FAVOR DE ALIMENTAR A HOLMES Y A HELSING, GRACIAS.



jueves, 11 de marzo de 2010

Cap. 5 CANCIÓN DE CUNA

La aventura de la noche anterior había valido la pena, porque después de todo, Sherlock acababa de recuperar la cordura y estaba trabajando afanosamente. Mentalmente hablando, claro, porque mientras Renata se deslizaba penosamente por la casa él estaba encerrado a piedra y lodo en su laboratorio investigando las extrañas pistas. Le había dado la orden a Renata de, bajo ningún concepto, dejar entrar a nadie. NADIE.


Sherlock estaba haciendo cuentas de los días, las horas, los milenios perdidos... Había gente extraña rondando por la casa, gente que no pudo identificar. Los hombres que habían entrado en la casa la noche anterior sabían dos cosas: la primera, cómo entrar, y la segunda, en qué momento. Debían llevar días espiándolos. Pero no contaban con una tercera cosa...


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-¡Amo, lo sentimos mucho! -gemían dolorosamente los dos esbirros. El señor Black temblaba de pies a cabeza, arrodillado a los pies de una siniestra figura negra. Él también chillaba:


-¡Nos tendieron una trampa, amo, se lo juro!


-¡Mienten! -la voz fría, dura y sin emoción hizo temblar a los tres desdichados. -Les habían dicho todo, ¿no? Cómo entrar, cómo moverse...


-¡Olvidaron decirnos algo! -protestó uno de los esbirros.


-Silencio, saco de inmundicia. -lo reprendió lord Black. -Mis espías, señor, me dijeron absolutamente todo lo que necesitábamos saber.


-¡Menos una cosa! Que Holmes contaba con ésa fiera.


-Lord Black, ¿acaso no le hablaron de la presencia de ésa muchacha? -preguntó la figura negra.


-La mencionaron. -admitió lord Black. Hubo un incómodo silencio en el proceso, y luego, se oyó un bramido de ira:


-¡¿Y porqué, a sabiendas de eso, no tomaron las precauciones necesarias?!


-¡Porque no parecía gran cosa, amo! -sollozó lord Black. -¡Nosotros creíamos que era una gallina inútil, una simple chiquilla criada nada más!


-Sí, pero le dejó un ojo morado a uno de tus hombres. En una mujer, eso ya significa riesgo, y si está dispuesta a defender a Holmes con uñas y dientes, entonces también tendrán que acabar con ella.


-¿Matar niñas? -preguntó otro de los hombres.


-Yo lo haré. -sentenció su compañero. -Me la debe por ése golpazo.


-No, no. -la figura en las sombras musitó con voz acariciante: -Holmes, ante todo, es mío. Y en cuanto a su mascota... bueno, creo que hallarás el modo de deshacerte de ella. ¿No tienes acaso una mejor arma en tu arsenal, Black?


-¡Ah! Ya comprendo. -lord Black sonrió. Ya sabía qué había que hacer.


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Cuando Renata abrió la puerta, sintió naúseas al ver a Serenity, que de nuevo llevaba el vestido rojo. Ésta, al verla, soltó una risita cantarina.


-¡Por todos los cielos, Renata! ¿Quién te ha dejado el rostro así? Quisiera mandarle flores. Bueno debo admitir que las cicatrices te quedan mejor que el horrendo disfraz que llevabas ayer.


Mientras Serenity se burlaba de Renata, ésta arqueó una ceja. No se sentía de buen humor, y los golpes aún le dolían. Tenía un corte muy profundo en el labio, otra herida en la ceja y un par de moretes del lado derecho del rostro.


-¿Y qué tú nunca te has lastimado, Serenity?


-Claro, pero curo con mucha más rapidez.


-No tienes cicatrices.


-Ah... creo que es una especie de don. -Serenity sonrió, acariciándose las mejillas muy orgullosa, y replicó: -Como sea, vengo a ver a Sherlock.


Renata extendió los brazos, impidiéndole el paso.


-¡Ah, no! -dijo con el entrecejo fruncido. -Me ha dado órdenes de no dejar pasar a nadie.


-Yo no creo estar incluída en ésa lista, niña. -dijo Serenity. -Después de todo, soy la única en quien confía.


-En la única persona en quien debe confiar es en sí mismo. Y por mí, eso está perfecto.


Serenity se enfureció.


-O me dejas pasar, o te juro que te irá mal.


