Watson frenó su carrera al ver, en el suelo, dos cuerpos inertes: uno, el del profesor Moriarty, quien hasta muerto tenía en la cara una expresión lívida, al no ver su deseo cumplido. El otro, mucho más pequeño, pertenecía a Renata.
-¡Por todos los cielos! -exclamó, revisando el pulso de la joven. Sherlock no tardó mucho en bajar las escaleras y llegar al lado de los dos. Miraba a Renata con una mezcla de miedo y sorpresa.
-Watson... ¿está...?
-Aún vive, pero está muy grave. Si no hacemos algo pronto, morirá.
Sherlock guardó las manos en los bolsillos. Una vez, Watson había dicho lo mismo de Serenity, y en menos de un día estaba en perfectas condiciones. Pero Renata...
-¡Vamos! -le gritó Watson. -¡Ayúdame a cargarla! Debemos llevarla a casa.
-¿Y porqué no a un hospital? -preguntó Sherlock, mientras sostenía contra su pecho la cabeza de Renata.
-De nada le servirá en este momento una cama dura de hospital.
-Bueno, bueno, ya.
Detuvieron un coche de alquiler y en cuanto llegaron a Baker Street, la recotaron en la cama de Sherlock (por mucho la más mullida de la casa), y la rodearon de almohadas. Watson tomó su maletín y siguió auscultándola por un largo rato; ya le daba masaje cardíaco, ya le revisaba las pupilas, ya pegaba su oído a la nariz de la joven para saber si estaba respirando.
-Sherlock. -le pidió de pronto. -Levántale la cabeza, tengo que vendarla.
Sherlock hizo lo que Watson le indicó, mientras éste pasaba un grueso vendaje por la cabeza de la joven. Era un milagro que no se hubiera desnucado; luego, volvió a recostarla y le curó las heridas, una por una desinfectándolas y colocándoles banditas o dejándolas así. Renata estaba hecha una pena, ni siquiera Holmes había recibido más rasguño que un pequeño corte en el labio, y aún así...
-¿Crees que pase la noche? -le preguntó a Watson. Éste lo miró con furia.
-¡Ah! Así que por fin te preocupas por ella.
-¿Qué más podría hacer? -protestó Sherlock. -Ella le saltó encima a Moriarty a tiempo justo para salvarme.
-¡Y mira cómo lo pagó!
-Lo sé... es una muchachita muy valiente. Qué pena que sea tan tonta. Como todas las mujeres.
-Pues, para ser como todas las mujeres, tiene carácter.
-Sí. -Sherlock miró el rostro desfallecido de Renata, y sonrió. Viéndola así, vestida como un chico y peleando como podía, le recordaba vagamente a alguien...
Y antes de que Watson lo sacara de su ensimismamiento, pudo recordarlo. Renata era como Irene, pero en miniatura. Quizá no tan bella, ni tan astuta, pero se parecían en espíritu...
-Si tan solo -pensó. -no hubieras nacido mujer... habrías sido para mí un buen adversario, o un buen aliado.
-Holmes. Ve por las sales, tenemos que despertarla.
Watson se quedó con Renata hasta que despertó. Mientras, Sherlock roncaba sonoramente mal colocado en un sofá, y aún en sueños recordaba a Irene... y la comparaba con Serenity... y Renata...
Watson cabeceaba incansablemente; los párpados se le cerraban a cada segundo.
-¿Watson? -preguntó una voz débil y agotada. Abrió los ojos y vio a Renata, blanca como un cadáver y con los labios azulados por la debilidad, pero al menos estaba viva.
-¡Renata! -susurró con orgullo. -¿Cómo te sientes?
-Siento que me arolló una vaca... o dos... o todo un grupo de vacas.
Watson no pudo evitar reír ante la ocurrencia de la chiquilla. Renata respiraba con dificultad, y luego dijo con la voz chirriante:
-Me duelen las costillas.
-Creo que ete rompiste una o dos. Y era lógico, con ésa caída...
-¿Qué pasó con Sherlock?
-Está sano y salvo.
Renata sonrió, y una lágrima silenciosa resbaló por su mejilla.
-Me alegro tanto... creo que eso vale las dos costillas rotas.
-Y el golpe en la cabeza, y el corte en el labio, y la nariz, y los moretones, y...
-¡Bueno, burno, ya! -Renata se hundió aún más en los almohadones, y miró el cielo oscuro de la ventana. -¿Qué hora es?
-Son... las dos de la mañana.
-¿Tardamos tanto? -Watson asintió. -Bien... oh, Watson...
-¿Sí?
-Mil gracias. Por todo. Creo que fuiste la única persona que confió en mí.
-Sherlock no confía en nadie, excepto en sí mismo. -la tranquilizó Watson. La sonrida de Renata resbaló. No parecía gustarle la idea. Y no, no le gustaba.
-Debería poder confiar un poco más en otras personas.
-¿Cómo en quiénes?
-Como en usted, como en...
Cerró la boca, poniéndose colorada. Watson sonrió perspicazmente, y susurró:
-¿O como en tí?
Renata dio un respingo, y luego dijo con voz entrecortada:
-No... le mentí y eso no estuvo bien... ¿cierto?
