FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



viernes, 12 de marzo de 2010

cap. 7 LA BATALLA DE LONDRES (1° PARTE)

Lo peor de aquella mañana no fue despertar sin el aroma conocido del café dulce que preparaba para ellos con cierta nota de inocencia en la cara desconcertada, ni tampoco ver en su lugar los libros, ni encontrar el violín de vuelta en su estuche, luego de una limpieza concienzuda. Lo peor fue, en realidad, el verla con huellas de lágrimas y ojeras por su noche de desvelo partir, con un delgado chal sobre los hombros y frotándose los ojos insistentemente, mordiéndose los labios para no llorar y con sus dos sencillas maletas. Al menos, Watson se sintió deprimido ante la visión. La señora Hudson estaba lívida, no porque le importara Renata, sino porque, de nueva cuenta, debía estar al pendiente de los calcetines de Holmes.
Él ni siquiera se dignó en bajar a despedirse de ella, estaba encerrado en su propia desolación, con un montón de sentimientos encima que lo fastidiaban: rencor, decepción e incertidumbre. Mientras tanto, Watson se ofreció a acompañar a Renata hasta la estación de tren, pero la joven se negó.
-Tranquilo, doctor Watson. -le dijo con una sonrisa forzada. -Creo que si logré llegar a Londres sola, puedo salir de él.
-¿Segura? ¿No necesitas que nadie te acompañe?
-No me voy a perder, doctor, y si me pierdo, puedo pedir indicaciones. -Renata se encogió de hombros. Watson hizo un último intento.
-Al menos, ¿podrías tomar una taza de té?
-Yo... no lo creo. -su voz sonaba más amargada que nunca. -La verdad, doctor, ya quiero irme. No me gusta este lugar.
-¿No?
-No, y desearía jamás haber llegado aquí. -añadió con dolor. Subió al coche, y asomándose por la ventana, agitó la mano. -Adiós, doctor Watson, le escribiré. ¡Ya sé anotar las direcciones!
-Adiós Renata. -en cuanto el coche dio la vuelta en la esquina, Watson entró hecho un huracán al 221B. En el coche, Renata se arrancó de la cabeza el sombrero y lo usó como pañuelo para secarse las lágrimas. Sí, de verdad deseaba nunca haber ido al 221B de Baker Street, así, al menos... no tendría que estar sufriendo tanto.
Watson entró a la recámara de Sherlock, quien seguía con la vista fija en un punto de la pared.
-Ya se largó. -anunció Watson, muy rencoroso.
-Lo sé. -la voz de Sherlock sonaba inexpresiva. -La he visto.
-De veras que no te entiendo, Holmes. ¿Estás aquí encerrado llorando por una jovencita hermosa de la que te enamoraste y te dá igual la suerte de una muchacha que cometió un error?
-Creí que lo entenderías. ¿Qué hay de Mary?
-No es lo mismo. Mar no me vendería al mejor postor. Y Renata tampoco. Sí, mintió, y es una despistada cobarde; no es tan hermosa como Serenity, ¿y qué? Te fue leal cuando nadie más lo hubiera sido. Y la echaste sólo porque te mintió.
-Las mujeres no son de fiar, Watson. Y te sugiero que te marches si vas a seguir hablándome de ése par de arpías.
Watson salió dando un portazo. No vio que Sherlock se acababa de poner pesadamente en pie y miraba la calle. Era afortunado en el juego del policía y el ladrón, pero nunca en el juego del amor... y el amor era un juego peligroso y molesto que deseaba nunca haber jugado. ¿Y Renata? Otra mujer farsante e inútil como muchas otras. Entonces, si tan molesto estaba con ella, ¿porqué su pérdida le estaba causando ésa molestia? Tenía la impresión de que había algo que debieron decirse el uno al otro antes... antes de no volverse a ver jamás.
-¡Qué más da!
Pero no daba. De verdad, emepzaba a creer que había pagado un justo por un pecador.
Pero lo que urgía en ése instante era Moriarty. Salió como un bólido de su habitación y encontró a Watson espulgando a su cachorro. No dio señales de reconocerlo hasta que Sherlock le dijo:
-Esta misma noche iremos a la mansión Black a buscar a Moriarty.