-Inténtalo. -Renata sonrió, jubilosa, y al ver avanzar a Serenity hacia ella no dejó de sonreír, pero le entró pánico. ésta, sin embargo, bufo como un animal frustrado, se dio la vuelta haciendo que su magnífico pelo formara una cortina dorada que le dio en toda la cara a Renata, y se marchó de ahí.


-Ah, francesita remilgada. -olvidé mencionarles, que Watson le había contado a Renata que Serenity era de Francia (más Mary Sue todavía). Renata regresó a la casa cuando Sherlock salió del laboratorio, muy emocionado.


-¡Renata!


-¡Ay! -al darse la vuelta, Renata se dio en una espinilla con una butaca. -Diga, señor.


-Ve con Watson y dile que debe volver, porque es urgente.


-¿Qué tan urgente?


-De vida o muerte. Está con Mary, ¿cierto?


-Sí, ¿cómo lo...?


-Era lógico que, para hacerme rabiar, iría con la última persona con quien yo quisiera que se fuera.


Renata sonrió, feliz de volver a ver a Sherlock Holmes en todo su esplendor: brillante, frío y sobre todo sagaz y arrojado. Aceptó la orden y echó a correr calle abajo. Cuando llegó con Watson, Mary dio un largo grito de pavor, y Renata dio traspiés. Watson apareció en la puerta.


-¡Mary, qué...! ¡Oh, Renata!


-Hola, señor Watson. -dijo ella poniéndose de pie.


-¿Qué te sucedió, Renata' Tu rostro y... tu vestido.


Renata tenía el vestido hecho jirones. Lo había remendado ésa misma mañana, pero parecía un pedazo de cortina mal atada. La joven sonrió con vergüenza.


-Pues... gajes del oficio.


-Me doy cuenta. -dijo Watson. -¿Qué pasó? ¿Dherlock y Serenity te están haciendo la vida imposible otra vez?


-Para nada, el señor Holmes quiere que vuelva. Dice que es urgente... de vida o muerte.


-¿Ahora qué le pasó? ¿Perdió su violín en las peleas callejeras o qué?

-Para nada. Anoche... -Renata bajó la voz, mirando con duda a Mary. No es que le cayera mal ni nada, pero se le ocurrió que a lo mejor Holmes no querría que ella se enterara. -... anoche entraron unos hombres e iban a matarlo.

-¿Eso explica tus golpes, Renata? -ella asintió lentamente. -Watson miró a Mary y replicó: -Pues, Mary, mil gracias por la estadía pero debo irme.

-¡Pero John! -se lamentó ella.

Cuando los dos estaban de vuelta en el 221B, Sherlock sostuvo del hombro a Watson y lo empujó contra un sofá y comenzó a hablar efusivamente.

-Te explicaré brevemente lo sucedido, Watson. Anoche, unos hombres entraron con claras intenciones de matarme. Resulta que durante estos días he estado observando gente extraña andando por aquí, sin dar señales de un motivo para hacerlo, ¿comprendes? Entonces pensé en otros acontecimientos raros, como Serenity.

Watson arrugó la nariz y Renatra puso los ojos como platos.

-Es en serio, oigan. Lord Black, su padrastro, la persiguió, ¿no? Eso significa que quizá es él quien me estaba buscando.

-¿Pero porqué mandarlo matar, señor Holmes? -preguntó Renata.

-Sin su guardián, Serenity quedaría vulnerable. -le explicó Watson, torciendo el gesto.

-Es posible. -admitió Sherlock. -Entonces... ya sé dónde se encuentra Black.

-¿Dónde?

-Naturalmente, en cualquier sitio donde ande Serenity. ¡Pero dejenme terminar! Ya que ha fallado, les apuesto lo que quieran a que seguirá buscando el modo de detenerme los pies, y ¿qué lugar piensan ustedes que es mejor para ocultarse y esperarme? -ninguno de los dos contestó. -Vamos, piensen. Sabían cómo entrar y en qué momento, así que han estado siguiéndome por mucho tiempo. Piensen... ¿dónde suelo estar los miércoles?

-En... ¿en las peleas? -preguntó Watson tímidamente.

-Correcto. Seguramente están tendiéndome una emboscada ahí, ¿sí? Así que, ¡en marcha!

Watson y Sherlock se pusieron de pie, mirando inquisitivamente el reloj.

-Renata, consíguete ropa. -le dijo Sherlock distraídamente. -Ése vestido no se va a reparar.

Watson y Sherlock salieron a la calle, dejando a Renata sola.

-Por cierto. -dijo Watson mientras detenían un coche de alquiler. -Felicidades.

-¿Porqué?

-Por volver a la normalidad.

-Creí que mi normalidad te desagradaba.

