeó furiosamente las mejillas con los puños y se encerró en su berrinche, poniéndose colorada.
-¿Los dejaste solos... juntos?
-¡Sí! -Renata volvió a llorar más sonoramente. Watson la sujetó de un hombro y la echó a la calle.
-Óyeme bien, Renata, tienes un deber y debes cumplirlo pase lo que pase.
-¡Pero doctor Watson...!
-¡Me da igual! Ve y sigue como si nada. Y quítate eso, te ves horrenda.
Cerró con un portazo, y a Renata no le quedó otra opción que secar sus lágrimas y volver. Cuando llegó a la esquina de Baker Street y vio a Sherlock despidiéndose de Serenity con un beso en la mano, juró llena de furia:
-Jamás volveré a ser tan idiota como para tratar de ser quien no soy.
Entró a la casa muy altiva, se quitó el maquillaje y la ropa y se puso nuevamente su vestido azul normal. Hizo como que Holmes no existía y así pasó el día...
Por la noche, Renata trataba en vano de conciliar el sueño. La oscuridad la aterraba, igual que los sonidos violentos, y Londres estaba llena de sonidos. Cuando por fin comenzó a sentir un letargo delicioso... oyó un golpe sordo y unos pasos.
Renata era boba, pero tenía buen oído, y no le costó trabajo saber que esos pasos no eran de Sherlock. Lentamente se puso de pie en la cama, sin encender ninguna vela y, sujetándose de las paredes, llegó hasta la puerta que entreabrió y vio pasar dos siluetas irregulares. Con el corazón latiéndole en la garganta, logró oir dos voces:
-Entonces, ¿quién lo hace? ¿Tú o yo?
-Lo haré yo, tú eres muy torpe.
-Ah, pero...
-Quédate vigilando y ya. ¿Sí?
-Bueno, bueno... pero mátalo aprisa.
-El señor M nos pagará mucho por esto, ¿no te encanta?
Renata sintió un temblor en las rodillas. ¿Iban a matar a Sherlock?
-"¿Qué hago, qué hago"? -se preguntó, comiéndose las uñas. Los hombres se acercaban más y más a la puerta...
Vio a su lado, muy oportunamente, un pequeño bastón de madera pulido, perteneciente a Watson. Armándose de valor, y con el corazón palpitándole con violencia, tomó el bastón y se deslizó por entre la puerta, alcanzando a cuatro patas a los dos hombres. Se puso de pie y...
¡PUM! El primer golpe cayó sobre la cabeza de uno de ellos. Lo vio rebotar contra uno de los sofás y salir despedido al suelo. Su inesperado éxito la distrajo y recibió a cambio un puñetazo en el rostro. Renata cayó de espaldas mientras oía una voz gritar:
-¡Es una emboscada!
-¡No es ninguna emboscada, imbécil!
Renata se recuperó del golpe y blandió el bastón como si fuera una espada. Miró a su atacante, un rubio flacucho y cubierto de hollín, quien la ssostuvo de un brazo.
-¡Suelta eso, mocosa!
-¡No! -Renata le dio dos golpes con el bastón y lo vio perder el equilibrio y soltarla. Sintió mucho gusto, y después vio al segundo hombre acercarse con un cuchillo. Renata chilló de terror y echó a correr. "Si fuera Serenity", pensó, "sería valiente y ya los habría derrotado". Alcanzó la cocina y entró, dando traspiés, y alcanzó lo que quería: un cuchillo de pan. Lo blandió, amenaznado al sujeto, pero él le lanzó un mandoble y Renata perdió el equilibrio. De pronto, se vio atrapada por dos pares de manos que la jaloneaban como a un trapo, y se defendió a base de mordiscos y patadas, tal y como solía hacerlo si se sentía muy rabiosa. Siguió luchando ferozmente, pero cada vez le quedaban menos fuerzas. Le llovían golpes de un lado, patadas de otro, rasguños y jaloneos y, por fin, gritó:
-¡Socorro! ¡Soc...!
-¡Cállate! -dijo uno de los hombres, dándole un golpe en la boca. -¡Ay!
Renata cayó al suelo como un fardo y vio dos figuras luchando encarnizadamente, pero sólo duró un par de segundos, porque uno de los hombres cayó al suelo sin sentido. El otro se lanzó traidoramente contra el vencedor, pero sin ver ni cómo, también quedó fuera de combate. Oyó un resoplido en la oscuridad y vio al primero de los esbirros agitarse. Renata entonces tomó el bastón y, dándole en la cabeza, lo dejó por fin sin sentido.
Una voz la llamó en medio de la penumbra:
-¿Renata? ¿Eres tú?
-¿Señor Holmes?
Hubo un correteo y de pronto, la luz de una vela se encendió a pocos centímetros del rostro de Renata. Sherlock la observó por primera vez, no con furia o rencor, sino con compasión.
-Mira cómo te dejaron. ¿Qué pasó?
-Los oí entrar... -explicó Renata. -Dijeron que... iban a matarlo. Y yo... ¡sentí mucho miedo!
-Sí, lo veo, estás temblando. -Sherlock la sostuvo de los brazos y la ayudó a ponerse de pie. Renata cojeaba y no veía nada por la sangre de su rostro, pero se sintió reconfortada al sentir a Sherlock junto a ella... un segundo, ¿porqué? Le dio igual y se dejó guiar hasta su cuarto. Sherlock se dedicó a curarla mientras le preguntaba:
-¿Porqué, Renata? ¿Porqué peleaste si no sabes defenderte?
-Pues porque debía hacerlo. -concluyó ella velozmente. -Lo sé, fui una tonta.
-Sí. -Sherlock le colocó una bandita sobre la frente y luego, suavemente, le acarició la mejilla, sonriendo. -Una tonta muy valiente. Debo admitir que me había equivocado contigo, Renata, no eres tan inútil y cobarde como pareces.
-Oh, sí lo soy. -concluyó ella muy triste. Una lágrima rodó por su mejilla y Sherlock, muy amablemente, la secó. El tacto hizo que a Renata se le revolvieran las tripas de la emoción. Y se moría de ganas de... de saber...
-Por cierto, Renata, ¿los oíste decir algo? -preguntó Sherlock. -Mencionaste a un hombre.
-No sé. -dijo ella, volviendo a la Tierra. -Dijeron que los habían mandado. Un tal... señor M.
-¿M? -la mirada de Sherlock se endureció de pronto, y Renata pudo notar un chispazo de astucia en sus ojos grises. -Ahora comprendo todo...
Se puso de pie y salió de la recámara. Antes de cerrar la puerta, dijo:
-Y Renata... gracias.
La niña sonrió, feliz. Le dolía todo el cuerpo y se sentía mareada, pero por fin había conseguido algo bueno.
La verdadera aventura estaba por comenzar.
Próximo capítulo: CANCIÓN DE CUNA.
Sherlock y Watson se deciden a ir a buscar a lord Black. Pero un desafortunado error hará que Renata se convierta por fin en la joven valiente que en verdad es, y a averiguar qué demonios le está pasando.
2 comentarios:
ahora esta cambiando la historia
es mejor que el primer y segundo capitulo
Ahora ya me gusta sherlock en esta .
Dios Lobita me hiciste pensar mucho con esta frase "Jamás volveré a ser tan idiota como para tratar de ser quien no soy" debo darte las gracias.
saludos
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