El día transcurrió en una velocidad siniestra. Cuando el reloj anunció las seis en punto, Sherlock y Watson salieron de Baker Street, desfilando en dirección a la mansión Black. Watson miraba insistentemente la calle, con angustia.
-Holmes...
-Tú también lo sientes, ¿no? Ésa presencia exraña que aparece cuando algo va a salir mal. -Watson asintió. -Muy bien, pues hay que plantarle cara.
Llegaron a la mansión y, al igual que Renata, avanzaron por la alcantarilla hasta alcanzar la primera reja. Rápidamente los dos subieron y quitaron la reja con no poco esfuerzo y entraron a el enorme salón en penumbras.
-¿Pero qué diablos es esto? -preguntó Watson.
-Es evidente que un lugar ideal para guardar objetos grandes... grandes como trampas. -agregó Sherlock. -No toques nada, Watson.
-Como quieras. -acababa de extender una mano hacia una cosa cubierta con una sábana. Sherlock caminaba muy despacio, buscando cualquier señal de peligro, algo que activara una trampa o lo que fuera, palpando muros, mirando con curiosidad, y Watson daba vueltas como ave de presa alrededor de los muebles. Notaba algo extraño, pero no podía dar con qué. Finalmente se rindió en su búsqueda y apoyó una mano sobre la espalda de una silla de terciopelo.
-¡Watson!
Era ya muy tarde. La trampa se había activado.
Renata continuaba en la estación de tren. No había tenido valor alguno de abordar alguna de las máquinas y despedirse de Londres así como así. Le gustaba mucho, con todo y que le había ido pésimo. Quizá, si buscaba trabajo en otro sitio... pero necesitaba una carta de recomendación. Y Watson podría dársela.
Renata tomó un coche y regresó a Baker Street. Cual no fue su sorpresa cuando, luego de casi dos minutos de llamar a la puerta, la señora Hudson se asomó y le dijo:
-No están, querida, salieron hace casi una hora.
-¿Salieron? -Renata entró a la habitación dando un empujón a la puerta y comenzó a llamar:
-¡Doctor Watson! ¡Doctor...! Cielos, ¿dónde estarán?
Se dejó caer en un sofá. El cachorro de Watson se acurrucó en sus tobillos ociosamente, y mientras Renata le rascaba las orejas, recordó a Moriarty.
Moriarty... y él estaba en... y había una...
-¡Oh, no! -Renata se puso de pie. -¡Lo matarán!
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-¡Bienvenido a mi morada temporal, señor Holmes! -lo saludó Moriarty, dando vueltas a su alrededor. Sherlock y Watson estaban apresados en una especie de red gigantesca ubicada discretamente bajo la alfombra. Al tocar la silla, Watson activó el mecanismo que la hizo alzarse y cerrarse de pronto en torno suyo. -Y díganme, ¿están cómodos?
-Quisiéramos. -suspiró Sherlock. -¿Quién diseñó ésta porquería?
-Sewrenity, por supuesto. Esa cihquilla es tan lista que a veces me impresiona. Es más astuta que tú, Holmes, si logró engañarte.
-Oh, cállate, Moriarty. -masculló. -De nada te sirve tenernos atados aquí, ¿no?
-Ah, quién sabe. Ya veremos.
Mientras tanto, Renata miraba a los policías burlarse de ella.
-¡Por favor, señor Lestrade, usted no lo entiende! ¡Holmes y Watson están en la mansión Black! ¡Se encuentran en grave riesgo!
-Vamos, niñita, si estuvieran en gran riesgo ellos ya nos habrían avisado de cualquier irregularidad. -dijo Lestrade. -Ahora vete, criatura.
-¡Pero es en serio!
-Mejor vete antes de que te encerremos.
Renata salió, cabizbaja, y se sentó en los escalones del edificio.
-¿Qué voy a hacer? No quieren creerme. Maldita sea, cerebro, ¡piensa! -se golpeó fuertemente la cabeza con los puños, adoptando una expresión de dolor. Abrió los ojos y se quedó así, paralizada. -Sólo queda una opción. Y es la que menos me gusta... pero si no voy yo...
Recordó las burlas de Serenity, el gesto decepcionado de Watson, las reprimendas recibidas y sus propios accidentes... recordó a Sherlock, llamándola de mil maneras insultantes... Sherlock... Sherlock, la persona que más quería.
Se puso de pie, muy decidida, y dijo con voz clara:
-¡Voy a ir!
Mientras tanto, en la mansión, Moriarty seguía dando vueltas como buitre cerca de Holmes y de Watson.
