Sherlock no perdió tiempo alguno y entró como un huracán al salón donde habían dejado a Moriarty. La puertecita de la alcantarilla estaba abierta.
-¿Ya estaba así cuando llegaste? -le preguntó a Renata. Ésta, con los ojos desenfocados, miró la reja y asintió lentamente. -Eso significa que debió saltar al Támesis... ¡valiente loco! El agua debe estar helada.
-Y apestosa. -añadió Renata como si nada, tambaleándose en brazos de Watson.
-Watson, llévatela. Voy a seguirlo.
-¡Pero ni siquiera sabes dónde está! -bramó el aludido.
-El Támesis solamente lleva a un lugar en el que Moriarty desearía llevar a cabo su pelea: el Big Ben.
-Caramba, qué locura. -se lamentó Watson. -Suerte, entonces.
Sherlock saltó dentro del pasadizo y corrió en la misma dirección que Renata. La reja que llevaba el agua al río estaba fuera de sus goznes, era demasiado obvio, pensó él, y miró de un lado a otro; sabía perfecto que una caída desde ésa altura sería fatal para Moriarty, pero no había tiempo para discenir. Saltó al río, con un gritito de vértigo, y apenas hundirse en las aguas salió a flote y braceó a tierra firme. El Big Ben no quedaba muy lejos, pero el tiempo estaba en contra suya. Suponía que Moriarty llevaba ya sus bienos veinte minutos lejos, y eso no era buena señal. Antes de salir del cagua, miró el pequeño punto inmóvil bajo la luz de la luna donde, unos momentos antes, Serenity había caído. Se odiaba por haberse dejado engañar tan fácilmente por una mujer que, ni siquiera, tenía suficientes sesos como para hacer un plan. Pero ya pensaría en eso luego, lo urgente era atrapar a Moriarty.
Llegó hasta los pies del gigantesco reloj y, justo sobre su cabeza oyó una carcajada cruel. Volteó hacia arriba y se encontró con la figura de Moriarty. Quién sabe cómo había llegado al tejado del edificio contiguo, pero ahí estaba.
-¡Ven acá, Holmes! -lo retaba. -¡Ven, que ya quiero deshacerme de tí de una buena vez!
Sherlock miró de un lado a otro, buscando alguna manera de llegar al techo. Descubrió justo lo que estaba esperando: una abertura en la pared, difícil de ver a simple vista, pero demasiado evidente para ignorarla.
-Ya sé. -musitó. Se lanzó contra el muro y sólo debió deslizar un dedo en la pequeña abuertura para poder pasar. Una serie de escalones destartalados llevaban hasta la parte más alta del edificio, y sólo era cuestión de tiempo.
Echó a correr a toda prisa, y cuando menos lo esperaba, ya se encontraba en la salida. Rápidamente empujó la puerta y llegó hasta el techo, irando el cielo enegrecido de Londres con cierto dejo de incredulidad y fascinación.
-¡Holmes! -la voz de Moriarty lo sacó de su ensimismamiento. -Veo que tu cabeza fría te ha sido muy útil. ¡De hecho no esperaba verte llorar por la trágica pérdida de tu hermosísima Serenity!
-Tu títere no me importa, Moariarty, pero debo confesarte que fue un juego muy divertido mientras duró. -espetó Sherlock. -Quién lo diría... ahora estamos aquí...
-Y solo uno bajará con vida. -le dijo Moriarty. De la nada extrajo un bastón que guardaba una filosa hoja de metal, y la blandió a modo de espada. De no ser porque Sherlock saltó hacia atrás pudo habwerlo degollado; éste, por su parte, tomó un bastón común, y empezaron a pelear como si fuera un duelo de espadas. La pelea era demasiado encarnizada, pero estaba alargándose más de lo que Sherlock esperaba. Y es que, aunque Moriarty no era tan hábil como él en ése tipo de combate, el daño provocado por el disparo estaba haciéndole estragos a Sherlock que se evidenciaban en su destreza tristemente reducida.
Y mientras los dos enemigos seguían combatiendo, algunos metros más allá, Watson mantenía a Renata recostada en un diván de la mansión Black. Pensó que la joven estaba demasiado débil como para moverla sin ayuda, y se redujo a dejarla descansando ahí. En ése instante, Renata tenía una compresa improvisada sobre la frente, y de verdad ofrecía un aspecto fatal: pálida como un muerto y con ojeras profundas, sin hablar del corte que tenía en el labio (otro más), la nariz sangrando y varios cortes en los brazos. Mientras Watson la atendía, le retiró la mano y musitó:
-¿Y Sherlock?
-Se fue.
-¿A dónde?
-Al Big Ben. Debe capturar a Moriarty y vencerlo esta misma noche, si no...
Renata se incorporó tan deprisa que Watson se asustó.
-¿Si no, qué?
-Si no... Bueno, no lo sé.
Renata despertó de su letargo y saltó fuera del diván. Watson corrió tras ella y la sostuvo de un hombro.
-¡No! -le ordenó. -¡Holmes cree que estamos en casa, no puedes ir!
-¡Debo hacerlo!