-Pero tu anormalidad nos estaba matando. Agradece que Renata estaba ahí, si no...

-¡Bah! Renata, un ratoncito asustado. Como cualquier animal, en estado de tensión reacciona violentamente.

-Pero... ah. -Watson cruzó los brazos sobre el pecho.

Cuando llegaron a las afueras del edificio, las luces de las calles ya comenzaban a encenderse. Watson caminaba muy pegado a Sherlock, con las manos fuertemente sujetas a su bastón.

-Con cuidado. -susurró Sherlock. -Ya conoce a esta gente, reacciona al movimiento y eso no nos conviene.

-Lo sé.

Mirando sobre sus hombros, esperaron el momento en que cualquier cosa, lo que fuera, saltara sobre ellos. De pronto...

-¡Ah!

-¡Watson!

-Miau.

Un gato delgaducho y de aspecto sucio brincó sobre una caja, lamiéndose con orgullo una pata. Los dos amigos suspiraron con cierto enfado.

-¡Ahí están!

Se dieron la vuelta a tiempo justo para ver cómo dos matones les caían encima a golpes, blandiendo pedazos de madera que fácilmente podrían quebrarle el cráneo a una persona normal. Watson, que reaccionaba por puro instinto, se lanzó y peleó en perfecta esgrima con el más rechoncho de los dos sujetos. Sherlock, ya consabido peleador, no necesitaba de arma alguna para combatir limpiamente a su oponente, y aunque le costó trabajo lograr dejarlo fuera de combate (a diferencia de los de la noche anterior, estos dos iban preparados), luego de unos golpes certeros vio a su enemigo desplomarse, con la mirada desenfocada. Un último puñetazo dirigido al pómulo, y quedó inconsiente. Se dio la vuelta, orgulloso, y se encontró en un callejón vacío.

-¿Watson?

Watson seguía peleando con su oponente a base de bastonazos. Por fin consiguió quitarse de encima al esbirro dándole un golpe entre los ojos y otro a la nuca, y también miró que se habían alejado mucho de la zona de batalla.

-¿Watson? -seguía llamando Sherlock.

-Buenas noches, señor Holmes. -el aludido se dio la vuelta y vio a lord Black, sonriendo. -Veo que mis niños han sido como juguetes para usted. Me alegro.

-No se ve muy feliz, lord Black. ¿Ha pasado algo malo? -repuso con sarcasmo.

-Pues sí. Verá usted, cierta persona está muy decepcionada de mí y de verdad deseo demostrarle que soy de fiar. Pero eso significa renunciar a cierto placer personal. ¿Entiende usted lo que le digo?

M. La letra...

-Moriarty.

No hubo tiempo de reaccionar. Watson apareció gritando:

-¡Holmes!

Él se dio la vuelta por un solo segundo y, cuando se volvió para mirar a lord Black, sintió un dolor tremendo y quemante en el hombro izquierdo. Miró y descubrió un hilo de sangre cayéndole por el saco, manchándolo de escarlata al tiempo que se sentí mareado. Hubo un segundo disparo y lord Black cayó al piso. Sosteniendo su brazo, Sherlock se deslizó hasta él.

-¡Al menos...! -musitó lord Black. -¡Logré lo que quería... qué más da si... si usted sobrevive...! ¡Ah, cuando lo sepa... cuando lo vea... créame, Holmes, es mejor que muera esta misma noche... hay peores dolores que... que la muerte!

Se desplomó, y Sherlock miró a Watson. Todo parecía atrozmente borroso. Tragó saliva y sintió el duro piso contra sus rodillas...

En casa, Renata se miraba en el espejo con aprensión. No había hallado nada que le sirviera para hacerse una falda, por lo que tomó un pantalón viejo de Watson, un chaleco muy pequeño y sacó de entre sus cosas una blusa blanca de mujer. Luego de arreglar el chaleco y los pantalones para que le quedaran, se miró al espejo con sus nuevas ropas, y no pudo contener un gesto de desagrado. Detestaba su figura embutida en ropa de hombre, estaba muy flaca y no tenía curvas demasiados femeninas, por lo que parecía estar suspendida en el limbo de lo femenino y lo masculino, pero no le quedaba de otra. Al menos los zapatos sin tacón eran cómodos.

Oyó un golpe a su espalda y vio a Watson entrar con un fardo sobre sus hombros.

-¡Renata! -la llamó desfallecido. -¡Ayúdame!

-¿pero qué...? ¡Ay! -lo que ella creía que era un fardo era Sherlock, pálido como un muerto y manchado de sangre. -Pero, ¿qué...?