-Veamos, ¿a quién mataré primero? ¡Ah, ya sé! Watson será buen alimento para mis mastines. Y tú, Holmes, considérate mi juguete por las próximas... 24 horas, digamos. Sí, hasta que te canses de jugar y simplemente me supliques morir. Y, como soy una persona muy bondadosa, haré caso a tus deseos.
-Ni creas que te saldrás con la tuya, Moriarty.
-¡Pero si ya lo hice!
-Aún no.
De pronto, la red cayó limpiamente, llevándose a Moriarty con ella. Watson y Sherlock lo apresaron bien entre las cuerdas y luego, Moriarty llamó a voz en cuello:
-¡Ayuda! ¡Holmes y Watson se escapan!
-Mejor vámonos ya. -suplicó Watson. Ambos echaron a correr hacia afuera, llegando al resto de la mansión, por la cual salían varios esbirros.
-¡No, no, no, no! -Sherlock jaló a Watson de regreso. -¡Por arriba!
La loca persecusión estuvo plagada de más de un golpe, o pelea de poca duración y, por fin, llegaron a la parte alta de la casa, lanzando golpes de vez en cuando a sus perseguidores.
-¡Al techo! -gritó Sherlock, cuando dos hombres de complexión recia se les aparecieron en el camino.
-¿Y ahora qué? -preguntó Watson. Los dos hombres avanzaron amenazadoramente, con los puños en alto. Sherlock se adelantó y...
-¡Aaaaaaaaaaaay!
Un fardo de tela o carbón les cayó encima a los dos hombres, dejándolos fuera de combate por un momento. Sherlock y Watson miraron que el fardo no era más que Renata.
-¡Renata! -Watson la ayudó a ponerse de pie. -¿De dónde sales?
-Vine por donde mismo. -dijo con evasivas. -Y creo que me equivoqué de salida, porque llegué allá. -señaló una segunda escalera.
-Pues me alegro que lo hayas hecho. -dijo Sherlock con evasivas. -¿Y qué tal está Moriarty?
-Ah, ¿Moriarty? -preguntó Renata, desconcertada. No hubo tiempo para más preguntas, porque los dos esbirros acababan de ponerse de pie y blandían sus puños con singular ferocidad.
-Mejor hazte a un lado, Renata, esto no es espectáculo para mujeres. -le advirtió Sherlock, antes de lanzarse contra el primero de los hombres. Watson hizo lo propio con el segundo, y Renata dio varios pasos atrás, mirando con interés casi morboso a los cuatro combatientes.
-¡AY!
Algo, no sabía qué, la había jalado desde la espalda y acababa de lanzarla dentro de una amplia habitación que no tenía mueble alguno. No logró ni enfocar la vista cuando recibió un segundo puñetazo que la empujó aún más lejos. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que secó furiosamente y echó una mirada. De pie frente a ella, ataviada con un vestido blanco, estaba Serenity.
-Hola, niñita. -la saludó con sorna. -Así que, ¿a punto de echarte a llorar? ¿A gritar suplicando auxilio?
Le lanzó un segundo golpe a Renata, quien se colocó de rodillas cubriéndose el rostro con las manos.
-Vamos Renata, no puedes competir contra mí. Soy mil veces mejor que tú y lo sabes.
Renata negó fervientemente con la cabeza, llena de ira. Serenity se rió de ella como si nada.
-¿Vas a llorar como la bebita idiota que eres, Renata?
-Ya basta. -dijo. -Tienes razón, no puedo competir contra tí. Pero, ¿sabes que sí puedo hacer? ¡Puedo derrotarte!
Antes de que Sernity supiera qué pasaba, Renata se lanzó sobre ella, golpeándola y arañándola como podía. La furia ya no era ciega, pero seguía sin ser buena luchadora. Serenity logró quitársel a de encima, pero sólo fue para ver a Renata saltar sobre ella de nuevo, tirándole de los cabellos. Serenity chilló de dolor al ver que Renata tenía varios mechones rubios atrapados en las manos. La joven sonrió, fascinada.
-¡Maldita! -siseó Serenity, y le dio una bofetada. Las dos se pusieron de pie, dando vueltas como gatos, y Serenity se acercó más, tomando a Renata de los cabellos. La joven gimió de dolor, pero al ver el brazo de su enemiga tan cerca, le dio tremendo mordisco. Una bofetada y una patada furibunda, y Serenity cayó al suelo.