-¿Porqué, Renata? ¿No te aterra? ¿Has perdido la razón o qué?
-¡Pues claro que me aterra! -chilló. Le temblaban los labios y amenazaba con llorar. -¡Le tengo miedo a muchas cosas, pero en este momento lo único que me asusta es que le suceda algo a Holmes! Y suéltame, porque pienso ir.
-¡Renata! Podrían matarte.
-¿Y? -chilló ella. -¡Viví una buena vida! Además prefiero morir así que... anciana... enferma y... y sola. -tragó saliva y avanzó de regreso a la alcantarilla, ignorando el gesto de preocupación de Watson. Saltó al interior y llegó hasta la salida del agua, pero en lugar de saltar miró hacia arriba y vio una cuerda suspendida. La jaló, dudosa, pues no recordaba haberla visto antes, y un pasadizo se abrió, llevándola a algo que parecía un túnel iluminado. Trepó por él, cerró la trampilla y corrió. Corrió como nunca, importándole poco el dolor físico y el cansancio mental, y siguió corriendo hasta que de la nada se estrelló contra una pared de madera que se derrumbó a su tacto.
-¡Ay ay!-gimió, sujetándose las costillas. Volteó a ver y encontró las mismas escaleras por las que Sherlock había subido, y también inició el ascenso, penosamente, porque al dolor de las heridas y el agotamiento debía sumarle ahora la pesadez en las rodillas y el dolor agudo de las costillas.
Sherlock había conseguido arrebatarle la hoja a Moriarty, y lo amenazaba con el bastón.
-Ya te he ganado, mejor ríndete. -le susurró. Moriarty se dejó caer de rodillas, suplicando piedad en silencio. De pronto, sacó un revólver y le largó una patada a Sherlock. Aunque no lo hizo caer, sí logró que soltara el bastón, que apartó con un segundo puntapié, y se puso de pie con dificultad, apuntando a Sherlock con el arma directamente al corazón. Éste miraba de soslayo, buscando algo con qué defenderse, pero por el momento, no había nada. Moriarty lo hacía caminar hasta el borde del edificio.
-¿Qué me decías, Holmes? -le preguntó con una carcajada.
Sherlock miró a sus espaldas, preocupado por la caída. Luego miró a Moriarty con el entrecejo fruncido. Acababa de comprender que de ésta, no tendría escapatoria alguna.
-¡Un caballero -dijo con voz firme. -sabe cuándo llega su momento! ¡Y... yo lo sé ahora!
Estaban ambos tan absortos en sus adversarios que no vieron la cabeza de Renata asomada en la entrada. Al escuchar las valerosas palabras de Sherlock, sintió algo terriblemente pesado, como una losa, cayéndole sobre el corazón, y quedó ahí inmovilizada, sin saber qué hacer:
-Sherlock.. no... -susurró con la garganta seca.
-¡Me alegro que lo comprendas así! -dijo Moriarty, sonriendo. -Y como soy una persona bondadosa, te haré un gran favor: te daré una muerte rápida... ¡pero no te aseguro que no te vaya a doler! -añadió con sorna, y preparó el revólver.
Sherlock cerró los ojos con fuerza por un segundo y luego los abrió, mirando desafiante a Moriarty, preparado para recibir el impacto de la bala. Así que ése era su final... al menos valdría la pena...
El delgado dedo índice de Moriarty estaba más que listo para jalar el gatillo... Sherlock seguía ahí, estoicamente, ignorando el dolor del hombro y la herida de su orgullo... Fue cuando, de la nada...
-¡NO!
Moriarty disparó al aire, y Sherlock vio muy pronto porqué: sobre la espalda llevaba a Renata, que tiraba de los cabellos del profesor con fiereza inusitada, y entonces, Moriarty la sujetó de un brazo, jalándolo con fuerza suficiente como para fracturarlo, y chillando:
-¡Suéltame, malnacida!
-Sherlock se puso de pie, y antes de que pasara otra cosa, empujó a Moriarty al vacío. Oyó al profesor gritar furiosamente mientras caía... y luego...
-¡Socorro! -Renata pendía con un solo brazo de la saliente del edificio, agitando los pies desesperadamente. De uno de sus tobillos colgaba casi sin fuerzas Moriarty, traicioneramente.
Sherlock le tendió una mano a Renata, y cuando ésta estuvo a punto de sujetarla, Moriarty sacó un pequeño puñal y le hundió el filo en el tobillo a la joven. Ella gritó, con los ojos salpicados de lágrimas, y no dudó en patear al profesor en la cabeza. Dio resultado, porque éste cayó sin remedio... pero Renata también. Agotada por el esfuerzo no soportó mpas tiempo y se desvaneció.
-¡RENATA! -bramó Holmes, mirando la delgada figura de la joven desaparecer en la siniestra oscuridad del suelo.
Próximo capítulo: You have always be my wildflower.
Una curiosa confesión podría poner el mundo de Sherlock y Watson de cabeza. Pero antes, una larga noche los espera...
2 comentarios:
pobre Moriarty
oye
que le paso a Hellsing?
=O no puede acabar así...
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