-¡Ayúdame a llevarlo a su habitación!

Renata lo sostuvo de un brazo y juntos lo arrastraron al interior de la recámara, colocándolo boca arriba. Watson le arrancó el saco y le ordenó a Renata:

-Ve por agua. Y trae unas sábanas o algún trapo limpio. ¡Rápido!

La joven salió mientras Watson iba a su propia pieza y extraía su maletín de cirujías. Volvió al lado de Sherlock y le desabrochó el chaleco y la camisa para poder ver su hombro. Sintió un ligero escalofrío al darse cuenta que la bala había impactado demasiado cerca del corazón. Tragando saliva, tomó un bisturí justo cuando Renata entraba. Al verlo con el objeto en las manos, dio un chillido de pavor.
-No le haré nada. -le aseguró Watson. -Ven, quiero que sostengas su mano... así. Bien... pase lo que pase... Renata, ¿estás oyéndome? -ella asintió con los ojos llenos de lágrimas. -¿Te molesta ver sangre? -negó con velocidad. -Bueno, pase lo que pase no le sueltes la mano, ¿me oíste? ¿Sí? ¿Lista?
-Ah... -al ver el profundo corte que le estaba haciendo con el bisturí, sintió unas ganas espantosas de desmayarse con tal de no ver nada. Watson se apresuró a buscar la bala, con los ojos llenos de terror y también sintiéndose extrañamente mareado. Renata no apartaba la vista de la herida abierta, y dio un respingo cuando el doctor sacó de un tirón un objeto pequeño y negro. Luego, se apresuró a cerrar la herida con suturas a la vez que limpiaba la herida con el agua que le había llevado Renata y una botellita de licor. La joven sintió cómo le apretaban la mano brevemente y dirigió sus ojos a la mano de Sherlock. Estaba reaccionando. No pudo evitar dar un largo suspiro, y finalmente, Watson anunció con voz estrangulada:
-Está a salvo. Se recuperará. -se puso de pie y cerró su maletín. -Renata, échale una manta encima. Vengo en un momento.
-Por supuesto... doctor Watson. -en cuanto Watson salió, Renata se puso de pie, soltando a Sherlock. Él se revolvía en sueños, gimiendo como un perrito; Renata pasó su mano sobre la frente de Sherlock, y él logró articular con gran dificultad unas palabras:
-Renata... ¿eres tú?
-Sí, señor Holmes.
Un esbozo de sonrisa cruzó los labios mortecinos del detective, y luego perdió el sentido. Renata se sintió repentinamente débil y se le doblaron las rodillas. Apoyó su cara sobre el pecho de Sherlock y, de la nada, comenzó a llorar. El miedo que había estado sintiendo los últimos minutos se esfumó repentinamente al oir el latido constante del corazón del "desmayado", y una risita histérica le salió de los labios hasta que, por fin, con las mejillas manchadas de lágrimas, levantó la cara y miró a Sherlock. Le pasó nuevamente la mano sobre la cara, y de pronto subió a su boca, proveniente de una memoria muy vieja, una canción que su madre le cantaba cuando era una niña. Pero no recordaba la letra, tenía pésima memoria, y sólo alcanzó a decir las últimas dos líneas:
Nunca sabrás cuanto te quiero
Por favor, no apagues mi sol...
-¿Renata? -preguntó Watson, entrando. La joven se limpió las lágrimas y se puso velozmente de pie, fingiendo que nada pasó. -Yo me quedaré a cuidarlo, ve a dormir.
Ella asintió y salió de la recámara. Afuera, se dio una bofetada y masculló, furiosa y triste a la vez:
-¡Soy una idiota! Pero es cierto... estoy enamorada de él. ¡Ay!
Entró a su pieza, gimiendo.
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-¿Muertos todos? -decía una voz en las penumbras. Un hombre flacucho temblaba.
-Sí, amo, todos, hasta lord Black. Pero Holmes... Holmes está gravemente herido... será fácil matarlo... sólo ordéneme que... no... ¡no!
Hubo un disparo proveniente de la nada y una risita fría y siniestra resonó.
-Excelente puntería. Pues, si Sherlock está herido y débil... será una presa más facil de atrapar...

Siguiente capítulo: LAS DOS CARAS.
Renata comete un grave error. Sherlock descubre la última pieza del rompecabezas y una verdad terrible en el pasado de alguien se revela. Sólo queda una cosa: la batalla final.

1 comentario:

Guerrero dijo...

Lástima que no termine de leer todo lo que viene, hasta ahora es muy interesante, ya veré lo que viene.

saludos