-Renata. -dijo Watson. -Siento que hay algo que no me has dicho aún.
-De hecho... doctor, ¿podría guardarme un secretito? Pero prométame que no se lo dirá a nadie.
-De acuerdo.
Los ojos de Renata se llenaron de lágrimas que secó furiosamente.
-Yo... estoy enamorada de Sherlock.
-¿En serio? Hmm... debo decirte que lo sospechaba, pero nunca imaginé que... bueno, eso explica que te hayas lanzado de un edificio para salvarlo. Aunque fue estúpido.
-Mamá decía que el amor es ciego... y que la locura lo acompaña siempre. -añadió con vergüenza. Luego, dejó de sonreir. -Pero dudo mucho que sienta algo por mí. Rencor, quizá, pero...
-Oye, si hasta una mujer como Serenity tuvo oportunidad con él, no veo porqupe tú no.
Renata sopesó la posibilidad, y se imaginó de pronto estando en el lugar que alguna vez había ocupado Serenity... pero luego recordó las burlas sufridas pocos días antes.
-No, Watson. -sentenció. -No quiero... no debo hacer lo mismo que Serenity... no podría, es humillante.
-Al menos lo comprendiste por fin. -suspiró Watson, halagado. -Te ha costado trabajo, ¿cierto?
-Algo así. No soy inteligente, pero tampoco totalmente idiota. Y sé muy bien que quien se insinúa así para atraer la atención de alguien... debe estar mal de la cabeza.
-Es verdad. -Watson bostezó, y Renata volvió a acurrucarse como un gatito entre las almohadas.
-Creo que deberías irte a dormir, Watson. -dijo Renata, limpiándose la cara con un gesto.
-Excelente. -lo oyó ponerse de pie y salir de la recámara. Muy pronto, le ganó el sueño y se quedó profundamente dormida.
El resto de la noche transcurrió en una calma nunca antes conocida. Luego de tantos pesares y horrores, por fin, una sola noche, había llegado la paz. Y, cuando las primeras luces del amanecer acariciaron las ventanas, el primero en abrir los ojos fue (como siempre) Sherlock.
Se dirigió con paso perezoso hasta la cocina, tomó un pedazo de pan y se lo comió lo más aprisa que pudo antes de recordar la razón por la cual no había dormido en su habitación. Discretamente, se asomó al interior de la pieza, donde Renata dormía como un lirón. Sonrió, mitad divertido y mitad halagado, y entró sin hacer ruido alguno, hasta sentarse al borde de la cama, mirando a Renata.
-Eres especial. -admitió. -Pero sigues siendo una personita bastante ordinaria.
-Los milagros ordinarios son buenos. -susurró ella. Acababa de despertar y, a juzgar por su expresión, creyó haber estado hablando con Watson. -¡Oh, señor Holmes! Perdone.
-¿De dónde se te ocurrió ésa frase?
-La leí en uno de los libros que usaba para estudiar. -dijo ella como si nada, encogiéndose de hombros.
-Ah, pues me alegro por tí. -Sherlock se puso de pie y caminó a la puerta.
-¡Espere, señor Holmes! -rogó Renata. Sherlock dio la media vuelta y la observó.
-¿Se te ofrece algo?
-Yo... querí decirle algo.
-Bueno. -Sherlock se sentó al borde de la cama, mirándola sin parpadear. Renata tragó saliva un par de veces, como solía hacer cuando se asustaba.
-Yo... señor Holmes... es que...
-Primero, deseo decirte algo.
-¿Ah... sí? -Renata quedó boquiabierta. -Oh... ¿y de qué se trata?
-De que... bueno, sigo sosteniendo que las mujeres no son de fiar. Pero al menos, cuando se les place, pueden ser muy leales. Y tú fuiste muy leal, Renata. Y te lo agradezco.
La joven movió la cabeza de un lado a otro, negando.
-Usted siempre tan... cómo se dice... tan propio. Tan serio. ¿Es que acaso nunca puede demostrar sentimientos normales?
-Ya sabes que no, Renata.
-Oh, bien. -Renata se encerró en su propio silencio. ¿Debía abrir la boca o mejor callarse?
-Pues eso era todo, Renata. Que descances, yo tengo que salir para hablar con Lestrade. Adiós.
Justo cuando Sherlock llegó a la puerta y sujetó el picaporte, Renata se incorporó de entre las mantas y dijo casi chillando:
-¡Señor Holmes, yo lo quiero!
Sherlock se dio la vuelta, totalmente desconcertado. Renata tenía los ojos como platos.
-¿Qué?
-Que.... que yo... lo amo, señor Holmes.
Reinó un incómodo silencio.
Último capítulo: LA SIGUIENTE AVENTURA.
Una respuesta, un futuro. ¿Renata volverá a su hogar?
3 comentarios:
Jaja cuando morira holmes?
y tienes razon nada como golpear a un inocente fingiendo que estas "practicando un deporte" (o arte marcial en tu caso)
Con renata a su lado creo que nunca morirá...
ciertamente no crei que se lo fuese a decir
y pregunto de nuevo
donde esta helsing?
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