-¡Vaya, eso fue... increíble! -Renata estaba eufórica, y saltaba de un lado a otro de la habitación celebrando su vistoria. Pero de pronto, recibió un golpe terrible, mucho peor que ninguno, y perdió el equilibrio. Serenity blandía un bastón grueso, con el que la atacaba sin piedad alguna. Renata se arrastraba penosamente por el suelo, tratando de esquivar los golpes, pero la puntería de Serenity era excelente.
-¡Ya! -gimió, agotada. Estaba manchada de sangre, y se retorcía en el suelo del dolor. Serenity bajó el bastón y la obligó a ponerse de pie.
-¿Ya, pequeña Renata? Como desees.
-¡Ay! -Serenity rompió el cristal de la enorme ventana que estaba frente a ella, y se decidió a lanzar a Renata por ella. La jovencita apenas era capaz de moverse por los golpes recibidos, y sintió cómo Serenity, sujetándola del cuello, la empujaba más y más hacia atrás. Debajo estaba el Támesis.
-Adiós, Renata. Besaré a Sherlock de tu parte.
Renata abrió los ojos, furiosa, y le arrancó el bastón a Serenity de las manos. Acto seguido, comenzó a golpearla a puñetazo limpio, tratando de alejarse de la ventana. Ambas estaban tan encarnizadas en su lucha que no escucharon los pasos del exterior. Sherlock y Watson acababan de dejar fuera de combate a sus enemigos.
-¡Eso estuvo horroroso! -se lamentó Watson.
-Como quieras, fue... divertido.
-Oye, ¿y Renata?
Dentro, las dos mujeres luchaban cerca de la ventana. Por fin, Serenity consiguió colocar a Renata sobre el alféizar.
-¡No, no! -chilló Renata, presa del pánico, y cuando Serenity la empujó al vacío, ésta se aferró con fuerza a Serenity, y ambas cayeron. Renata se sostuvo con fuerza del alfeízar, y miró hacia abajo. Serenity colgaba casi sin fuerzas a su lado, pero más abajo que ella, y parecía estar sufriendo de un ataque de vértigo. Renata de verdad deseaba que Serenity desapareciera, pero habría sido muy cruel dejarla caer...
-¡Serenity! -gritó. -¡Dame la mano!
Serenity extendió los dedos, con loas ojos desorbitados. Renata no conseguía alcanzarla, y de pronto, perdió el equilibrio. Serenity se colgó de los tobillos de Renata, quien se sintió morir bajo ése peso. -No, no... -musitaba sin fuerzas.
-¡Aaaaaaaaaaaaaaaah! -oyó un grito aterrador y vio a Serenity. Acababa de soltarse de sus tobillos y caía. Trató de aferrarse a una saliente de madera empotrada en el muro, pero le falló, y cayó al río. La saliente también cayó en el mismo lugar en el que acababa de sumergirse ella.
-¡Serenity! -la llamó Renata. Pero nuca salió a flote.
Acababa de ver morir a una persona, y lo peor era que intentó ayudarla, y casi muere ella misma también. Renata se sintió mareada, y sus dedos se aflojaron de la ventana.
-¡Renata! -alguien la sostuvo con fuerza a tiempo justo para que no cayera al vacío, y luego la llevaron al interior de la habitación. Renata enfocó la vista y se encontró con un par de ojos grises que la escudriñaban.
-¿... Señor Holmes?
-Hola, Renata.
La imágenes le regresaron de golpe a la cabeza, y dijo con voz ahogada:
-Lo intenté, señor Holmes. Lo lamento.
Sherlock la sostuvo entre sus brazos mientras Watson la auscultaba. Una débil lágrima rodó por su mejilla.
-Watson. -dijo Sherlock. -Creo que Renata necesita descansar. Llévala a Baker Street.
-Señor Holmes. -dijo Renata débilmente. -Moriarty...
-¿Sí?
-No está. Creo que se escapó. No lo vi cuando entré.
-No importa, lo seguiré.
-Señor Holmes. -Renata miraba con súplica al detective, pero él ya se había marchado.

Siguiente capítulo: LA BATALLA DE LONDRES (2° PARTE)
Moriarty contra Holmes. Sólo puede ganar uno, y la suerte le es adversa al detective.
Les recuerdo que ya casi se acaba el fanfic, sólo un par de capítulos más (sin contar el octavo) y se acabó.

2 comentarios:

DigiL-Matt dijo...

este estuvo mejor
y gracias por publicar mas lento
asi seguro te alcanzare pronto
y como es que no recuerdas tu correo?
se supone que sale en tu blog cuando inicias sesion

Guerrero dijo...

Esto se pone interesante =S